sábado, 20 de julio de 2024

¡LES DARÉ PASTORES!


 

HOMILÍA XVI DOMINGO TIEMPO ORDINARIO CICLO B 

Con frecuencia en la Biblia se nos presenta la imagen del pastor para explicar la relación entre los seres humanos y Dios. Esto es muy común para una cultura que vive en el campo, lo es un poco menos para nosotros. Sin embargo, es claro que en nuestra vida es importante quien consideramos nuestro guía, el que nos enseña el camino, el que nos muestra por donde tenemos que ir. En las lecturas de hoy, la palabra de Dios nos hace una promesa: les daré pastores según mi corazón. Lo que Dios nos quiere decir es que nunca nos va a abandonar que siempre va a estar cerca de nosotros para atender a nuestras necesidades. De esto nos hablan hoy tanto la primera lectura como el evangelio. Nos muestran a una humanidad que está en búsqueda de alguien que consuele su corazón, que le de sentido a la vida, que le ayude a mirar con esperanza sus problemas. Son tantos los dolores que aquejan nuestros corazones… vemos las tragedias de la naturaleza, como lo que pasa cuando las lluvias torrenciales generan una riada repentina que sin preverlo arrasa pueblos completos y acaba con muchas vidas humanas en países que aparentemente viven seguros y con calidad de vida. Vemos también las tragedias de los seres humanos, como el número  de suicidios que se producen en nuestras sociedades por culpa de las drogas. Vemos los problemas que tienen las familias para salir adelante en medio de la crisis de seguridad, económica y política que viven nuestros países. Cada noticia que leemos en el periódico la podemos ver como algo amarillista o la podemos ver como una situación del corazón humano que sigue necesitando alguien que le de esperanza, fortaleza, sentido, paz.

Como las ovejas de la primera lectura, podemos sentirnos desterrados, sin seguridad, con miedo. O como las personas del evangelio, podemos tener tanta necesidad que buscamos con angustia una palabra de consuelo. Por eso es tan importante la palabra de Dios el día de hoy. Porque en ella Dios nos promete que en nuestra vida siempre vamos a tener a alguien que nos llene de confianza, que nos dé certezas, que nos enseñe a encontrar la felicidad. Ese alguien es Jesús.

El corazón de Jesus como nuestro pastor tiene tres rasgos. Primero, que es un corazón que está siempre disponible, aunque a veces parezca que lo estamos agobiando. Nunca tenemos que tener miedo de "intensear" a Jesús. Segundo, que es un corazón que se compadece cuando nos ve necesitados, cuando ve que le estamos esperando. Tercero, que es un corazón que se hace responsable de nosotros para no defraudarnos. muchas veces los seres humanos nos defraudamos unos a otros porque nuestro corazón es limitado y puede suceder que no siempre demos el ancho de lo que los demás esperan de nosotros. Pero Jesús no es así. El nunca defrauda, el siempre va a estar ahí y se hace disponible, compasivo y cercano para darnos respuesta y sentido a todo lo que nos pasa. A veces nosotros nos podemos desesperar, pero Jesús siempre está ahí para acompañarnos, aunque a veces no lo veamos. Porque como dice San Pablo en la segunda lectura, él ha apostado todo por nosotros: Ahora, unidos a Cristo Jesús, ustedes, que antes estaban lejos, están cerca, en virtud de la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz.  

Cuando comulguemos le podemos pedir a Jesus que también nos dé a nosotros un corazón de buen pastor. Porque todos somos pastores de alguien. Los esposos son pastores uno del otro, los padres son pastores de los hijos, los hermanos son pastores del bien de los demás hermanos, los hijos también tienen que saber ser pastores de sus papás. En el trabajo tenemos que ser pastores de los que nos rodean para que el ambiente sea de justicia y de paz. En nuestra sociedad todos somos responsables del bien común por medio de la solidaridad con quien nos necesita. Nuestro corazón como el de Jesús tiene que ser disponible, compasivo y responsable. Como decía Santa Teresa de Calcuta: Si quieren aprender el arte de la atención y la delicadeza hacia los demás, se parecerán cada vez más a Cristo, porque su corazón siempre estaba atento a las necesidades de los otros. Para que nuestra vocación sea bella, tiene que estar llena de esta atención. Ahora, que saben cómo Dios los ama, ¿Qué hay de más natural para ustedes que pasar el resto de su vida irradiando este amor? Ser verdaderamente cristiano quiere decir amar como somos amados, como Cristo nos ha amado en la cruz.

