sábado, 3 de mayo de 2025

¿ME AMAS? CUIDA DE TU PROJIMO

HOMILIA III DOMINGO DE PASCUA CICLO C

 El evangelio de hoy nos presenta tres situaciones en las que nos podemos encontrar los seguidores de Jesús ressucitado. 

La primera situación es la de ser pescadores con barcas vacías en la noche.  Es cuando no somos capaces de llenar nuestra vida con algo que nos dé felicidad. Nosotros, también, hemos echado repetidamente la red y no hemos recogido nada. A veces podemos sentir que nuestro matrimonio este vacío, vacío de amor, vacío de alegría, vacío de apoyo mutuo. Podemos sentir que todo lo que hacemos por los demás está vacío, porque no hay gratitud, no hay comprensión, porque parece que no hay resultados a todo nuestro esfuerzo. Podemos sentir que al final del día nuestra barca está vacía con una oscuridad, que puede estar hecha de amargura o de decepciones, o de tristezas.

Este es el sentir de estos discípulos de la barca vacía en la noche. Ante esto, es importante que tengamos la certeza de que siempre, siempre, Jesús llegará a nuestra vida y nos gritará desde la orilla: «Echen la red hacia la otra parte: busquen de otro modo la felicidad, con más confianza en mí. Busquen con fe y oración, y encontrarán lo que hasta ahora han buscado en vano».

Hay un segundo tipo de discípulos, los pescadores lejos de la orilla que descubren a Jesús. No siempre estamos cerca de él, pero él hace todo para que lo podamos escuchar y, aunque con dudas, seguir sus instrucciones en nuestra pesca. Somos esos discípulos con un compromiso un poco a medias, seguidores de Jesús más por costumbre que por convencimiento y compromiso. De todos modos, nos esforzamos por seguir sus mandamientos, por ser caritativos, por no hacer mucho daño a los demás.

Y entonces nos damos cuenta de que debemos hacer algo para estar más cerca de Jesús, que quizá debemos confesarnos o hacer más oración,  o trabajar en un apostolado que dé más sentido a nuestro tiempo, a veces distraído entre series de televisión y partidos de nuestro deporte favorito. Como Pedro, nos animamos a lanzarnos de la barca en la que estamos para acercarnos más a Jesús, pero descubrimos que algo nos falta. Dice el evangelio que Pedro se puso una túnica porque no estaba vestido, es decir le faltaba la túnica, que es el símbolo de ser hijo de Dios. Pedro se se acuerda de que es hijo de Dios y se lanza al agua al encuentro con Jesús. Para ser discípulos que nos lanzamos a estar más cerca de Jesús, tendremos que recordar nuestra condición de hijos de Dios, así lo descubriremos en la oración, detrás de un amanecer, o cuando sentimos que hemos superado una prueba difícil. Otras veces reconoceremos al Señor detrás de un hermano que nos necesita y nos lanzaremos al agua de la solidaridad con el pobre, de la atención al necesitado, del perdón al que nos ofende. Como él dijo: lo que hagan a cualquiera que sufre, a mí me lo están haciendo.

Y en tercer lugar, podemos ser los discípulos que están a su lado compartiendo el pan y el pescado. De hecho, es lo que hacemos cada domingo: nos reunimos junto a Jesús y lo escuchamos y lo recibimos en nuestro corazón. Detrás de lo que nos cuenta el evangelista hay un hermoso símbolo eucarístico.  Dice San Juan que, cuando los discípulos llegan a la playa, se encuentra unas brasas, un pescado y un pan. Muchos de nosotros podremos recordar que para los primeros cristianos la palabra pescado, en griego, era un símbolo de Jesús el Señor Resucitado, porque las primeras letras de la palabra pescado en griego, forman una confesion de fe: estamos diciendo que Jesús es el hijo de Dios y es nuestro salvador. Asimismo, el fuego representa su muerte y también la luz de la resurrección: somos los discípulos que reconocemos quien es Jesús porque se ha sacrificado por nosotros. De hecho, en la segunda lectura, san Juan nos habla de un cordero, que ha sido sacrificado y es el vencedor de todo mal. Jesús el cordero de Dios que por nosotros muere y para nosotros resucita. Y lo reconocemos a través de la eucaristía que cada domingo se ofrece y se nos da.

En este domingo de pascua, somos invitados a descubrir qué discípulos somos de Jesús: los que están en la noche, los que están un poco lejos, o los que están cercanos en su vida y compromiso. Pero seamos como seamos, tengamos la certeza de que siempre Jesús estará en la orilla cercana para decirnos que estamos siempre dentro de su amor por nosotros.

El modo de saber el camino que tenemos que seguir como discípulos de Jesús está en las preguntas de Cristo a Pedro: ¿Me amas? Entonces apacienta mis corderos. Como decía San Agustín: el Señor confía a Pedro que le declara su amor, sus corderos, diciéndole: Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas, como si dijera: «¿Qué crees que significa para mí el que tú me amas? Muéstrame tu amor en tus ovejas. Tienes dónde mostrar tu amor hacia mí, dónde ejercitarlo: apacienta mis corderos». Nuestro amor por Jesús se tiene que manifestar en nuestro amor por nuestros hermanos, en nuestro amor por todos aquellos a los que Jesús considera sus ovejas, aquellos por los que él ha dado su vida. Hoy Jesús podría preguntarte: ¿me amas? Pues cuida a tu familia. ¿Me amas? Pues preocúpate por los necesitados. ¿Me amas? Acércate a quienes necesitan de tu consejo o de tu solidaridad. Porque por todos ellos Jesús nos ha amado, hasta dar su vida por nosotros.

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