sábado, 15 de noviembre de 2025

UNA HISTORIA CON FINAL FELIZ

 


HOMILÍA DOMINGO XXXIII TO CICLO C  

De vez en cuando aparecen películas que hablan de un desastre que causa el fin del mundo. A veces es la luna que cae a la tierra, o un terremoto horrible. Cuando oímos hablar de catástrofes nos damos cuenta de que el mundo en que vivimos es imperfecto. Sin embargo, el mundo actúa siempre según sus leyes, las leyes de la física o de la geología. Solamente que estas leyes nosotros no las podemos controlar. En cambio, nosotros no siempre actuamos según las leyes que están escritas en nuestros corazones. Son las leyes del bien, de la justicia, de la solidaridad, del respeto, etc. El problema no es que estalle un volcán, o que haya una inundación, sino que yo estalle en ira contra mi hermano o que yo abuse de mi prójimo.

Las lecturas de hoy nos recuerdan que este mundo tendrá un final. Puede llamarnos la atención que el evangelio nos hable de desastres o de catástrofes, y que nos hable del final de los tiempos, situaciones que Jesús resume en guerras, revoluciones, terremotos, epidemias y hambre, espantos y grandes signos en el cielo.

Hoy también pasan muchas cosas que no son tan buenas: vemos que los mercados se tambalean, que el desempleo se dispara, que muchas personas viven nuevas esclavitudes, que faltan recursos naturales y económicos. Ante todo eso Jesus nos dice: no tengan miedo. Eso son cosas propias de nuestro mundo en el que todo es pasajero y frágil. Cuando algo malo pasa por culpa de la naturaleza, nos tenemos que dar cuenta de que somos limitados y por eso nos podemos enfermar o morir. Hemos de aceptar que somos limitados y que solo Dios es esencial en nuestras vidas.

Y la buena noticia es que esto no es malo. La buena noticia es que para nosotros el final no es lo último, sino el principio de una vida plena, de una vida en la que todos seremos felices para siempre. Por eso, tanto la primera lectura como el evangelio nos dicen que, aunque podamos encontrar sufrimientos o haya cosas que nos den preocupación, sin embargo, hay una promesa de Dios para hacernos felices para siempre. Que, aunque nos veamos imperfectos y tengamos el riesgo de vivir con problemas, siempre es más fuerte lo bueno que lo malo.

Como decía el Vaticano II: Los bienes de la dignidad humana, la unión fraterna y la libertad, es decir, todos los frutos excelentes de la naturaleza y de nuestro esfuerzo, después de haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y según su mandato, los volveremos a encontrar limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados, cuando Cristo devuelva al Padre el reino eterno y universal[1].

Cuando estamos viendo una película y hay escenas de tensión que nos ponen muy nerviosos, algunos hacemos trampa y adelantamos hasta las escenas finales y vemos que el personaje que nos preocupaba no muere, o que acaba salvando a quien estaba en problemas. Entonces volvemos para atrás y seguimos viendo la película, pero ya mucho más tranquilos, porque lo que nos asusta acaba bien al final. Hoy Jesús nos invita a vivir con esperanza y fortaleza, porque Él mismo es la razón de ese final feliz. No es solo que veremos la luz de Dios, sino que veremos a Cristo, la Luz del mundo, cara a cara, experimentando la plenitud de su paz. Él es la promesa y el cumplimiento, el principio y el fin de nuestra historia.

Esto no significa que basta con saber el final y todo se arregla solito. En la vida seguiremos viendo a nuestro lado hambres y guerras, gente que vive sola, niños sin familias, jóvenes atrapados por las drogas, manipulaciones, chismes y vulgaridad, hombres hoy no conocen ni experimentan a Dios, o un consumo/individualismo/comodidad como ejes de nuestra sociedad. Ante todo esto ¿cómo doy testimonio? ¿Yo qué hago? Tenemos que poner de nosotros mismos para que las cosas vayan un poco mejor.

Por eso San Pablo nos dice que tenemos que ser responsables y que hay que trabajar en el tiempo presente. Trabajar no solo para ganar dinero o para conseguir comida. También trabajar para que el matrimonio funcione, o para que los hijos asimilen los valores y las virtudes. La certeza de que todo va a salir bien no nos ahorra el que trabajemos para hacer todo bien y para hacer en todo el bien. Todo esto se resume en la palabra de Jesús, que nos deja dos frases centrales: No tengan miedo y den testimonio.  Hoy se nos invita a llenar nuestro corazón de esperanza, y de compromiso. La esperanza sin el compromiso es irresponsabilidad y el compromiso sin la esperanza es frustración.

Como discípulos de Cristo no podemos ser esclavos de los temores, sino que tenemos que vivir con la certeza de que la ternura providencial del Señor nos acompaña siempre. Aunque no siempre tengamos el control de las cosas, Jesús nos dice que perseveremos junto a Él. Él no es solo un consejero en la tormenta, sino el Salvador que ha vencido a la muerte y, por lo tanto, puede llenar nuestros vacíos. Cristo lleva el timón de nuestra vida y es nuestra ancla de esperanza, si le damos permiso y va a estar ahí ayudándonos en todo momento.

Por ello, pidámosle a Jesús, nuestro Señor y Redentor, que tome el timón de nuestra vida. Que su presencia nos infunda la fortaleza para superar nuestros miedos, y que su Espíritu nos mueva a seguir haciendo todo el bien que podamos en el tiempo que Él, nuestra esperanza cierta, nos dé.


 



[1][1] Gaudium et Spes (GS), 39

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