HOMILIA DOMINGO XIV CICLO C
La palabra de Dios en este domingo no
solo nos invita a sentirnos enviados a sembrar la palabra de Dios; también nos
lleva a darnos cuenta de cuál es la raíz que nos hace ser testigos de un
mensaje de plenitud en medio de un mundo complicado.
Hay experiencias centrales para toda
persona humana. Una es la necesidad de ser consolados por alguien que nos apoya.
Los seres humanos siempre acabamos defraudados de los horizontes de la vida; no
porque seamos malos, sino porque somos limitados. Aunque a veces busquemos
seguridades en una persona o en una situación, nuestros limites nos obligan a
acabar necesitando el consuelo. El consuelo es muy importante, porque vivimos
en medio de crisis, dificultades, contradicciones, o nos encontramos con asperezas
humanas, materiales, de salud; situaciones que reclaman: ¿quién me puede
sostener?, ¿quién me puede hacer ser capaz de seguir adelante?
El profeta Isaias nos muestra una
imagen muy poderosa: la de una madre que consuela a un niño. Todos como niños, experimentamos
la impotencia, la incapacidad por nosotros solos, de salir adelante las diversas
circunstancias de la vida. Esta experiencia del consuelo no es pasiva o
espiritualizante, se arraiga en una amistad que encontramos en Aquel que nos
consuela. El que nos consuela no es simplemente una buena persona: es alguien
que se ha jugado la vida por nosotros.
De aquí nace la experiencia de una
amistad que nos transforma. San Pablo, dice que lo esencial no son las leyes,
ni las normas, ni las estructuras, sino la relación de cada persona con
Jesucristo, hasta el punto de alcanzar una identificación, como se identifican
dos amigos que se adivinan el pensamiento,se dirigen miradas de complicidad o entienden
el sentido de las bromas que se gastan. Una relación así, que se va profundizando
poco a poco a lo largo de la vida, nos arraiga en un consuelo que da la certeza
de siempre tener fruto, fortaleza y fecundidad.
Aunque mucha gente que no conoce a
Jesucristo ni a Dios, también vive con luminosidad desde sus propias
capacidades, de sus propias formas de entender el mundo, a nosotros se nos ha hecho el don de saber que
podemos enfrentar la vida desde el consuelo y desde la amistad: el consuelo que
Dios nos da, la amistad con Jesucristo. Nosotros enfrentaremos lo mismo que
todos: el desempleo, la pérdida de un hijo, la ingratitud de un familiar, la
necesidad de un sustento para salir adelante. Pero tenemos un gran regalo del que
somos responsables: en nuestro corazón, hay una esperanza, una fortaleza que
nos puede hacer mirar hacia adelante porque se arraiga en la relación con
Jesucristo que se da completamente por nosotros.
Así entramos en el sentido del
evangelio, que habla de la misión de los 72 discípulos. Jesucristo no solamente
envía a los apóstoles, también envía a todos aquellos que son sus discípulos,
los que se consideran amigos de Él. En este envío hay rasgos que nos permiten identificarnos
como aquellos que tienen su certeza en el consuelo de Dios, y que han
descubierto el regalo de la amistad de Jesucristo para mirar la vida.
El primer rasgo es la relación con
Dios: la oración es desde donde se descubre que es Dios quien guía la siembra
de la esperanza en nuestro mundo y que nos hace entender que todo lo que
podemos hacer en la vida tiene ´persistencia si
está en relación con Dios.
Lo segundo es la importancia de la
libertad ante las cosas materiales pues no son las cosas materiales las que van
a dar los frutos. A veces nos sentimos satisfechos porque hacemos grandes obras,
como hospitales, escuelas, libros, organizaciones… Entonces Jesús dice: “ten
cuidado con las alforjas y los bastones”; alforjas y los bastones, ¿qué son?
Las cosas que te dan seguridad y que no se apoyan en la relación con Dios sino
con uno mismo. ¿Qué te da seguridad? ¿El aplauso? ¿La autosatisfacción? ¿el
dinero? Si esos son los cimientos estaríamos tiñendo todo de individualismo, en
vez desde el reconocimiento del don de una certeza y una amistad que es el
Reino de Dios.
También tenemos que ser conscientes de
que habrá personas que no van a aceptar el don que les estamos proponiendo. Entonces
tendremos que respetar la libertad al “sacudirse el polvo de los pies”, que es
un modo de decir: “yo respeto profundamente tu libertad”. Pero ¿por qué se
rechaza ese don? Ese es un juicio que solamente Dios puede hacer, pues solo Él
conoce lo que cada uno en su corazón haya hecho para aceptar el don que se le
ha ofrecido.
. Por nuestra parte tenemos que ser
hombres y mujeres transmisores de la paz; pero no solamente de la paz que dice:
“estate tranquilo”, sino la paz que nace de la plenitud que hay dentro del
propio corazón, reflexionando si se está siendo fiel al don recibido para que,
en cualquier circunstancia que nos toque vivir: el trabajo, la amistad, la
salud y la enfermedad, lo hagamos las desde la certeza de la amistad con
Jesucristo.
Hoy también se nos invita a mirar a
nuestro alrededor: las personas que queremos, y son importantes para nosotros. Ser
enviados es tener la generosidad de transmitir a otros ese mismo don que hemos
recibido con solidaridad, con el ejemplo, con nuestro estilo de vida. Entonces
tendremos la certeza de que estamos siendo parte de sus discípulos, de que
estamos siendo parte de la paz que Dios quiere que reine en el corazón de todos
los seres humanos.
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