HOMILÍA DOMINGO XIV CICLO B
20240707
El evangelio de hoy nos transmite
la experiencia de no sentirnos reconocidos por los cercanos a nosotros. Los que
están cerca de nosotros nos conocen bien, conocen nuestros defectos, y saben
cómo somos. Eso puede hacer que, en ocasiones, no les quepa en la cabeza que
podamos ser los mejores en algo. Aunque a veces, cuando un deportista vuelve a
su pueblo, la gente se siente orgullosa porque ha logrado ganar una medalla de
oro, sin embargo, cuando el triunfo del otro nos implica cambiar de
vida, ser mejores y diferentes, nos cuesta más aceptar sus logros. Puede pasar que
en el matrimonio o en la vida familiar, cuando un padre quiere decirle algo a
algún hijo, tiene que buscar a un amigo de ese hijo para que le dé el consejo.
O que cuando un esposo o esposa quieren comentar algo que no está funcionando
bien en el matrimonio, deben buscar a un amigo o amiga para que hable con el
cónyuge.
Esto es lo que hoy sucede con
Jesús. Eso quiere decir que, a lo mejor, no hemos conocido quién es Jesús y,
sobre todo, qué es lo que viene a hacer en nuestras vidas. Esto es el punto
central: ¿Para qué ha venido Jesús a nuestra vida? ¿Ha venido solamente a hacer
milagros para que nos demos cuenta de que es poderoso de modo que las cosas que
estaban mal se pongan bien de modo mágico? La respuesta es no. Jesús no ha
venido como un gran mago de circo que nos deja asombrados. Jesús ha venido a
demostrarnos que Dios está cerca de nosotros. Cuando Jesús llega a nuestra
vida, no nos deben importar tanto los milagros. Es como si viniera un amigo a
nuestra casa y nos interesáramos más en el regalo que nos trae que en la visita
del amigo: Nos estaríamos equivocando gravemente. Lo que nos tiene que
interesar es el amigo, que además trae un regalo.
El problema de la gente de Nazaret
es que la falta de fe no les permite reconocer la presencia de Dios en Jesús. Esto
nos deja una pregunta: ¿Cómo hacemos para reconocer a Dios en las personas o en
las circunstancias? San Pablo, en la segunda lectura, nos narra su experiencia,
pues él que era un hombre con muchas cualidades, descubre que en su vida hay
cosas que no están funcionando bien, lo que le hace preguntarse: ¿Dónde está
Dios en esto que no va bien en mi vida? ¿no tengo que fijarme en lo que Dios
quiere de mí? Por eso dice: Para que yo no me enorgullezca, se me ha dado
una espina en la carne. Es decir, descubre la presencia de Dios incluso en
las cosas malas de él mismo. Cuando nosotros descubrimos un defecto, la
pregunta debe ser: ¿Para qué es esto que Dios me está poniendo delante? De este
modo se llega descubrir el sentido de todo lo que somos o vivimos, sea positivo
o negativo. San Pablo termina diciendo que está contento con las cosas que no
le funcionan bien, porque así se manifiesta en él que es Cristo quien actúa.
San Pablo nos enseña, cuando habla de sus debilidades, que puede descubrir a
Jesucristo actuando en él y dice: Cuando soy débil, soy fuerte. No
porque ser débil sea bueno, sino porque en su debilidad ha podido descubrir lo
que Jesús le quiere enseñar. Siempre tendríamos que aprender a descubrir en
todo la presencia de Jesús.
Jesús, ante sus paisanos de Nazaret,
hace ver que no han sido capaces de descubrir a Dios en su persona. Dice el
papa Benedicto XVI: Los milagros de Cristo no son una
exhibición de poder, sino signos del amor de Dios. Y mientras buscamos otros
signos, no nos damos cuenta de que el verdadero Signo es Jesús, Dios hecho
carne; él es el milagro más grande del universo: todo el amor de Dios contenido
en un corazón humano, en el rostro de un hombre.
Jesús no hace ningún milagro para
que se den cuenta de que Él no ha venido a ser un mago, sino a ser la presencia
de Dios en sus vidas. ¿He aprendido a reconocer a Jesús? ¿He aprendido a
encontrarme con Jesús? ¿He aprendido a descubrir a Dios en las cosas que me
suceden? Porque si no, nos puede pasar lo que le pasó a Jesús en Nazaret,
cuando dijo: "No pudo hacer allí ningún milagro."
Reflexionemos sobre nuestra
capacidad para reconocer y aceptar la presencia de Jesús en nuestras vidas.
Sepamos ver más allá de los obstáculos humanos que nos ciegan para descubrir el
amor de Dios en cada situación y persona, pues la esencia de la fe no reside en
los milagros espectaculares, sino en la capacidad de descubrir a Dios en lo cotidiano.
Dios puede hablar de muchas maneras: a través de las circunstancias, de las inspiraciones
de nuestro corazón, o de los que estan más cerca de nosotros, nuestra familia,
nuestros amigos, nuestros defectos, para hacernos saber el bien que podemos
hacer y lo mejores que podemos ser. Jesus quiere hacer milagros con nosotros,
quiza no el de curarnos de una enfermedad, sino el milagro de que seamos más
solidarios, más misericordiosos, más sembradores de reconciliación o de
justicia. Y siempre lo podemos descubrir en la eucaristía, que lo hace presente
de modo verdadero en nuestro corazón.
1 comentario:
Padre gracias como siempre su Homilia no tiene desperdicio 🙏🏻
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