Fiesta de la Dedicación de la
Basílica de San Juan de Letrán
Estamos celebrando una fiesta que
podría parecernos extraña: la dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán. Tratemos
de entender qué significa y por qué es importante para todos nosotros. La
Basílica de San Juan de Letrán es la primera catedral cristiana en el mundo.
Surgió de la difusión gradual del cristianismo por el Imperio Romano. Fue en el
siglo IV cuando el emperador Constantino, entregó a la Iglesia un terreno que había
pertenecido la familia de los Lateranos, por eso la conocemos como la Basílica
de San Juan de Letrán.
Esta basílica, dedicada a San Juan
Bautista y San Juna Evangelista, se llama la "Madre de todas las
Iglesias". Esta basílica nos recuerda que el templo material construido
con piedras, columnas, ventanas, adornado con imágenes, es una llamada a cada
uno de nosotros para que nos convirtamos en la morada de Dios. Al mismo tiempo,
la iglesia es el lugar donde se lleva a cabo la celebración eucarística y el
culto a Dios.
Estas dos realidades —el templo de
Dios y el lugar de culto— son algo que nunca debemos olvidar. El segundo
mandamiento, "No tomarás el nombre del Señor tu Dios en vano", y el
tercer mandamiento, "Santificarás las fiestas", nos señalan una
realidad: todos dependemos de Dios. Dios es nuestro Creador, nuestro
Sustentador y nuestro Redentor. En justicia, debemos tener una relación muy
especial con Dios: una relación de gratitud y reciprocidad por todo lo que
hemos recibido. Si Dios ha sido generoso con nosotros, nosotros también debemos
ser generosos con Aquel que nos lo ha dado todo. Esto es parte de la dinámica
de cualquier relación personal.
Esta fiesta también celebra la
catedral de Roma, San Juan de Letrán. A veces pensamos que San Pedro en el
Vaticano es la catedral de Roma, pero la catedral de Roma es San Juan de
Letrán. Esto nos recuerda que todos estamos unidos al Papa y por lo tanto, unidos
al primer Papa, San Pedro, que, como
Obispo de Roma, se convirtió en la roca sobre la que Cristo edificó Su Iglesia.
Esta fiesta nos recuerda que todos tenemos una iglesia en Roma, un hogar en
Roma al que acudir a Dios. Así como una familia tiene un hogar materno que
recuerda a todos que pertenecen a la misma familia, la Basílica de San Juan de
Letrán nos recuerda que todos somos parte de la misma familia. ¿Y qué significa
ser parte de esta familia?
Las lecturas de esta fiesta hablan
de lo que significa pertenecer a esta familia. San Pablo a los Corintios nos dice:
somos la casa que Dios construye. Luego habla sobre lo que cada uno de nosotros
debe ser en esa casa que Dios construye. San Pablo dice que se ha convertido en
un buen arquitecto —es decir, ha construido su vida en torno a una relación con
Dios, con su prójimo y con las circunstancias que lo rodean, dándole sentido.
Al igual que las piedras de una casa no se colocan al azar, sino de acuerdo con
un plan, con cimientos, un proyecto y un propósito, de la misma manera cada uno
de nosotros está llamado a ser un buen arquitecto. Ser parte de la familia de
Dios significa convertirnos en buenos arquitectos de nuestras propias vidas.
Por eso San Pablo que dice que somos el templo de Dios, añade: "Mire cada
uno cómo construye". Ser arquitectos de esa casa de Dios que somos,
implica ser conscientes de cómo estamos construyendo nuestras vidas: si estamos
construyendo según el plan de Dios o de cualquier manera otra manera. Podríamos
construir una casa sin sentido, sin un plan, sin cimientos y, por lo tanto,
fácilmente destruible. Esto puede suceder cuando no arraigamos nuestras vidas
en valores, virtudes, una relación con Dios y una relación adecuada con los
demás. Podríamos construir una casa sin espacio para nadie más, solo para
nosotros mismos, una casa destinada a estar vacía, llena de amargura y soledad.
Además podríamos referirnos al Evangelio cuando Jesús dice: "No conviertan
la casa de mi Padre en un mercado". Nosotros podemos convertir ese lugar,
destinado a dar sentido, valor, esperanza, alegría y felicidad, en un mercado
donde lo único que importa es la compra y venta, el costo y el precio, nada
más. Esto conduce a la destrucción de la casa y con un corazón que se fractura
y se arruina. Hoy es un día para preguntarnos sobre nuestros cimientos, nuestro
sentido y nuestro valor.
Hay una cosa más, el profeta
Ezequiel, en la primera lectura, habla del templo de Jerusalén. Es como si cada
uno de nosotros, siendo ese templo construido por Dios —hecho así a través del
bautismo—, fuera llamado a ser una fuente de bien para los demás, a dejar que
fluya de nosotros un río que traiga alegría a los demás. La imagin es hermosa:
que cada uno de nosotros sea como ese río que purifica, da vida y hace florecer
a quienes nos rodean como árboles que dan muchos frutos. En otras palabras, que
nos convirtamos en personas que llevan el bien a todas partes.
Por eso la Iglesia no puede ser una
Iglesia con las puertas cerradas. El Papa Francisco habla de una "Iglesia
en salida". Construir una Iglesia en salida significa convertirnos en
dadores de vida, portadores de frutos, transformadores para quienes nos rodean.
Recordar hoy la Basílica de San Juan de Letrán no es solo una fecha histórica;
es recordar que tenemos un hogar que da a cada uno de nosotros una vocación que
debe volcarse hacia nuestros hermanos y hermanas necesitados. Nos regocijamos
porque tenemos una casa en Roma, pero nos regocijamos aún más porque Dios ha
elegido hacer Su morada en nosotros para que cada uno de nosotros pueda llenar
de alegría la ciudad de Dios: nuestra familia, nuestros hermanos y hermanas,
nuestra sociedad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario