HOMILIA SAGRADO CORAZON CICLO C
Hoy celebramos la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, un misterio profundo y tierno que nos introduce en el centro del amor de Dios. Normalmente pensamos en el corazón de Jesús según las imágenes con las que la tradición nos la han presentado, la imagen de Jesús, con un signo de su mano invitándonos a acercarnos a él, y con los brazos abiertos, como diciendo vengan a mí y la otra mano señalando su pecho abierto en el se nos presenta un corazón con cuatro signos, el signo del fuego, el signo de la cruz, la herida de la lanza y una corona de espinas a su alrededor. Todos estos signos nos hablan del tipo de amor que nos tiene Jesús. Es un amor que suma el dolor, la pasión, la entrega hasta el final, y el reinado abierto a todos los seres humanos que sufren. Ciertamente no es una imagen que nos hable de una amistad débil. No se trata simplemente de una imagen piadosa o una devoción sentimental, sino de una verdad central de nuestra fe: el Corazón de Cristo es la manifestación concreta del amor divino que nos busca, nos restaura y se alegra con nosotros. Las lecturas que hemos escuchado nos iluminan para comprender mejor el sentido y la fuerza de este misterio
La primera lectura, del profeta Ezequiel, nos presenta a
Dios como el pastor que busca personalmente a sus ovejas. "Yo mismo
buscaré a mis ovejas y las cuidaré", dice el Señor. Aquí no se trata de un
simple administrador que delega responsabilidades; es Dios mismo quien se
involucra, quien va tras la oveja herida, quien se hace cercano. Esta imagen
anticipa la revelación plena del Corazón de Jesús: un corazón pastor, que no se
resigna ante la pérdida ni se conforma con la mayoría, sino que ama a cada uno
hasta el extremo.
El Salmo 22, que tantas veces hemos rezado, es la respuesta
agradecida de quien ha experimentado ese amor pastoral: "El Señor es mi
pastor, nada me falta". Quien ha conocido el Corazón de Jesús puede decir
con verdad estas palabras. Incluso en el valle tenebroso, en los momentos de
dolor y oscuridad, su cayado nos sostiene. No estamos solos. Su presencia nos
conforta. Su Corazón es hogar, es descanso, es alivio.
La segunda lectura, de la carta a los Romanos, nos lleva al
centro del misterio: "La prueba de que Dios nos ama está en que Cristo
murió por nosotros cuando aún éramos pecadores". El amor del Corazón de
Jesús no es una respuesta a nuestro mérito, sino iniciativa pura, gratuita,
compasión infinita. Nos ama no porque seamos dignos, sino porque su naturaleza
es amar. Y ese amor se manifiesta en la cruz, en ese Corazón traspasado que
permanece abierto como fuente de misericordia.
Jesús mismo, en el Evangelio según san Lucas, nos revela la
alegría de su Corazón. Cuenta la parábola de la oveja perdida y hallada, y nos
invita a compartir su alegría: "¡Alégrense conmigo! He encontrado la oveja
que se me había perdido". El Corazón de Jesús no conoce el desprecio ni la
indiferencia. Todo lo contrario: se conmueve, se inquieta, se pone en camino
para buscar al extraviado. Y cuando lo encuentra, no lo reprende, sino que lo
carga con ternura sobre sus hombros y hace fiesta.
Este es el Dios en quien creemos: no un juez lejano, sino un
Corazón palpitante de amor. Y por eso hoy, más que nunca, necesitamos volver a
este Corazón. En un mundo herido por el individualismo, el egoísmo, la frialdad
y la violencia, el Sagrado Corazón nos recuerda que hay un camino distinto: el
del amor que se entrega, que se sacrifica, que perdona, que sana.
San Juan Pablo II, en su homilía en Paray-le-Monial, el 5 de
octubre de 1986, dijo estas palabras profundas: "Cristo vino a revelar a
la humanidad el amor que arde en su Corazón. Ese Corazón ha sido traspasado por
la lanza, y de él han brotado sangre y agua, signos de la Eucaristía y del
Bautismo, manantiales de vida para la Iglesia". El Papa nos recordaba así
que la devoción al Sagrado Corazón no es una devoción más, sino una síntesis
viva del Evangelio. Mirar al Corazón de Cristo es mirar al centro de nuestra
fe.
Pero esta devoción no puede quedarse solo en palabras o
gestos exteriores. Nos interpela profundamente. Nos invita a dejarnos amar,
pero también a amar como Él. Nos pide corazones semejantes al suyo: corazones
humildes, pacientes, misericordiosos. Corazones capaces de buscar al hermano
perdido, de consolar al herido, de alegrarse con el retorno del pecador. Ser
devotos del Corazón de Jesús es aceptar ser transformados por Él.
El Corazón de Jesús late hoy por cada uno de nosotros. No
hay herida que no pueda sanar, ni pecado que no pueda perdonar, ni frialdad que
no pueda derretir. Solo pide una cosa: que abramos nuestro corazón al suyo. Que
lo dejemos entrar. Que le entreguemos nuestras cargas, nuestros miedos,
nuestras heridas. Y que, desde esa unión, seamos en el mundo testigos de su
amor. Pongamos ante Él nuestra vida. Digámosle con confianza: Jesús, manso y
humilde de Corazón, haz nuestro corazón semejante al tuyo. Amén.
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