sábado, 20 de septiembre de 2025

CON DINERO... O SIN DINERO...

 

025 TORD HOMILÍA DOMINGO XXVI CICLO C

Las lecturas de este domingo nos hablan de nuestra relación con el dinero y los bienes materiales. De eso habla el profeta Amós: de hombres injustos con los pobres, que buscan hacer fraudes. Es la tentación del ser humano de aprovecharse del otro para obtener ganancias, porque nos dejamos ganar por la avaricia. En el evangelio se nos presenta una persona que, siendo fraudulenta, se prepara el futuro a costa de dañar a un rico, a su amo.

El daño que podemos hacer los seres humanos en el mal uso de los bienes materiales, aparece cuando se convierten en la prioridad absoluta de la vida y nos contaminan de avaricia. A la avaricia no le importa si la otra persona está en necesidad o no. En el evangelio, la avaricia lleva al mal administrador a ocultar sus faltas y a defraudar a su amo, que le había hecho ver su forma incorrecta de comportarse. Sin embargo, el punto es: ¿cómo salimos de esta avaricia que daña a los seres humanos, sean pobres o ricos?

 El evangelio nos deja dos grandes enseñanzas de Jesús sobre este tema: la enseñanza sobre nuestra inteligencia y la enseñanza sobre nuestro corazón. La primera destaca la importancia de la prudencia, es decir, el uso de la inteligencia para encontrar el medio adecuado que nos lleve a un objetivo bueno. Esto no implica ser personas que confundimos la bondad con la insensatez, sino que debemos saber emplear cada una de las cosas que nos son dadas, las circunstancias, las personas, para lograr el bien.

El criterio de una inteligencia que busca el bien sin desviarse lo vemos en los ejemplos del evangelio y del profeta Amós que nos muestran dos inteligencias desviadas: la de una persona que espera el momento para vender más caro, y el de otra que usa la inteligencia para defraudar a su amo y abrirse puertas ante un futuro negativo por su propia corrupción.

Es importante recordar que los bienes materiales no son buenos o malos. El trigo y sus graneros no son malos ni buenos. Los usamos mal cuando la inteligencia está al servicio del mal. El mal que es el fraude, la mentira: alterar la balanza, aumentar el precio de modo injusto. Eso es un mal uso de la inteligencia. Por otra parte, el administrador del evangelio usa su inteligencia para la mentira. Cuando dice a los deudores: “Mira, tú debías cien, pon que debías ochenta”, no solo está defraudando, también está mintiendo.

Jesús no te juzga por si eres rico, o si eres pobre, si tienes mucho, o si tienes poco. Jesús nos cuestiona: ¿para qué estás usando tu inteligencia? ¿Para el bien y la verdad o para el mal y la mentira? Porque los dones naturales que tenemos, o las cosas materiales que poseemos, nos son dados en administración, para que con ellos nuestra inteligencia encuentre el bien.

El segundo criterio que nos deja Jesús es el servicio, por eso dice: no se puede servir a dos señores, a Dios y al dinero. El evangelio de hoy nos pone en guardia ante el dinero, no porque sea malo sino porque tiene un atractivo especial: nos da el goce del tener, nos da posibilidades y comodidades. Jesús nos dice que tengamos cuidado de que todo ese goce, posibilidades y comodidades no nos lleven a que el corazón se cierre a la búsqueda del bien y de la verdad. Hay que buscar siempre el servir a los demás, como dice la canción: con dinero o sin dinero.

El siervo de Dios no es solo una persona que obedece a Dios: es una persona que tiene el mismo corazón de Dios, que tiene el corazón en armonía con su Señor ¿A quién diriges tu corazón? ¿Decides armonizar tu corazón con el corazón de Dios? dice san Pablo en la carta a Timoteo: “Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro Salvador, porque él quiere —es el corazón de Dios—que todos los hombres se salven y que lleguen al conocimiento de la verdad”. El bien y la verdad es el corazón de Dios. Así, en nuestra vida, en nuestra familia, con nuestros hijos, Con nuestros amigos, en nuestro trabajo, ¿buscamos el bien y la verdad? Eso es armonizar el corazón con el de Dios.

Por eso Jesús habla del siervo al que se le puede encomendar mucho porque ha sabido ser fiel en lo poco. ¿Qué es lo poco? Lo poco es el uso de los bienes que tenemos en esta tierra. Entonces, ¿qué es lo mucho? Lo mucho es el goce del amor eterno, la felicidad que solamente Dios puede dar. Si las cosas materiales

nos dan el goce que nos dan, el don de Dios ¡qué gran felicidad nos dará!

Busquemos armonizar nuestro corazón con lo que Dios nos propone. Entonces nuestra vida en la casa o el trabajo, nuestro estudio, nuestras relaciones con los demás, el hacer bien las cosas, el hacer los trabajos a tiempo, con profesionalismo, será una manifestación de un corazón que busca siempre el bien y la verdad en todo, en sus relaciones con los que quiere y en lo material que tiene a disposición. Que nuestra vida sea una manifestación de un corazón que busca el bien y la verdad. Porque ese es el corazón de Dios.

No hay comentarios: