sábado, 1 de febrero de 2025

UNA CANDELARIA QUE ABRE CORAZONES

 


HOMILÍA DE LA PRESENTACION DEL SEÑOR

Hoy celebramos un misterio del Señor: la Presentación de Jesús en el Templo. Es el momento en que José y María cumplen con la ley de Moisés, que ordenaba que todo primogénito varón debía ser ofrecido al Señor. Esta ley obligaba a todos los primogénitos: cuando una oveja tenía su primer corderito debía ser presentado ante Dios para ser sacrificado. En el caso de los niños, no eran sacrificados, sino que se ofrecían a Dios, y la familia debía redimirlos con una ofrenda. José y María ofrecieron, en cumplimiento de la ley, un par de tórtolas.

Sin embargo, Jesús no es rescatado. El vino para ofrecerse como sacrificio de amor y entrega por todos nosotros en la cruz y así, al hacerse uno de nosotros, vino a destruir con su muerte el mal que nos mantenía esclavizados. Muchas personas viven como esclavas de la soberbia, la pereza, las adicciones, el odio o el rencor que son modos de esclavitud. Jesús vino a liberarnos, mostrándonos su misericordia y su amor fiel.

La Presentación de Jesús es uno de los misterios del Señor. Pero, ¿por qué hablamos de "misterio"? Cuando decimos "aquí hay un misterio", nos referimos a algo que no podemos comprender. Al hablar de los misterios del Señor, queremos señalar que hay algo oculto detrás. ¿Qué hay detrás? La respuesta es clara: Jesús es el Hijo de Dios. Los que veían a María y José con su niño, solo veían a un papá y una mamá con un bebé. Solo dos personas, Simeón y Ana, fueron capaces de reconocer que ese bebé era el Hijo de Dios, como lo había anunciado el profeta Malaquías: "Entrará en el santuario el Señor a quien ustedes buscan, el mensajero de la alianza, a quien ustedes desean". Jesús es el mensajero de la alianza que tanto anhelamos, es el Señor que estamos buscando. Simeón toma en sus brazos a Jesús y Ana, al verlo, se acerca, da gracias a Dios y comienza a hablar del niño a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén. Son dos actitudes que nosotros tendríamos que tener. La primera es tomar a Jesús en nuestros brazos, tenerlo cerca del corazón, para que su forma de ver, pensar y actuar se convierta en la nuestra. La segunda, como Ana, es dar gracias por haber encontrado a Jesús y ser testigos de lo que Él significa para nosotros  y del bien que puede hacer en la vida de los demás: Jesús nos enseña a ser solidarios, a amar, a sembrar paz, a consolar a los que sufren, a estar cerca de quienes nos necesitan. Así la presencia de Jesús se vuelve viva en nuestro entorno. Todos debemos ser como Simeón y Ana, capaces de descubrir a Jesús y compartir su luz con los demás.

¿Pero dónde podemos encontrar a Jesús para como Ana y Simeón, ser capaces de decir: "Aquí está el Hijo de Dios"? A Dios lo encontramos en la Biblia, cuando escuchamos su palabra y le dejamos que nos hable. Lo encontramos también en los sacramentos, como en la eucaristía, o en la confesión, cuando decimos: "Aquí está Dios que me perdona". Lo encontramos en el bautismo, cuando sabemos que "Aquí está Dios que me hace su hijo", o en el matrimonio, cuando experimentamos que "Aquí está Dios, que me hace signo de su amor por la humanidad". Cada esposo es un signo del amor de Dios. Mi amor por mi familia, por mi cónyuge, es un reflejo del amor de Dios por toda la humanidad. También Dios nos invita a verle en aquellos a quienes nos llama a servir: los pobres, los inmigrantes, los ancianos, los jóvenes desanimados, las parejas que, temerosas de ser padres, prefieren tener solo perros. Dios también nos llama d a través de lo que nos llena de alegría y de lo que nos resulta incómodo o difícil.

Hay otro aspecto en esta fiesta de la Presentación: María, cuando Simeón le dice que Jesús ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como un signo que provocará contradicción, que va a dejar al descubierto lo que sucede en el corazón de los seres humanos, y que a ella una espada le va a atravesar el alma, descubre que ha sido elegida  a estar unida a Jesús en el camino de la salvación de los seres humanos: La veremos cuando Jesús realice su primer milagro en Caná, al pie de la cruz, y cuando el Espíritu Santo descienda sobre los apóstoles. La fiesta de la Candelaria, nos recuerda que María nos acompañará, como hermanos de Jesús, en todo momento, tanto en el gozo como en la cruz. Al final el evangelio dice: "El Niño Jesús crecía, se fortalecía, se llenaba de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con Él". Cuando tenemos a María cerca, experimentamos que Jesús crece en el Nazaret del corazón de cada uno de nosotros, y así nos llena de su sabiduría y su presencia amorosa, para que lo hagamos cercano a los demás, transformando muchos corazones en nuevos Nazaret.

Que el misterio de esta fiesta nos haga experimentar lo que Dios quiere hacer con nosotros, lo que Dios quiere ser para nosotros, y la invitación que Dios hace a lo que podemos ser para los demás. Como Simeón y como Ana, seamos testigos de todo el bien que Jesús puede hacer en nuestra vida y en la de aquellos que queremos, cuando lo abracemos en nuestro corazón.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Mil gracias Padre Cipriano

Anónimo dijo...

Padre Cipriano,gracias,excelente como siempre 🙏🏻🙏🏻