HOMILIA XVI DOMINGO TIEMPO ORDINARIO CICLO C
Gn 18, 1-10a: Señor, no pases de largo junto a tu siervo
Sal 14, 2-3ab. 3cd-4ab. 5: Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?
Col 1, 24-28: El misterio escondido desde siglos, revelado ahora a los santos
Lc 10, 38-42: Marta lo recibió en su casa. María ha escogido la parte mejor
A
veces queremos solucionar los problemas, y muchos se solucionan, con nuestra inteligencia,
con fuerza de voluntad, poniendo en juego los medios materiales, el dinero. Pero
sabemos que los problemas de fondo del corazón humano no se solucionan tan
fácilmente. Porque en el fondo del corazón humano, hay siempre un fondo que
estamos solos con nosotros mismos. Y es la parte que nos duele o en la que
somos felices, la que se da sentido a nuestra vida. San Agustín decía: “No
salgas fuera de ti, vuelve a tu interior; en el hombre interior habita la
verdad. Y si encuentras que tu naturaleza es mudable, trasciéndete a ti mismo. Dirígete,
pues, hacia allí donde se enciende la misma luz de la razón.”
Es
ahí donde habita Dios. Cuando uno se atreve a entrar en su propio corazón con
humildad, con silencio, con fe, se encuentra con Aquel que puede darle sentido
a todo, incluso al dolor y al fracaso.
Hoy
se nos invita a poner en Dios el centro, como Jesús le dice a Marta: “Marta,
Marta, muchas cosas te preocupan y te inquietan, siendo así que una sola es
necesaria”. Jesucristo no nos dice que las otras cosas no sean reales, que lo
que nos inquieta, nos preocupa no sea real. Sino que si queremos enfrentar esas
cosas que nos duelen, tenemos que ponerlo a Él en el centro.
Eso
es lo que Jesucristo quiso venir a decirnos: Yo te voy a dar lo que tú solo no
te puedes dar. En el evangelio Marta la hermana de Lázaro, está yendo,
viniendo, haciendo lo que hace falta. Sin embargo, Jesús le dice: elige la
parte más importante, la que da sentido a todo lo que hacemos, incluso a lo que
no podemos solucionar, a lo que nos es triste o amargo. Porque incluso en lo difícil,
hay la posibilidad de elegir una parte mejor: la parte que, en medio de todo,
nos llena de paz nuestro corazón.
Ese
es también el mensaje de la primera lectura, que habla de Abraham que reconoce
en los ángeles la presencia de Dios. Y los ángeles le hacen un anuncio: “Dentro
de un año volveré a visitarte y tu mujer habrá tenido un hijo”. Es el cumplimiento
de la promesa que Abraham había recibido de Dios: “Tú tendrás una gran
descendencia”. Abraham había intentado por sus medios, tener esa descendencia,
incluso había buscado tenerla a través de una esclava. Pero todo ha fracasado.
Parece
que Abraham es un fracasado, pero también Dios parece ser un fracasado, porque
ni Abraham consigue lo que quiere, ni parece ser que Dios le da lo que
necesita. Sin embargo, este texto rompe ese fracaso. Dios se hace presente en
la vida de Abraham para decirle que va a tener un hijo de Sara, de la mujer de
la que Él ha prometido que va a tener un hijo. El hijo de la mujer libre, no de
la esclava, el hijo del amor, no de la obligación. El hijo de la entrega mutua,
no del simple cumplimiento.
Dios
no falla, por lo que debemos saber elegirlo siempre, en medio de las
circunstancias que tengamos que vivir, sea en las que estamos llenos de risas,
de ilusión, o en las que son las lágrimas, las preocupaciones, las dudas, los
miedos los que nos asaltan: sigamos siempre eligiéndolo a Él.
San
Pablo en la carta a los colosenses dice en qué consiste el centro, la esencia
de su vida. Dice que Dios ha querido dar a conocer a los suyos un designio
doble: que Cristo vive en nosotros, y que Él es la esperanza de la gloria.
Cristo
vive en nosotros. El día que fuimos bautizados, fuimos hechos hijos de Dios en
Cristo. Cristo está presente dentro de nuestro corazón a través de esa gracia,
de esa amistad. Y eso nos llena de una esperanza: la esperanza de la gloria. La
esperanza de la gloria no es solo la esperanza del cielo, un lugar en el cual
no hay problemas, sino que esa gloria es la presencia de Dios en nosotros, y la
plenitud nuestra como seres humanos, hombres y mujeres plenos para siempre y
felices. Y felices para siempre.
Ser
capaces de tener a Cristo como centro de nuestra vida, no es una realidad que
se consigue de un momento para otro. Él, junto con nosotros, va llevando a cabo
ese proyecto. Esto es un camino que se tiene que ir haciendo a través de elegir
siempre a Jesucristo. Es un camino como el de la promesa de un hijo a Abraham. Ese
hijo tiene que formarse, pasar nueve meses en el seno de su madre y ser dado a
luz. De la misma manera, a cada uno de nosotros, la presencia de Jesucristo debe
irnos transformando poco a poco. Así Jesús da sentido a la vida, da sentido al
trabajo, llena de sentido la familia, nuestras relaciones, el cariño que nos
tenemos, el perdón que nos tenemos que dar.
Hoy se nos invita a poner a Jesucristo en el centro de nuestra vida. Él va a venir a nuestro corazón a través de la Eucaristía, presente de modo real y verdadero, en cuerpo, alma y divinidad. Pero viene para que nosotros podamos transformar nuestra persona, y, con su amor, con su generosidad, hacer mejor todo lo que nos rodea, de modo que podamos vivir desde un centro que no falla: nuestra relación con Dios. Y que podamos dar eso a los demás, aunque no se den cuenta de que se lo estamos dando. Pero en nuestro corazón Jesucristo está actuando. Y a través de nosotros, Jesucristo también está actuando en el corazón de todos los demás. Pidamos al Señor ser capaces de tenerlo en el centro de nuestra vida, de llevarlo a nuestras realidades, y de transmitirlo con amor a aquellos que nos necesitan.
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