Este domingo es un día para volver a experimentar que Jesús está cerca de nosotros, y que a su lado podemos encontrar la paz que nuestro corazón busca. Hoy mucha gente siente angustia y busca la paz en técnicas, libros, espiritualidades, porque no conocen de verdad la paz que da Jesús. Una paz que no es la que viene de respirar y poner la mente en blanco, o hacer rituales que solo serenan la emotividad y dan una cierta alegría. La paz que da Jesús es la que nos hace fuertes en los problemas porque se basa en una certeza: en todos los problemas Él está conmigo, El me invita a mirar siempre más allá, a tener la seguridad de que nunca estoy solo.

sábado, 13 de julio de 2024

ELEGIDOS PARA HACER EL BIEN MEJOR

 HOMILIA XV DOMINGO TIEMPO ORDINARIO CICLO B

Cuando los niños juegan y tienen que hacer equipos, los que son elegidos al principio se sienten muy bien y los que son elegidos al final no tanto, pues ser elegido es muy importante en la vida del ser humano. Todos hemos sido elegidos, empezando con que hemos sido elegidos para venir al mundo. No lo elegimos nosotros, ni tampoco nuestros padres nos eligieron precisamente a nosotros: ellos colaboraron en dar vida a un ser humano que somos nosotros. Pero hay alguien que sí nos elige: Dios nos ha elegido para vivir, para amar y ser amados y para poder ayudar a los demás.

Esta elección no depende de nuestros méritos, ni, a veces, de nuestra voluntad, como muestra el testimonio del profeta Amós. Cuando al profeta le preguntan por su predicación, responde: "Yo no lo he elegido. Yo era un pastor y un cultivador de higos, y Dios me dijo: 'Ve y profetiza a mi pueblo, Israel'". Amós es lo que llamaríamos hoy un laico, una persona que vive de su trabajo, y Dios lo elige para ser un profeta, aquel que hace presente la palabra de Dios en medio del pueblo.

También nosotros hemos sido elegidos por Dios como profetas por nuestro bautismo. Somos profetas con nuestras palabras y con nuestras obras, cuando hablamos con verdad o cuando hacemos un acto de caridad con un necesitado mostramos a Dios que se preocupa de sus criaturas a través de nosotros.

Cuando Jesús que elige a sus apóstoles les da unas instrucciones y los envía resaltando cuatro aspectos que dicen cual el sentido del envío de Jesús.  Primero les envía de dos en dos: La elección de Jesús no es para el individualismo, sino que se debe vivir en comunidad. Es una elección que tiene descubrir al otro, al que camina conmigo, al otro que colabora conmigo también para hacer el bien.

En segundo lugar, la misión tiene que enfrentar la presencia del mal en el mundo. Jesús da a los discípulos poder sobre los espíritus inmundos, sobre el mal: El mal presente en nosotros, o en las personas que queremos, o el que vemos en las estructuras sociales, o el mal de las venganzas, los enojos, las humillaciones al otro. Los males no tienen que darnos miedo, porque tenemos autoridad. Somos más grandes que ese mal, no por nosotros, sino por Jesús que nos hace más fuertes que el mal. En tercer lugar, Jesús nos invita a que confiemos en él y no solo en nuestras capacidades. Es lo que está detrás de la instrucción sobre la mochila, el pan, el dinero. No es que no sean necesarios estos elementos, pero no pueden ser la base de nuestra seguridad: Nuestra seguridad tiene que brotar de la confianza en Dios Nuestro Señor.

Lo cuarto es que somos elegidos para que los demás oigan el bien, la verdad, la belleza del amor de Dios, pero dando siempre la libertad de aceptar o no. Por eso el evangelio habla de los que no escuchan: "Si no los reciben, al abandonar ese lugar, sacudan el polvo de los pies". Nosotros proponemos el evangelio, que es una forma de vida, un sentido de vida, para la existencia como profesional, como padre, como madre, como hija, como hijo, como esposo, pero cada uno con libertad lo debe recibir. En nosotros no debe haber nada, ni el polvo, que obligue a los demás a hacer lo que les decimos.

El evangelio termina diciendo que los discípulos se fueron a predicar la conversión, es decir, la llamada a volver a Dios, a volver a quien nos hace felices. Eso es la conversión. La conversión implica dejar el mal, pero, sobre todo, elegir el bien como prioridad de nuestra vida. La conversión produce la victoria sobre el mal espiritual y el bien de toda la persona. Debemos asumir el compromiso de expulsar los demonios, o sea, purificar la mente humana, limpiar los ojos del alma oscurecidos por las ideologías y por ello no pueden ver a Dios, la verdad y la justicia. Esta doble curación corporal y espiritual es el mandato de los discípulos de Cristo. La misión apostólica debe siempre comprender la predicación de la Palabra de Dios y la manifestación de su bondad con gestos de caridad, de servicio y de entrega. (Benedicto XVI)

El cambio que lleva a cabo el saberse elegidos se muestra en lo que San Pablo llama una vida de bien, de esfuerzo por lo mejor, de irradiación del bien en el mundo. Esto es, una vida de santidad.  Ser elegidos es tener la certeza de ser perdonados y redimidos porque somos amados. Un amor que nos hace amigos de Cristo, una amistad que nos regala el sentido de la vida, un sentido que está guiado por el Espíritu Santo para caminar con esperanza en medio de las circunstancias de la vida

En cada celebración eucarística somos elegidos para recibir a Jesús. Pero no se nos da para nuestro consumo individual, sino para que al recibir la plenitud de Jesús, podamos irradiar el bien, la verdad, el amor, la solidaridad y la justicia. No es que vayamos a cambiar el mundo, pero sí podemos mejorar ese trocito de mundo a nuestro alrededor, en las comunidades de la familia, de la Iglesia, de la sociedad y en los que necesiten de nuestro testimonio y palabra para llenarse de esperanza. Amén.