HOMILIA VIII DOMINGO TO CICLO C
A veces se nos mete una basurita en un ojo, y lo pasamos muy
mal. Entonces pedimos apoyo para que alguien nos ayude a sacarla. Lógicamente,
cuando hacemos esto, se lo pedimos a quien tenga buena vista y tenga cuidado:
buena vista para que descubra dónde está la basurita y cuidado para que no nos
deje tuertos en el intento de ayudarnos. Porque, para ayudar a otros, no basta
con querer hacerlo; es necesario saber hacerlo, porque, si no, se hace más daño
que bien. Hoy Jesús, nos habla del
corazón que tenemos que tener a la hora de ayudar a los demás. Jesús pone una
comparación un poco extrema cuando habla de alguien que tiene una viga en un
ojo. Por eso nos habla de que, para ayudar a los demás, primero tenemos que
fijarnos en nosotros y descubrir si hay algo que nos impide ayudar de verdad a
otro y no lastimarlo más.
Jesús habla del ojo, pero a lo que en verdad se está
refiriendo es a nuestro corazón. Y, sobre todo, lo que viene a decirnos es que,
si de verdad queremos ayudar a los demás, tenemos que hacerlo con un corazón
bueno, porque el corazón bueno es el que va a hacer el bien. Si yo quiero
ayudar a otro solo para que me aplaudan o para que hablen bien de mí, voy a
acabar haciendo más mal que bien. Porque, si yo no consigo mi objetivo egoísta
a la hora de ayudar a otro, es posible que lo acabe perjudicando.
Todos tenemos alguna viga que nos impide hacer el bien de
verdad. Cuando, al hacer el bien, lo que brota de nuestro corazón es el enojo,
la ira, o cuando, como decimos, al hacer el bien lo que hacemos es amarrar
navajas, eso quiere decir que nuestro corazón tiene alguna herida y no está
haciendo el bien, sino que está desahogándose. Seguro que todos tenemos
ejemplos de personas que, queriendo hacer un bien, al final lo que hacen es un
mal.
Esto es semejante a cuando se nos mete un virus en una
computadora. La máquina está ahí y los programas también están ahí, pero todo
corre mal y no funciona como debería. Cuando el corazón está lleno del virus
del egoísmo, de la soberbia, la computadora de nuestro espíritu y de nuestra
vida no corre bien. O cuando el corazón tiene un virus por una herida que se ha
recibido, por un daño que alguien nos hizo, entonces la computadora de nuestra
vida personal no funciona bien. Siempre es importante estar atento a saber cómo
corren los programas en la computadora de nuestro corazón.
Por eso, hay que empezar por detectar aquello que hay en mí
que me puede cegar o hacer que mi juicio sea equivocado. No podemos encontrar
el bien y la verdad si nos encerramos en nuestras ideas o en nuestros
prejuicios, porque no podremos tender puentes o facilitar diálogos y acuerdos.
También hay que revisar esa seguridad que nos hace pensar que tenemos razón en
todo, porque eso sería como una viga que tapa y deforma todo. Tampoco podemos
decir que buscamos hacer el bien si solo tenemos en cuenta nuestro bien
particular, nuestros gustos y conveniencias, perdiendo de vista o ignorando a
los otros.
A eso se refiere Jesús con la viga en el ojo: a que tengo que
ayudar con un corazón bondadoso, con un corazón generoso, con un corazón que
hace el bien sin esperar a cambio una recompensa. Por eso, Jesús, que empieza
hablando de un ciego y de una viga y sigue hablando de un árbol, termina este
Evangelio hablando del corazón. El corazón es esa parte de nosotros que
simboliza nuestro modo de amar, nuestro modo de relacionarnos con los demás,
con nosotros mismos y con Dios. Y es muy importante que nuestro corazón busque
siempre ser como el corazón de Jesús: un corazón bueno, que busca el bien de
los otros; un corazón bueno, que habla bien de los otros; un corazón bueno, que
piensa lo bueno para los otros. Como
decía San Juan Crisostomo: "Si quieres corregir a tu hermano, no lo
hagas como un enemigo que busca venganza, sino como un médico que aplica un
remedio. No para exponerlo al escarnio, sino para sanarlo con
mansedumbre." Tenemos que tener un corazón como el de Jesús, porque es
lo único que nos salva de que el mal se apodere de nosotros y, en vez de ser
personas que ayudan, acabemos siendo personas que lastiman a los demás.
Este domingo, Jesús nos invita a que lo miremos a Él como a
un espejo en el que tenemos que reflejarnos para descubrir cómo es nuestro
corazón y cuáles son los frutos que queremos dar. Dice el catecismo: La pureza de corazón está relacionada
con la rectitud de la intención y la caridad, pues hace que el hombre pueda ver
a los demás de manera justa, sin egoísmo ni malicia, y ser auténticamente
generoso con ellos. Si vemos que nuestro corazón va sacando el bien, la bondad, el perdón, la
solidaridad, la generosidad, la paz, la justicia, la dignidad, el respeto...,
querrá decir que estamos en el camino correcto. Y eso se notará hasta en las
palabras que salgan de nuestra boca.
En cada Eucaristía, Jesús vuelve a acercarse a nosotros para,
con su amor, con su presencia real en el pan y en el vino, su Cuerpo y su
Sangre, quitar las vigas que hay en nuestro corazón, para, con su amor,
transformarnos en corazones buenos que hacen el bien en su nombre.
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