jueves, 25 de diciembre de 2025

¿UNA NAVIDAD NORMAL?

 

HOMILÍA SOLEMNIDAD DE NAVIDAD

Una de las frases que más vamos a repetir en estos días es la de ¡¡Feliz Navidad!! Pero que pasaría si nuestra Navidad no tuviera casi ninguna de las cosas que nosotros asociamos con una navidad normal: podernos reunir con la familia, o tener las posadas, o que Santa no hubiera podido hacer algunos de sus regalos. Sin embargo, a lo mejor, esta sería la Navidad más normal que podríamos vivir. Primero, porque en la primera Navidad, tampoco estuvo Santa, ni hubo comilonas, ni los parientes del niño Jesús pudieron reunirse para una gran cena. Segundo, porque los únicos que llegaron a ver a Jesús en esa noche fueron unos pastores que eran personas que vivían lejos de las comodidades y que no eran considerados como los grandes ejemplos de la manera de vivir según la ley de Moisés. Tercero, porque, aunque nosotros podemos habernos acostumbrado a vivir una Navidad rodeados de muchas cosas bonitas, la mayoría de las familias del mundo no tienen lo que nosotros tenemos en Navidad.

Entonces, ¿qué es una Navidad normal? Las lecturas de esta mañana nos pueden ayudar a juntar las piezas que forman el puzle de una Navidad normal:

La primera pieza es la alegría: El profeta Isaías nos habla de un mensajero que trae buenas noticias, y nos habla de unos vigilantes que se alegran porque el rey llega a la ciudad, también se imagina como si unas ruinas pudiesen hablar y se alegrasen porque lo que las había destruido se termina y ahora viene el tiempo de volver a estar de pie con esplendor. Lo primero que nos deja la Navidad es alegría, la alegría de quien se entera de cosas buenas porque puede ver a quien le va a hacer un gran bien.

La segunda pieza es la redención: La segunda lectura nos dice quién es el que nos llena de alegría: es ni más ni menos que el mismo Hijo de Dios y no solo un mensajero o un enviado. Jesús nos llena de alegría porque, al hacerse hombre como nosotros, nos quita el peso de las obras malas que hay en nuestro corazón. Todos experimentamos un peso en el corazón cuando hacemos algo que no está bien; nos da pena, nos sentimos mal. Y buscamos quitarnos ese peso. A veces lo hacemos contando eso que hemos hecho a alguien, otras veces lo hacemos pidiendo perdón a quien hemos podido ofender, o buscamos confesarnos para sentir el alivio de la absolución. Jesús, al hacerse uno como nosotros, nos dice que le podemos contar todo lo que queramos, que él siempre nos perdona y nos hace sentir el alivio de que las cosas malas de nuestra vida no nos hacen esclavos para siempre.

La tercera pieza es la unión con Dios. Jesús se ha hecho uno de nosotros para hacernos hijos de Dios, es decir, para que nosotros podamos volver a estar unidos a Dios en nuestro corazón. Todos descubrimos que a veces nos cuesta más hacer el bien que hacer el mal, pues nos atraen más las cosas materiales que las cosas espirituales. El evangelio comienza hablando de Dios, de que su Hijo es su Palabra, es decir, quien nos habla de parte de Dios, y de que Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre, para lo cual usa una expresión muy bonita: Y aquel que es la Palabra se hizo hombre y habitó entre nosotros. Por eso su presencia entre nosotros nos permite ser hijos de Dios, esto es, ser más como Él, estar cerca de él, hacer del bien algo más fuerte que el mal, poder hacer, usando la imagen de san Juan, que la luz sea más fuerte que la oscuridad.

El evangelio de hoy termina diciendo que con Jesús se nos ha dado la posibilidad de ser cada día mejores, la posibilidad no solo de saber lo que está bien y lo que está mal, pues eso es lo que hacía la ley de Moisés, resumida en los diez mandamientos, sino sobre todo la posibilidad de hacer el bien, porque Jesús, presente en nuestra vida, se convierte en la guía para nuestro camino.

Todo esto es lo que tendría que ser una Navidad normal: la época del año en que nos llenamos de alegría porque tenemos la certeza de que, al ver a Jesús recién nacido, todo lo malo que puede haber en el mundo o en nosotros, no es más fuerte que lo bueno que Jesús pone en nuestro corazón. Celebrar una Navidad normal es recordar que Jesús nace para que nunca se nos olvide que él siempre está ahí, que no nos abandona, que camina a nuestro lado. Como rezaba el Papa Francisco: Eres tú, Jesús, el Hijo que me hace hijo. Me amas como soy, no como yo me creo que soy; yo lo sé. Al abrazarte, Niño del pesebre, abrazo de nuevo mi vida. Acogiéndote, Pan de vida, también yo quiero entregar mi vida. Tú que me salvas, enséñame a servir. Tú que no me dejas solo, ayúdame a consolar a tus hermanos, porque —Tú sabes— desde esta noche todos son mis hermanos.

Si hacemos esto podremos ayudar a muchos a vivir una Navidad normal, nos llenaremos de alegría, nos sentiremos libres de lo malo que pueda haber en nuestra vida y tendremos la certeza de que Dios ha hecho su casa en nuestro corazón para que seamos buenos con nosotros y con los demás. Que esta Navidad, con los ojos y el corazón de Jesús, podamos descubrir a quién llevar la alegría, el consuelo y la esperanza que Jesús nos regala. Así, ayudaremos a muchos a vivir una Navidad verdaderamente normal, llena de sentido y de amor.

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