HOMILIA III DOMINGO DE PASCUA CICLO C
El evangelio de hoy nos presenta tres situaciones en las que nos podemos encontrar los seguidores de Jesús ressucitado.
La primera situación es la de ser pescadores
con barcas vacías en la noche. Es cuando
no somos capaces de llenar nuestra vida con algo que nos dé felicidad. Nosotros, también, hemos
echado repetidamente la red y no hemos recogido nada. A veces
podemos sentir que nuestro matrimonio este vacío, vacío de amor, vacío de
alegría, vacío de apoyo mutuo. Podemos sentir que todo lo que hacemos por los
demás está vacío, porque no hay gratitud, no hay comprensión, porque parece que
no hay resultados a todo nuestro esfuerzo. Podemos sentir que al final del día
nuestra barca está vacía con una oscuridad, que puede estar hecha de amargura o
de decepciones, o de tristezas.
Este es el sentir de estos discípulos de
la barca vacía en la noche. Ante esto, es importante que tengamos
la certeza de que siempre, siempre, Jesús llegará a nuestra vida y nos gritará
desde la orilla: «Echen
la red hacia la otra parte: busquen de otro modo la felicidad, con más
confianza en mí. Busquen con fe y oración, y encontrarán lo que hasta ahora han
buscado en vano».
Hay un segundo tipo de discípulos,
los pescadores lejos de la orilla que descubren a Jesús. No siempre estamos
cerca de él, pero él hace todo para que lo podamos escuchar y, aunque con dudas,
seguir sus instrucciones en nuestra pesca. Somos esos discípulos con un compromiso
un poco a medias, seguidores de Jesús más por costumbre que por convencimiento
y compromiso. De todos modos, nos esforzamos por seguir sus mandamientos, por
ser caritativos, por no hacer mucho daño a los demás.
Y entonces nos damos cuenta de que
debemos hacer algo para estar más cerca de Jesús, que quizá debemos confesarnos
o hacer más oración, o trabajar en un apostolado que dé más sentido
a nuestro tiempo, a veces distraído entre series de
televisión y partidos de nuestro deporte favorito. Como Pedro, nos animamos a
lanzarnos de la barca en la que estamos para acercarnos más a Jesús, pero descubrimos
que algo nos falta. Dice el evangelio que Pedro se puso una túnica porque no
estaba vestido, es decir le faltaba la túnica, que es el símbolo de ser hijo de
Dios. Pedro se se acuerda de que es hijo de Dios y se lanza al agua al
encuentro con Jesús. Para ser discípulos que nos lanzamos a estar más cerca de
Jesús, tendremos que recordar nuestra condición de hijos de Dios, así lo descubriremos
en la oración, detrás de un amanecer, o cuando sentimos que hemos superado una
prueba difícil. Otras veces reconoceremos al Señor detrás de un hermano
que nos necesita y nos lanzaremos al agua de la solidaridad con el pobre, de la
atención al necesitado, del perdón al que nos ofende. Como él dijo: lo que
hagan a cualquiera que sufre, a mí me lo están haciendo.
Y en tercer lugar, podemos ser los
discípulos que están a su lado compartiendo el pan y el pescado. De hecho, es
lo que hacemos cada domingo: nos reunimos junto a Jesús y lo escuchamos y lo
recibimos en nuestro corazón. Detrás de lo que nos cuenta el evangelista hay un
hermoso símbolo eucarístico. Dice San
Juan que, cuando los discípulos llegan a la playa, se encuentra unas brasas, un
pescado y un pan. Muchos de nosotros podremos recordar que para los primeros
cristianos la palabra pescado, en griego, era un símbolo de Jesús el Señor Resucitado, porque las primeras letras de la
palabra pescado en griego, forman una confesion de fe: estamos diciendo que Jesús es el hijo de
Dios y es nuestro salvador. Asimismo, el fuego representa su muerte y también
la luz de la resurrección: somos los discípulos que reconocemos quien es Jesús
porque se ha sacrificado por nosotros. De hecho, en la segunda lectura, san Juan nos habla
de un cordero, que ha sido sacrificado y es el vencedor de todo mal. Jesús el
cordero de Dios que por nosotros muere y para nosotros resucita. Y lo
reconocemos a través de la eucaristía que cada domingo se ofrece y se nos da.
En este domingo de pascua, somos
invitados a descubrir qué discípulos somos de Jesús: los que están en la noche,
los que están un poco lejos, o los que están cercanos en su vida y compromiso.
Pero seamos como seamos, tengamos la certeza de que siempre Jesús estará en la orilla
cercana para decirnos que estamos siempre dentro de su amor por nosotros.
El modo de saber el camino que tenemos que seguir como discípulos de Jesús está en las preguntas de Cristo a Pedro: ¿Me amas? Entonces
apacienta mis corderos. Como decía San Agustín: el Señor confía a Pedro que
le declara su amor, sus corderos, diciéndole: Apacienta mis corderos, apacienta
mis ovejas, como si dijera: «¿Qué crees que significa para mí el
que tú me amas? Muéstrame tu amor en tus ovejas. Tienes dónde mostrar tu amor hacia
mí, dónde ejercitarlo: apacienta mis corderos». Nuestro amor por Jesús se
tiene que manifestar en nuestro amor por nuestros hermanos, en nuestro amor por
todos aquellos a los que Jesús considera sus ovejas, aquellos por los que él ha
dado su vida. Hoy Jesús podría preguntarte: ¿me amas? Pues cuida a tu familia. ¿Me
amas? Pues preocúpate por los necesitados. ¿Me amas? Acércate a quienes
necesitan de tu consejo o de tu solidaridad. Porque por todos ellos Jesús nos
ha amado, hasta dar su vida por nosotros.
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