Sal 137, 1-2a. 2bc-3. 6-7ab. 7c-8: Cuando te invoqué, Señor, me escuchaste
Col 2, 12-14: Os dio vida en Cristo, perdonándoos todos los pecados
Lc 11, 1-13: Pedid y se os dará
HOMILIA DOMINGO XVII TIEMPO ORDINARIO CICLO C
El evangelio de hoy nos recuerda la importancia de la oración. A veces confundimos la oración con el rezar. Muchas veces cuando pensamos en el trato con Dios, decimos: yo no sé rezar, como si la oración fuese una repetición de fórmulas que hay que saberse de memoria. Las lecturas de hoy nos recuerdan en qué consiste la oración con dos imágenes. La imagen del padre bueno que da cosas buenas y la imagen del amigo que ayuda al amigo necesitado. En estas parábolas parecería que lo importante es lo que se recibe, o sea que el amigo que está en la calle reciba los dos panes que el amigo que esta en casa tiene guardados, o que el hijo que pide de comer, reciba la comida que el padre le da. Pero lo importante es el amigo que da y el amigo que recibe o el padre que da y el hijo que recibe.
O sea lo importante es la experiencia de una relación personal. Y eso es la verdadera oración. Como dice el catecismo de la iglesia católica: Este misterio exige que los fieles vivan de él en una relación viviente y personal con el Dios vivo y verdadero. Esta relación es la oración. La oración, sepámoslo o no, es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de Él.
A veces la oración será pedir y recibir, porque todos necesitadas de algo. Pero lo principal es siempre la relación con la persona a la que pedimos y de la que recibimos. Si no hay amor, si no hay amistad, todo lo demás vale de muy poco. Si yo rezo solo para recibir cosas, es como un negocio, en el que yo digo cosas que te gustan, para recibir cosas que necesito. Pero eso no puede ser la relación con Dios, por lo menos no es la experiencia de Dios que Jesucristo nos quiso manifestar al hacerse humano como nosotros.
Las lecturas de hoy invitan a descubrir la oración como la experiencia de alguien que es importante para nosotros porque nos ama y porque hemos aprendido a amarlo. La frase final del evangelio dice que el Pa dre nos dará el espíritu santo. No dice que nos va a dar riqueza, ni salud, ni éxito. Lo que nos va a dar es el su amor, el amor que es persona en la vida íntima de Dios. Para Dios darnos su amor es darse él mismo. Por eso quiere que tengamos presente la imagen del amigo que no le importa sufrir cualquier molestia para dar lo que el otro necesita. Por eso quiere que tengamos siempre presente la imagen de él como un padre que nunca defrauda y que siempre cumple las expectativas de lo que el hijo necesita porque lo ama con amor infinito y eterno.
De este modo, cuando Jesús enseña a orar a sus discípulos no les enseña un rezo, sino les enseña a dirigirse a Dios desde el fondo de su corazón. Por eso la oración de Jesús comienza reconociendo quien es Dios, que Dios es padre de todos y que está en el cielo, encima de todas las circunstancias que pueden generar incertidumbre en nuestro corazón.
La oración de Jesus continúa con tres peticiones: santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, y la que dice hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Con ellas pedimos tener siempre viva la experiencia de quién es Dios para nosotros: el padre y amigo que da sentido y llena nuestra vida y nuestro entorno. Pedimos que la experiencia de sabernos hijos y amigos, nos haga construir un mundo mejor y más de acuerdo con la voluntad de Dios que consiste que todo sea bueno, como cuando llevó a cabo la creación desde el fondo de su corazón amoroso.
La oración de Jesus continúa con las ultimas peticiones que son muy concretas: la petición del pan, la petición del perdón y la petición de vernos libres del mal. Porque nuestra vida de cada día necesita de fortaleza, necesita de misericordia y necesita de la gracia de Dios para salir adelante. Estas tres peticiones nos recuerdan que ninguno es autosuficiente, pues todos necesitamos que Dios esté muy cerca de nosotros: necesitamos de un padre que nos ama para darnos lo necesario de cada día, para ser más fuertes que nuestras fragilidades y pecados y para atravesar las situaciones en las que el mal, en cualquiera de sus formas, quiera atraparnos.
Que todo esto nos ayude a que entremos a nuestro corazón y pidámos a Dios el poder hacer, o volver a hacer, la experiencia de Él como un Padre y un Amigo. Pidámosle tener, o volver a tener, todos los días un rato para hacerlo presente en las cosas que nos pasan y en los problemas que tenemos. Que podamos hablarle de las personas que queremos o de las que no queremos, para que nos ayude a tener un corazón de hijos y de amigos. Así podremos tomar bien nuestras decisiones, tener la fuerza para perdonar, acoger, compartir y darnos a los otros; para querernos como Dios nos quiere, para ser mejores, para vivir como hijos amados de un Padre que siempre quiere estar cerca de nosotros.
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