025 TORD HOMILÍA DOMINGO XXVI CICLO C
Las lecturas de este domingo nos
hablan de nuestra relación con el dinero y los bienes materiales. De eso habla el profeta Amós: de
hombres injustos con los pobres, que buscan hacer fraudes. Es la tentación del
ser humano de aprovecharse del otro para obtener ganancias, porque nos dejamos
ganar por la avaricia. En el evangelio se nos presenta una persona que, siendo
fraudulenta, se prepara el futuro a costa de dañar a un rico, a su amo.
El daño que podemos hacer los seres
humanos en el mal uso de los bienes materiales, aparece cuando se convierten en
la prioridad absoluta de la vida y nos contaminan de avaricia. A la avaricia no
le importa si la otra persona está en necesidad o no. En el evangelio, la
avaricia lleva al mal administrador a ocultar sus faltas y a defraudar a su
amo, que le había hecho ver su forma incorrecta de comportarse. Sin embargo, el
punto es: ¿cómo salimos de esta avaricia que daña a los seres humanos, sean
pobres o ricos?
El evangelio nos
deja dos grandes enseñanzas de Jesús sobre este tema: la enseñanza sobre
nuestra inteligencia y la enseñanza sobre nuestro corazón. La primera destaca la
importancia de la prudencia, es decir, el uso de la inteligencia para encontrar
el medio adecuado que nos lleve a un objetivo bueno. Esto no implica ser
personas que confundimos la bondad con la insensatez, sino que debemos saber
emplear cada una de las cosas que nos son dadas, las circunstancias, las
personas, para lograr el bien.
El criterio de una
inteligencia que busca el bien sin desviarse lo vemos en los ejemplos del
evangelio y del profeta Amós que nos muestran dos inteligencias desviadas: la
de una persona que espera el momento para vender más caro, y el de otra que usa
la inteligencia para defraudar a su amo y abrirse puertas ante un futuro
negativo por su propia corrupción.
Es
importante recordar que los bienes materiales no son buenos o malos. El trigo y
sus graneros no son malos ni buenos. Los usamos mal cuando la inteligencia está
al servicio del mal. El mal que es el fraude, la mentira: alterar la balanza,
aumentar el precio de modo injusto. Eso es un mal uso de la inteligencia. Por
otra parte, el administrador del evangelio usa su inteligencia para la mentira.
Cuando dice a los deudores: “Mira, tú debías cien, pon que debías ochenta”, no
solo está defraudando, también está mintiendo.
Jesús
no te juzga por si eres rico, o si eres pobre, si tienes mucho, o si tienes
poco. Jesús nos cuestiona: ¿para qué estás usando tu inteligencia? ¿Para el
bien y la verdad o para el mal y la mentira? Porque los dones naturales que
tenemos, o las cosas materiales que poseemos, nos son dados en administración, para
que con ellos nuestra inteligencia encuentre el bien.
El
segundo criterio que nos deja Jesús es el servicio, por eso dice: no se puede
servir a dos señores, a Dios y al dinero. El evangelio de hoy nos pone en
guardia ante el dinero, no porque sea malo sino porque tiene un atractivo
especial: nos da el goce del tener, nos da posibilidades y comodidades. Jesús nos
dice que tengamos cuidado de que todo ese goce, posibilidades y comodidades no
nos lleven a que el corazón se cierre a la búsqueda del bien y de la verdad. Hay
que buscar siempre el servir a los demás, como dice la canción: con dinero o
sin dinero.
El
siervo de Dios no es solo una persona que obedece a Dios: es una persona que
tiene el mismo corazón de Dios, que tiene el corazón en armonía con su Señor ¿A
quién diriges tu corazón? ¿Decides armonizar tu corazón con el corazón de Dios?
dice san Pablo en la carta a Timoteo: “Esto es bueno y agradable a Dios,
nuestro Salvador, porque él quiere —es el corazón de Dios—que todos los hombres
se salven y que lleguen al conocimiento de la verdad”. El bien y la verdad es
el corazón de Dios. Así, en nuestra vida, en nuestra familia, con nuestros
hijos, Con nuestros amigos, en nuestro trabajo, ¿buscamos el bien y la verdad?
Eso es armonizar el corazón con el de Dios.
Por eso Jesús habla del siervo al que se le puede encomendar mucho
porque ha sabido ser fiel en lo poco. ¿Qué es lo poco? Lo poco es el uso de los
bienes que tenemos en esta tierra. Entonces, ¿qué es lo mucho? Lo mucho es el
goce del amor eterno, la felicidad que solamente Dios puede dar. Si las cosas
materiales
nos dan el goce que nos dan, el don de Dios ¡qué gran felicidad nos
dará!
Busquemos armonizar nuestro corazón con lo que Dios nos propone. Entonces
nuestra vida en la casa o el trabajo, nuestro estudio, nuestras relaciones con
los demás, el hacer bien las cosas, el hacer los trabajos a tiempo, con profesionalismo,
será una manifestación de un corazón que busca siempre el bien y la verdad en
todo, en sus relaciones con los que quiere y en lo material que tiene a
disposición. Que nuestra vida sea una manifestación de un corazón que busca el
bien y la verdad. Porque ese es el corazón de Dios.
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