sábado, 6 de julio de 2024

EN LO PROSPERO Y EN LO ADVERSO... VER A JESUS


 

HOMILÍA DOMINGO XIV CICLO B 20240707

El evangelio de hoy nos transmite la experiencia de no sentirnos reconocidos por los cercanos a nosotros. Los que están cerca de nosotros nos conocen bien, conocen nuestros defectos, y saben cómo somos. Eso puede hacer que, en ocasiones, no les quepa en la cabeza que podamos ser los mejores en algo. Aunque a veces, cuando un deportista vuelve a su pueblo, la gente se siente orgullosa porque ha logrado ganar una medalla de oro, sin embargo, cuando el triunfo del otro nos implica cambiar de vida, ser mejores y diferentes, nos cuesta más aceptar sus logros. Puede pasar que en el matrimonio o en la vida familiar, cuando un padre quiere decirle algo a algún hijo, tiene que buscar a un amigo de ese hijo para que le dé el consejo. O que cuando un esposo o esposa quieren comentar algo que no está funcionando bien en el matrimonio, deben buscar a un amigo o amiga para que hable con el cónyuge.

Esto es lo que hoy sucede con Jesús. Eso quiere decir que, a lo mejor, no hemos conocido quién es Jesús y, sobre todo, qué es lo que viene a hacer en nuestras vidas. Esto es el punto central: ¿Para qué ha venido Jesús a nuestra vida? ¿Ha venido solamente a hacer milagros para que nos demos cuenta de que es poderoso de modo que las cosas que estaban mal se pongan bien de modo mágico? La respuesta es no. Jesús no ha venido como un gran mago de circo que nos deja asombrados. Jesús ha venido a demostrarnos que Dios está cerca de nosotros. Cuando Jesús llega a nuestra vida, no nos deben importar tanto los milagros. Es como si viniera un amigo a nuestra casa y nos interesáramos más en el regalo que nos trae que en la visita del amigo: Nos estaríamos equivocando gravemente. Lo que nos tiene que interesar es el amigo, que además trae un regalo.

El problema de la gente de Nazaret es que la falta de fe no les permite reconocer la presencia de Dios en Jesús. Esto nos deja una pregunta: ¿Cómo hacemos para reconocer a Dios en las personas o en las circunstancias? San Pablo, en la segunda lectura, nos narra su experiencia, pues él que era un hombre con muchas cualidades, descubre que en su vida hay cosas que no están funcionando bien, lo que le hace preguntarse: ¿Dónde está Dios en esto que no va bien en mi vida? ¿no tengo que fijarme en lo que Dios quiere de mí? Por eso dice: Para que yo no me enorgullezca, se me ha dado una espina en la carne. Es decir, descubre la presencia de Dios incluso en las cosas malas de él mismo. Cuando nosotros descubrimos un defecto, la pregunta debe ser: ¿Para qué es esto que Dios me está poniendo delante? De este modo se llega descubrir el sentido de todo lo que somos o vivimos, sea positivo o negativo. San Pablo termina diciendo que está contento con las cosas que no le funcionan bien, porque así se manifiesta en él que es Cristo quien actúa. San Pablo nos enseña, cuando habla de sus debilidades, que puede descubrir a Jesucristo actuando en él y dice: Cuando soy débil, soy fuerte. No porque ser débil sea bueno, sino porque en su debilidad ha podido descubrir lo que Jesús le quiere enseñar. Siempre tendríamos que aprender a descubrir en todo la presencia de Jesús.

Jesús, ante sus paisanos de Nazaret, hace ver que no han sido capaces de descubrir a Dios en su persona. Dice el papa Benedicto XVI: Los milagros de Cristo no son una exhibición de poder, sino signos del amor de Dios. Y mientras buscamos otros signos, no nos damos cuenta de que el verdadero Signo es Jesús, Dios hecho carne; él es el milagro más grande del universo: todo el amor de Dios contenido en un corazón humano, en el rostro de un hombre.

Jesús no hace ningún milagro para que se den cuenta de que Él no ha venido a ser un mago, sino a ser la presencia de Dios en sus vidas. ¿He aprendido a reconocer a Jesús? ¿He aprendido a encontrarme con Jesús? ¿He aprendido a descubrir a Dios en las cosas que me suceden? Porque si no, nos puede pasar lo que le pasó a Jesús en Nazaret, cuando dijo: "No pudo hacer allí ningún milagro."

Reflexionemos sobre nuestra capacidad para reconocer y aceptar la presencia de Jesús en nuestras vidas. Sepamos ver más allá de los obstáculos humanos que nos ciegan para descubrir el amor de Dios en cada situación y persona, pues la esencia de la fe no reside en los milagros espectaculares, sino en la capacidad de descubrir a Dios en lo cotidiano. Dios puede hablar de muchas maneras: a través de las circunstancias, de las inspiraciones de nuestro corazón, o de los que estan más cerca de nosotros, nuestra familia, nuestros amigos, nuestros defectos, para hacernos saber el bien que podemos hacer y lo mejores que podemos ser. Jesus quiere hacer milagros con nosotros, quiza no el de curarnos de una enfermedad, sino el milagro de que seamos más solidarios, más misericordiosos, más sembradores de reconciliación o de justicia. Y siempre lo podemos descubrir en la eucaristía, que lo hace presente de modo verdadero en nuestro corazón.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Padre gracias como siempre su Homilia no tiene desperdicio 🙏🏻