sábado, 13 de julio de 2024

ELEGIDOS PARA HACER EL BIEN MEJOR

 HOMILIA XV DOMINGO TIEMPO ORDINARIO CICLO B

Cuando los niños juegan y tienen que hacer equipos, los que son elegidos al principio se sienten muy bien y los que son elegidos al final no tanto, pues ser elegido es muy importante en la vida del ser humano. Todos hemos sido elegidos, empezando con que hemos sido elegidos para venir al mundo. No lo elegimos nosotros, ni tampoco nuestros padres nos eligieron precisamente a nosotros: ellos colaboraron en dar vida a un ser humano que somos nosotros. Pero hay alguien que sí nos elige: Dios nos ha elegido para vivir, para amar y ser amados y para poder ayudar a los demás.

Esta elección no depende de nuestros méritos, ni, a veces, de nuestra voluntad, como muestra el testimonio del profeta Amós. Cuando al profeta le preguntan por su predicación, responde: "Yo no lo he elegido. Yo era un pastor y un cultivador de higos, y Dios me dijo: 'Ve y profetiza a mi pueblo, Israel'". Amós es lo que llamaríamos hoy un laico, una persona que vive de su trabajo, y Dios lo elige para ser un profeta, aquel que hace presente la palabra de Dios en medio del pueblo.

También nosotros hemos sido elegidos por Dios como profetas por nuestro bautismo. Somos profetas con nuestras palabras y con nuestras obras, cuando hablamos con verdad o cuando hacemos un acto de caridad con un necesitado mostramos a Dios que se preocupa de sus criaturas a través de nosotros.

Cuando Jesús que elige a sus apóstoles les da unas instrucciones y los envía resaltando cuatro aspectos que dicen cual el sentido del envío de Jesús.  Primero les envía de dos en dos: La elección de Jesús no es para el individualismo, sino que se debe vivir en comunidad. Es una elección que tiene descubrir al otro, al que camina conmigo, al otro que colabora conmigo también para hacer el bien.

En segundo lugar, la misión tiene que enfrentar la presencia del mal en el mundo. Jesús da a los discípulos poder sobre los espíritus inmundos, sobre el mal: El mal presente en nosotros, o en las personas que queremos, o el que vemos en las estructuras sociales, o el mal de las venganzas, los enojos, las humillaciones al otro. Los males no tienen que darnos miedo, porque tenemos autoridad. Somos más grandes que ese mal, no por nosotros, sino por Jesús que nos hace más fuertes que el mal. En tercer lugar, Jesús nos invita a que confiemos en él y no solo en nuestras capacidades. Es lo que está detrás de la instrucción sobre la mochila, el pan, el dinero. No es que no sean necesarios estos elementos, pero no pueden ser la base de nuestra seguridad: Nuestra seguridad tiene que brotar de la confianza en Dios Nuestro Señor.

Lo cuarto es que somos elegidos para que los demás oigan el bien, la verdad, la belleza del amor de Dios, pero dando siempre la libertad de aceptar o no. Por eso el evangelio habla de los que no escuchan: "Si no los reciben, al abandonar ese lugar, sacudan el polvo de los pies". Nosotros proponemos el evangelio, que es una forma de vida, un sentido de vida, para la existencia como profesional, como padre, como madre, como hija, como hijo, como esposo, pero cada uno con libertad lo debe recibir. En nosotros no debe haber nada, ni el polvo, que obligue a los demás a hacer lo que les decimos.

El evangelio termina diciendo que los discípulos se fueron a predicar la conversión, es decir, la llamada a volver a Dios, a volver a quien nos hace felices. Eso es la conversión. La conversión implica dejar el mal, pero, sobre todo, elegir el bien como prioridad de nuestra vida. La conversión produce la victoria sobre el mal espiritual y el bien de toda la persona. Debemos asumir el compromiso de expulsar los demonios, o sea, purificar la mente humana, limpiar los ojos del alma oscurecidos por las ideologías y por ello no pueden ver a Dios, la verdad y la justicia. Esta doble curación corporal y espiritual es el mandato de los discípulos de Cristo. La misión apostólica debe siempre comprender la predicación de la Palabra de Dios y la manifestación de su bondad con gestos de caridad, de servicio y de entrega. (Benedicto XVI)

El cambio que lleva a cabo el saberse elegidos se muestra en lo que San Pablo llama una vida de bien, de esfuerzo por lo mejor, de irradiación del bien en el mundo. Esto es, una vida de santidad.  Ser elegidos es tener la certeza de ser perdonados y redimidos porque somos amados. Un amor que nos hace amigos de Cristo, una amistad que nos regala el sentido de la vida, un sentido que está guiado por el Espíritu Santo para caminar con esperanza en medio de las circunstancias de la vida

En cada celebración eucarística somos elegidos para recibir a Jesús. Pero no se nos da para nuestro consumo individual, sino para que al recibir la plenitud de Jesús, podamos irradiar el bien, la verdad, el amor, la solidaridad y la justicia. No es que vayamos a cambiar el mundo, pero sí podemos mejorar ese trocito de mundo a nuestro alrededor, en las comunidades de la familia, de la Iglesia, de la sociedad y en los que necesiten de nuestro testimonio y palabra para llenarse de esperanza. Amén.

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