HOMILÍA DE LA PRESENTACION DEL
SEÑOR
Hoy celebramos un misterio del
Señor: la Presentación de Jesús en el Templo. Es el momento en que José y María
cumplen con la ley de Moisés, que ordenaba que todo primogénito varón debía ser
ofrecido al Señor. Esta ley obligaba a todos los primogénitos: cuando una oveja
tenía su primer corderito debía ser presentado ante Dios para ser sacrificado.
En el caso de los niños, no eran sacrificados, sino que se ofrecían a Dios, y
la familia debía redimirlos con una ofrenda. José y María ofrecieron, en
cumplimiento de la ley, un par de tórtolas.
Sin embargo, Jesús no es rescatado.
El vino para ofrecerse como sacrificio de amor y entrega por todos nosotros en
la cruz y así, al hacerse uno de nosotros, vino a destruir con su muerte el mal
que nos mantenía esclavizados. Muchas personas viven como esclavas de la
soberbia, la pereza, las adicciones, el odio o el rencor que son modos de
esclavitud. Jesús vino a liberarnos, mostrándonos su misericordia y su amor
fiel.
La Presentación de Jesús es uno de
los misterios del Señor. Pero, ¿por qué hablamos de "misterio"?
Cuando decimos "aquí hay un misterio", nos referimos a algo que no
podemos comprender. Al hablar de los misterios del Señor, queremos señalar que
hay algo oculto detrás. ¿Qué hay detrás? La respuesta es clara: Jesús es el
Hijo de Dios. Los que veían a María y José con su niño, solo veían a un papá y
una mamá con un bebé. Solo dos personas, Simeón y Ana, fueron capaces de
reconocer que ese bebé era el Hijo de Dios, como lo había anunciado el profeta
Malaquías: "Entrará en el santuario el Señor a quien ustedes buscan, el
mensajero de la alianza, a quien ustedes desean". Jesús es el mensajero de
la alianza que tanto anhelamos, es el Señor que estamos buscando. Simeón toma
en sus brazos a Jesús y Ana, al verlo, se acerca, da gracias a Dios y comienza
a hablar del niño a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén. Son dos
actitudes que nosotros tendríamos que tener. La primera es tomar a Jesús en
nuestros brazos, tenerlo cerca del corazón, para que su forma de ver, pensar y
actuar se convierta en la nuestra. La segunda, como Ana, es dar gracias por
haber encontrado a Jesús y ser testigos de lo que Él significa para
nosotros y del bien que puede hacer en
la vida de los demás: Jesús nos enseña a ser solidarios, a amar, a sembrar paz,
a consolar a los que sufren, a estar cerca de quienes nos necesitan. Así la
presencia de Jesús se vuelve viva en nuestro entorno. Todos debemos ser como
Simeón y Ana, capaces de descubrir a Jesús y compartir su luz con los demás.
¿Pero dónde podemos encontrar a
Jesús para como Ana y Simeón, ser capaces de decir: "Aquí está el Hijo de
Dios"? A Dios lo encontramos en la Biblia, cuando escuchamos su palabra y
le dejamos que nos hable. Lo encontramos también en los sacramentos, como en la
eucaristía, o en la confesión, cuando decimos: "Aquí está Dios que me
perdona". Lo encontramos en el bautismo, cuando sabemos que "Aquí
está Dios que me hace su hijo", o en el matrimonio, cuando experimentamos
que "Aquí está Dios, que me hace signo de su amor por la humanidad".
Cada esposo es un signo del amor de Dios. Mi amor por mi familia, por mi
cónyuge, es un reflejo del amor de Dios por toda la humanidad. También Dios nos
invita a verle en aquellos a quienes nos llama a servir: los pobres, los
inmigrantes, los ancianos, los jóvenes desanimados, las parejas que, temerosas
de ser padres, prefieren tener solo perros. Dios también nos llama d a través
de lo que nos llena de alegría y de lo que nos resulta incómodo o difícil.
Hay otro aspecto en esta fiesta de
la Presentación: María, cuando Simeón le dice que Jesús ha sido puesto para
ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como un signo que provocará
contradicción, que va a dejar al descubierto lo que sucede en el corazón de los
seres humanos, y que a ella una espada le va a atravesar el alma, descubre que ha
sido elegida a estar unida a Jesús en el
camino de la salvación de los seres humanos: La veremos cuando Jesús realice su
primer milagro en Caná, al pie de la cruz, y cuando el Espíritu Santo descienda
sobre los apóstoles. La fiesta de la Candelaria, nos recuerda que María nos
acompañará, como hermanos de Jesús, en todo momento, tanto en el gozo como en la
cruz. Al final el evangelio dice: "El Niño Jesús crecía, se fortalecía, se
llenaba de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con Él". Cuando tenemos a
María cerca, experimentamos que Jesús crece en el Nazaret del corazón de cada
uno de nosotros, y así nos llena de su sabiduría y su presencia amorosa, para
que lo hagamos cercano a los demás, transformando muchos corazones en nuevos
Nazaret.
Que el misterio de esta fiesta nos
haga experimentar lo que Dios quiere hacer con nosotros, lo que Dios quiere ser
para nosotros, y la invitación que Dios hace a lo que podemos ser para los
demás. Como Simeón y como Ana, seamos testigos de todo el bien que Jesús puede
hacer en nuestra vida y en la de aquellos que queremos, cuando lo abracemos en
nuestro corazón.
2 comentarios:
Mil gracias Padre Cipriano
Padre Cipriano,gracias,excelente como siempre 🙏🏻🙏🏻
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