HOMILÍA XXVI TO CICLO C
Cuando nos encontramos en situaciones complicadas nos damos
cuenta de qué es lo importante, lo que es necesario, solo necesitamos estar
bien nosotros, que estén bien los que queremos y hacer que los que queremos
sepan que estamos bien. Pero hay personas que ni siquiera tienen eso y no
tienen a nadie que se llegue a enterar de lo que les puede haber pasado. Es muy
triste cuando tenemos a estas personas cerca y no las vemos. El evangelio hoy
nos quiere decir, que no dejemos que ningún pobre que esté a nuestra puerta se
quede sin nuestra ayuda. Pobre no es el que no tiene dinero, pobre es el que no
tiene alguien que le ayude a salir de sus dificultades.
Jesús nos pone delante de los ojos la historia de Lázaro y
del rico que se la pasaba en banquetes. No es solo la narración de un señor que
es malo y de un pobre al que nadie ayuda: es la historia de todos nosotros. Por
eso el evangelio termina con la frase de Jesús en la que invita a todos a hacer
un examen de conciencia.
El tema del examen es sobre cómo respondemos a los pobres que
están sentados a nuestra puerta. Nosotros somos como ese rico del evangelio,
porque todos nosotros tenemos a alguien a nuestra puerta a quien tenemos que
tender la mano. Ciertamente podemos distraernos con muchas cosas que no son
malas, como ver deportes, seguir series, comer con los amigos. Como quizá el
rico del evangelio estaba preocupado en atender a sus huéspedes o en tener todo
listo para sus banquetes. Pero eso le distraía de lo más importante: ocuparse
del pobre que estaba a su puerta. No es una mala pregunta el cuestionarnos sobre
quién es el pobre a nuestra puerta. Como nos ha dicho el profeta Amós: Canturrean
al son del arpa, creyendo cantar como David. Se atiborran de vino, se ponen los
perfumes más costosos, pero no se preocupan por las desgracias de sus hermanos.
Es una pregunta que Jesús nos había hecho cuando nos contó la materia del
examen final de todos los seres humanos: tuve
hambre y me diste de comer, estuve desnudo y me diste vestido, estuve enfermo o
prisionero y me fuiste a ver.
Hoy Jesús nos invita a ver a nuestros pobres Lázaros, a no
olvidarnos de los que nos necesitan. Por eso Jesús nos dice que tenemos que
escuchar la Ley y los profetas, es decir, vivir el amor a Dios y el amor al prójimo,
como el camino para abrirnos a la buena noticia que Jesús nos ha venido a
anunciar con su vida, con su muerte y con su resurrección.
El evangelio de Lázaro y el Rico es un evangelio para que
cambiemos nuestro modo de proceder y hacernos ver que ni siquiera la resurrección
de Jesus tendría sentido si no somos capaces de amar a Dios y al prójimo, si no
estamos dispuestos a dar lo mejor de nosotros a quien lo necesita. Y eso ¿por
qué? Porque el primero que abrió su puerta para que el pobre entrara a la casa
del rico fue Dios mismo. Porque Dios nos compartió su riqueza, como nos dice
san Pablo en la segunda lectura: Él es el bienaventurado y único soberano,
rey de los reyes y señor de los señores, el único poseedor de la inmortalidad
que habita en una luz inaccesible. Sin embargo, él nos abrió la puerta de
su casa, nos abrió la puerta del cielo. Él nos sentó a su mesa y nos dio a
comer no cualquier cosa, sino su mismo cuerpo y sangre. Él, que es rico, nos
vistió del mejor vestido que es el de hijos de Dios. Él se hizo uno de nosotros
en el seno de la Virgen María, para recordarnos que Dios quiere ayudar a través
de nosotros, los seres humanos.
El nombre de Lázaro significa Dios es mi ayuda. Al ponerle Jesús ese nombre, nos hace ver que
Dios quiere ser ayuda de los demás por medio de cada uno de nosotros. Por eso
el rico del banquete no tiene nombre, para que cada uno de nosotros le pueda
poner el suyo.
Como ha dicho el papa Leon XIV: La invitación bíblica
a la esperanza conlleva, por tanto, el deber de asumir responsabilidades
coherentes en la historia, sin dilaciones. La caridad, en efecto, «representa
el mayor mandamiento social». Todos estamos llamados a crear nuevos signos de
esperanza que testimonien la caridad cristiana, como lo hicieron muchos santos
y santas de todas las épocas: cuántos signos, a menudo escondidos, a los que
quizás no prestamos atención y, sin embargo, tan importantes para sacudirnos de
la indiferencia y motivar el compromiso en las distintas formas de
voluntariado.
Este domingo es para que cada uno de nosotros esté dispuesto
a ser la casa de Dios donde algún pobre puede encontrar refugio, a ser la mesa
de Dios donde algún pobre puede reparar sus fuerzas, a ser la mano de Dios que
cura las llagas espirituales o materiales de algún pobre. Si queremos ser
amigos de Jesús, y si queremos que nuestra vida tenga sentido, tenemos que
seguir no solo el consejo, sino sobre todo el ejemplo que Jesús nos ofrece hoy.
Dejemos que él nos cure de nuestras pobrezas y nos ayude a curar las pobrezas
de los demás.
Sería bueno preguntarnos si en familia nos hemos comprometido con algún Lázaro o alguna Lázara, si tenemos alguien a quien ayudamos con nuestros muchos o pocos bienes para que pueda comer, sanarse, estudiar, tener una vida más digna, sentirse acompañado en su dolor. Que cuando Jesús vuelva a sentarnos a su mesa en esta eucaristía y nos abra la puerta de su corazón, nos inspire también a abrir el nuestro: para ofrecer lo mejor de nosotros mismos y asumir el compromiso de aliviar, las heridas y necesidades de quienes nos rodean.
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