HOMILÍA SOLEMNIDAD DE NAVIDAD
Una de las frases que más vamos a
repetir en estos días es la de ¡¡Feliz Navidad!! Pero que pasaría si nuestra Navidad
no tuviera casi ninguna de las cosas que nosotros asociamos con una navidad
normal: podernos reunir con la familia, o tener las posadas, o que Santa no
hubiera podido hacer algunos de sus regalos. Sin embargo, a lo mejor, esta sería
la Navidad más normal que podríamos vivir. Primero, porque en la primera
Navidad, tampoco estuvo Santa, ni hubo comilonas, ni los parientes del niño
Jesús pudieron reunirse para una gran cena. Segundo, porque los únicos que
llegaron a ver a Jesús en esa noche fueron unos pastores que eran personas que
vivían lejos de las comodidades y que no eran considerados como los grandes
ejemplos de la manera de vivir según la ley de Moisés. Tercero, porque, aunque
nosotros podemos habernos acostumbrado a vivir una Navidad rodeados de muchas
cosas bonitas, la mayoría de las familias del mundo no tienen lo que nosotros
tenemos en Navidad.
Entonces, ¿qué es una Navidad
normal? Las lecturas de esta mañana nos pueden ayudar a juntar las piezas que
forman el puzle de una Navidad normal:
La primera pieza es la alegría: El
profeta Isaías nos habla de un mensajero que trae buenas noticias, y nos habla
de unos vigilantes que se alegran porque el rey llega a la ciudad, también se
imagina como si unas ruinas pudiesen hablar y se alegrasen porque lo que las
había destruido se termina y ahora viene el tiempo de volver a estar de pie con
esplendor. Lo primero que nos deja la Navidad es alegría, la alegría de quien
se entera de cosas buenas porque puede ver a quien le va a hacer un gran bien.
La segunda pieza es la redención: La
segunda lectura nos dice quién es el que nos llena de alegría: es ni más ni
menos que el mismo Hijo de Dios y no solo un mensajero o un enviado. Jesús nos
llena de alegría porque, al hacerse hombre como nosotros, nos quita el peso de
las obras malas que hay en nuestro corazón. Todos experimentamos un peso en el
corazón cuando hacemos algo que no está bien; nos da pena, nos sentimos mal. Y
buscamos quitarnos ese peso. A veces lo hacemos contando eso que hemos hecho a
alguien, otras veces lo hacemos pidiendo perdón a quien hemos podido ofender, o
buscamos confesarnos para sentir el alivio de la absolución. Jesús, al hacerse
uno como nosotros, nos dice que le podemos contar todo lo que queramos, que él
siempre nos perdona y nos hace sentir el alivio de que las cosas malas de
nuestra vida no nos hacen esclavos para siempre.
La tercera pieza es la unión con
Dios. Jesús se ha hecho uno de nosotros para hacernos hijos de Dios, es decir,
para que nosotros podamos volver a estar unidos a Dios en nuestro corazón. Todos
descubrimos que a veces nos cuesta más hacer el bien que hacer el mal, pues nos
atraen más las cosas materiales que las cosas espirituales. El evangelio
comienza hablando de Dios, de que su Hijo es su Palabra, es decir, quien nos
habla de parte de Dios, y de que Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre, para lo
cual usa una expresión muy bonita: Y aquel que es la Palabra se hizo hombre
y habitó entre nosotros. Por eso su presencia entre nosotros nos permite
ser hijos de Dios, esto es, ser más como Él, estar cerca de él, hacer del bien
algo más fuerte que el mal, poder hacer, usando la imagen de san Juan, que la
luz sea más fuerte que la oscuridad.
El evangelio de hoy termina
diciendo que con Jesús se nos ha dado la posibilidad de ser cada día mejores,
la posibilidad no solo de saber lo que está bien y lo que está mal, pues eso es
lo que hacía la ley de Moisés, resumida en los diez mandamientos, sino sobre
todo la posibilidad de hacer el bien, porque Jesús, presente en nuestra vida,
se convierte en la guía para nuestro camino.
Todo esto es lo que tendría que ser
una Navidad normal: la época del año en que nos llenamos de alegría porque
tenemos la certeza de que, al ver a Jesús recién nacido, todo lo malo que puede
haber en el mundo o en nosotros, no es más fuerte que lo bueno que Jesús pone
en nuestro corazón. Celebrar una Navidad normal es recordar que Jesús nace para
que nunca se nos olvide que él siempre está ahí, que no nos abandona, que
camina a nuestro lado. Como rezaba el Papa Francisco: Eres tú, Jesús, el
Hijo que me hace hijo. Me amas como soy, no como yo me creo que soy; yo lo sé.
Al abrazarte, Niño del pesebre, abrazo de nuevo mi vida. Acogiéndote, Pan de
vida, también yo quiero entregar mi vida. Tú que me salvas, enséñame a servir.
Tú que no me dejas solo, ayúdame a consolar a tus hermanos, porque —Tú sabes—
desde esta noche todos son mis hermanos.
Si hacemos esto podremos ayudar a muchos a vivir una Navidad normal, nos llenaremos de alegría, nos sentiremos libres de lo malo que pueda haber en nuestra vida y tendremos la certeza de que Dios ha hecho su casa en nuestro corazón para que seamos buenos con nosotros y con los demás. Que esta Navidad, con los ojos y el corazón de Jesús, podamos descubrir a quién llevar la alegría, el consuelo y la esperanza que Jesús nos regala. Así, ayudaremos a muchos a vivir una Navidad verdaderamente normal, llena de sentido y de amor.

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