HOMILÍA I DOMINGO DE CUARESMA C
Cada año, al inicio de la Cuaresma,
se nos presenta el Evangelio de las tentaciones de Jesús. En este relato, Jesús
es tentado, es decir, se enfrenta al mal como una posibilidad real de elección.
Esa es la esencia de la tentación: presentarnos algo que resulta atractivo,
aunque implique una ruptura con nuestra dignidad, la dignidad de los demás y
nuestra relación con Dios. La tentación no es solo el deseo de algo prohibido,
sino la lucha interna entre lo que sabemos que es correcto y lo que, a pesar de
ser incorrecto, se nos presenta como deseable. La verdadera tentación radica en
que, aunque sabemos que algo está mal, el atractivo emocional o psicológico de
realizarlo puede ser mayor que nuestro compromiso con el bien.
El Evangelio de las tentaciones se
nos ofrece como una advertencia al iniciar la Cuaresma, recordándonos que el
mal siempre se nos presentará a lo largo de nuestra vida. La forma en que se
manifiesta depende de nuestra etapa de vida. En la infancia, la tentación puede
presentarse al sentir el deseo de mentir, tomar algo ajeno o engañar a los
padres, aun sabiendo que está mal. En otras etapas de la vida las tentaciones
pueden tener consecuencias más graves, como la deshonestidad en el trabajo, la
falta de fidelidad en una relación o la injusticia con los demás, o pueden
presentarse en forma de corrupción, abuso de poder, la búsqueda del propio beneficio a costa de
los demás, la crítica destructiva, la difamación o el daño a la reputación de
otros.
El mal se hace presente casi de
modo constante. Nos impulsa a priorizar el éxito personal sobre el bienestar de
los demás, a buscar placer sin considerar el daño que podría causar y a colocar
la seguridad en lo material antes que en lo espiritual. La tentación de obtener
poder a cualquier costo, de manipular a otros para beneficio propio o de
distorsionar valores fundamentales es algo que todos, en algún momento,
enfrentamos.
El Evangelio nos presenta tres
tentaciones que Jesús enfrentó y que son también tentaciones que nosotros experimentamos.
La primera es la tentación del pan: "Si eres el Hijo de Dios, haz que
estas piedras se conviertan en pan". Representa la tentación de resolver
nuestras necesidades materiales a costa de nuestros principios. La segunda es
la tentación del poder: "Todo esto te daré si, postrándote ante mí, me
adoras". Nos habla del deseo de dominio y de obtener poder sin importar
los medios. La tercera es la tentación de manipular a Dios: "Tírate desde
lo alto del templo, porque Dios enviará a sus ángeles para que te cuiden".
Se refiere a la tentación de usar la relación con Dios para nuestro beneficio
personal. Estas tres tentaciones se manifiestan de distintas formas en nuestra
vida diaria. Podemos verlas en la tendencia a querer manipular las cosas según
nuestra conveniencia, en la búsqueda de superioridad sobre los demás o en la
corrupción de lo sagrado, ya sea en la familia, la amistad o el matrimonio,
para satisfacer nuestro egoísmo.
El efecto de seguir el mal es
siempre el sentirse defraudado. San Pablo, en la segunda lectura, nos recuerda
que "ninguno que cree en Jesús será defraudado". Pero Cuando elegimos
el mal, tarde o temprano nos damos cuenta de que nos defrauda, como sucede en
la adicción, la infidelidad o la deshonestidad. Al principio, pueden parecer
opciones que nos traen placer o beneficio, pero con el tiempo generan vacío y culpa
y nos dejan un sentimiento de insatisfacción.
¿Cómo podemos enfrentar la
tentación? La respuesta que nos da Jesús es clara: la victoria sobre la
tentación se logra a través de una relación sólida con Dios. No se trata de
evitar el mal por miedo o represión, sino de fortalecer nuestra amistad con
Dios hasta el punto en que el amor por Él sea más fuerte que la atracción de la
tentación. La primera lectura habla de cómo el pueblo de Israel recuerda todo
lo que Dios ha hecho por ellos: su liberación de la esclavitud, la alianza y la
promesa de una tierra donde "mana leche y miel". Por eso, en este
primer domingo de Cuaresma, el mensaje central es claro: no te apartes de tu
mejor amigo, que es Dios. La Cuaresma no es solo un tiempo de sacrificios
externos, sino una oportunidad para fortalecer nuestra amistad con Dios.
¿Cómo puedo ser un mejor amigo de
Jesús? La oración es un camino fundamental para fortalecer nuestra amistad con
Él. También lo es el dominio de nosotros mismos por amor a Cristo, lo que se
expresa en el ayuno y la abstinencia. Además, una forma preciosa de ser amigo
de Jesús es la solidaridad, la misericordia y el servicio a los demás. No
olvidemos que Jesús nos enseñó que ‘Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo
les mando’ y su mandamiento más importante es: ‘Ámense los unos a los otros
como yo los he amado’. Vivamos esta Cuaresma con conciencia de las tentaciones
y de la atracción del mal, pero, sobre todo, fortaleciendo nuestra amistad con
Dios, quien llena nuestro corazón de verdadera felicidad y nos invita a que tambien otros la encuentren.
1 comentario:
Hola BD padre Cipriano gracias por la interesante reflexión y si estoy de acuerdo con usted de estar cuidándonos de no caer en tentación, de darnos cuenta de que la vía más importante para nosotros es que nuestro padre Dios habite en nosotros a través de la oración. Reciba un abrazo de oraciones padre Cipriano.
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