Homilía Domingo
XIII Ciclo B
Las noticias de
crisis, catástrofes y enfermedades llenan nuestra vida. Sin embargo, de pronto,
aparecen buenas noticias. La palabra "evangelio" significa buena
noticia, una buena noticia que se nos anuncia en medio de muchas otras malas
noticias. El evangelio es parte de esas buenas noticias, no solo porque nos
cuenta cosas buenas, sino sobre todo porque nos da un sentido positivo a la
vida y nos hace vivir con más paz y esperanza.
El evangelio de
hoy nos trae una buena noticia: Jesús ha venido a vencer los males presentes en
nuestra vida. En este evangelio, se nos presentan varios males: la angustia de
un padre que ve a su hija al borde de la muerte, la enfermedad de una mujer que
la ha dejado aislada de toda posible relación con los demás, la indiferencia
del corazón ante los problemas ajenos, la falta de fe en medio de las
dificultades y, finalmente, la muerte que amenaza el inicio de la vida.
A cada uno de
estos males, Jesús les responde con la fuerza del bien. Así, le da esperanza al
padre angustiado, devuelve a la mujer la posibilidad de estar en relación con
los demás y con Dios, transforma la indiferencia en solidaridad, ofrece la
certeza de que la fe puede ser más fuerte que las dificultades y devuelve la
vida como señal de que la muerte no es el designio de Dios para los seres
humanos.
Cada uno de
nosotros podría preguntarse cuáles son los males que hay en nuestro corazón:
¿Estamos llenos de angustia? ¿Nos sentimos alejados de los demás? ¿Nos sentimos
indiferentes ante los problemas ajenos? ¿Hemos perdido la esperanza de que las
cosas pueden mejorar? ¿Estamos abrumados por los problemas?
Jesús viene a
decirnos que quiere tocar nuestras vidas para que podamos mirar más allá de
todo eso que nos duele por dentro. Hay dos momentos en que Jesús hace esto en
el evangelio: se deja tocar y nos toca. Jesús se deja tocar, dándonos la
seguridad de que, por muy grandes que sean nuestros dolores, nuestras miserias
y nuestros pecados, siempre se va a dejar tocar. La mujer del evangelio lo toca
con miedo, porque sabe que no es digna de tocar a Jesús. ¿Y qué hace Jesús? No
solo se deja tocar, por la mujer, sino que la alaba por haberlo tocado, por
haber pensado que sus miserias no son más grandes que su confianza para tocar a
Jesús.
No sé cómo esté
cada uno de nuestros corazones, pero estoy seguro de que todos tenemos cosas
que no nos gustan, que nos duelen y que nos hacen sentirnos mal. Pero hoy Jesús
nos dice que no tengamos miedo de acercarnos a Él, de tocarlo, de experimentar
que Él nos cura, dándonos la certeza de que, sin importar nada, nos ama y nos
quiere sanar. Como nos hace reflexionar San Agustín: "Dichoso aquel al que
la Sabiduría coge de la mano. ¡Ojalá que ella dirija nuestras acciones, que la
justicia tenga mi mano, que la tenga el Verbo de Dios, que Él me introduzca en
su interior, que me conduzca el espíritu que salva, que ordene que me den de
comer! Pues el Pan celestial es el Verbo de Dios".
Además, Jesús se
acerca a tocarnos. Cuando nosotros ya no podemos, cuando parece que nada
podemos hacer, Jesús siempre va a venir a nosotros, como lo hace con la hija
del jefe de la sinagoga. Él llegará hasta donde nos encontremos, espantará todo
lo que nos haga dudar de que Él sí puede sacarnos adelante y nos tocará. Si yo
no puedo tocarlo, Él sí me puede tocar; si yo no puedo levantarme, Él sí me
puede levantar. Cuando nos confesamos, es Jesús quien nos toca y nos levanta;
cuando nos acercamos a la Eucaristía, es Jesús quien nos toca y nos llena de su
amor para volver a levantarnos. Como decía San Jerónimo: "Que Jesús nos
toque también a nosotros y andaremos inmediatamente. Aunque seamos paralíticos,
aunque nuestras obras sean malas y no podamos andar, aunque estemos acostados
en el lecho de nuestros pecados..., si Jesús nos toca, inmediatamente
quedaremos curados". Hoy vamos a tocar a Jesús, lo haremos cuando lo
recibamos en la Eucaristía, pero también lo hacemos cuando abrimos nuestro
corazón a la oración o a la lectura de la palabra de Dios.
Quizá solo nos
faltaría una cosa. También nosotros tenemos que ser como Jesús que se deja
tocar y Jesús que toca. Como nos dice San Pablo en la segunda lectura: "Ya
que ustedes se distinguen en todo: en fe, en palabra, en sabiduría, en
diligencia para todo y en amor hacia nosotros, distínganse también ahora por su
generosidad. Bien saben lo generoso que ha sido nuestro Señor Jesucristo, que,
siendo rico, se hizo pobre por ustedes, para que ustedes se hicieran ricos con
su pobreza". A ejemplo de Jesús, tenemos que distinguirnos por nuestra
generosidad para con los demás. Debemos estar disponibles para que se nos
acerque quien nos necesite y dispuestos a acercarnos a quien nos necesite como
hijos de un Padre que nunca nos deja solos en nuestras situaciones de
dificultad, con la certeza de que ayudando a los que nos necesitan, somos
Cristo que ayuda, y tocando a los necesitados, tocamos a Cristo que ha querido
quedarse en cada uno de nuestros hermanos.
1 comentario:
Maravillosa reflexión dirigida por el Espíritu Santo. Gracias Padre Cipriano
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