HOMILÍA EL BAUTISMO DEL SEÑOR CICLO C
Con el domingo en que se recuerda
el bautismo del señor en el Jordán, termina el tiempo de navidad y comienza el
tiempo ordinario. De hecho este tiempo ordinario ya ha empezado: se ha
reanudado la vida normal, la escuela, el trabajo y es como si nada hubiera
pasado en el tiempo de navidad. Pero ahora nos toca vivir la presencia del niño
Jesus en la vida diaria a lo largo del año, un tiempo en que no sabemos como
será nuestra vida, las circunstancias en que nos veremos envueltos, las alegrías
y las penas que tendremos que atravesar. Pero sí sabemos que no lo haremos
solos, que lo haremos guiados y acompañados por el sentido de esperanza que nos
da la cercanía y la amistad de Jesús.
La escena que nos narra el
evangelio nos habla de esta cercanía. Por una parte, vemos al pueblo con el
corazón lleno del deseo de la llegada de un Mesías, de alguien que los libere,
que les dé esperanza en medio de la situacion en la que se encuentran. Los
contemporáneos de Juan y de Jesús, como nos sucede hoy, vivían en tremenda
incertidumbre por la situacion política, económica, religiosa. Solo les quedaba
la esperanza de que llegase un salvador que diera certeza, que diera paz a los
corazones. Cuando aparece Juan Bautista, parece que él es quien va a otorgar lo
que todos esperan. Pero Juan deja muy claro que él no es el cimiento de la
esperanza de todos. A él le toca preparar los corazones para que acepten la
llegada Jesus. Preparar el corazón es buscar ser mejores, pues nos falta mucho
ya que todos tenemos algo de lo que decir “lo siento y me arrepiento”. Esa
situacion hace que sea Dios mismo quien se acerque a nosotros para acompañarnos en el camino de la felicidad
eterna que tiene planeada para nosotros. Eso es lo que hace Jesús cuando baja
al Jordán, que es el lugar de la penitencia, el lugar en el que todos se
reconocen frágiles y pecadores, como el médico que se acerca a la zona donde
estan los enfermos. Jesús toca nuestra fragilidad y la hace suya. Ciertamente,
Jesús no tiene ningún pecado, pero nos abraza en nuestra situación de
desesperanza y de fragilidad, como nos dice San Pablo, mediante el bautismo,
que nos regenera y nos renueva, por la acción del Espíritu Santo, a quien Dios
derramó abundantemente sobre nosotros, por Cristo, nuestro salvador. Así,
justificados por su gracia, nos convertiremos en herederos, cuando se realice
la esperanza de la vida eterna. Jesús baja al Jordán para ser bautizado y
de este modo, decirnos que él uno como nosotros, que toma el pecado de cada uno
sobre su persona, para que nuestras personas descubran que podemos ser como él.
La presencia del Espíritu santo, la voz del Padre, la declaración de Jesús como
el hijo amado de Dios, no es un truco de magia, así lo narra San Lucas: Mientras
éste oraba, se abrió el cielo y el Espíritu Santo bajó sobre él en forma
sensible, como de una paloma, y del cielo llegó una voz que decía: “Tú eres mi
Hijo, el predilecto; en ti me complazco”. Esta manifestación de Dios en
Jesús es la descripción de la vocación a la que todos somos llamados. Así como
Jesús se quiere hacer uno de nosotros, también el nos quiere que seamos como
él. Y ser como él es ser hijos amados. Ser hijo amado es siempre una certeza de
esperanza en medio de todas las situaciones que tendremos que vivir en este año
y en nuestra vida. Ser hijo amado es también ser testigo de que el amor de Dios
llega a todas las vidas de nosotros sus hijos y también es quedar comprometido
para bajar a las fragilidades de los demás para ayudarles a descubrir que
también ellos pueden encontrar la esperanza y la felicidad. Como decía San Juan
Pablo II: El bautismo cristiano, hace a todos los creyentes, cada uno según
su vocación específica, corresponsables de la gran misión de la Iglesia. Cada
uno en su propio campo, con su identidad propia, en comunión con los demás y
con la Iglesia, debe sentirse solidario con el único Redentor del género
humano. Este es el sentido del bautismo del Señor.
Ese es también el sentido de
nuestros bautismo que no solo nos hace fuertes ante el pecado y el mal sino que
nos da la misma dignidad de Cristo y nos hace sus testigos en la vida de todos
los días. Nuestro bautismo es el sacramento, presencia eficaz de Dios en
nuestra vida, por el que Jesús baja al agua de nuestra vida para transformarnos
de pecadores en redimidos, para transformarnos, librándonos del mal, en hijos
amados de Dios.
Hoy Jesús es bautizado como hombre frágil para que
nosotros podamos ser bautizados como hijos de Dios. El bautismo de Jesus tendrá
su plenitud cuando cargue sobre si en la cruz todos los pecados del mundo,
cuando su amor sea mayor que todo el mal de toda la historia del mundo. Por eso Cristo esa nuestra esperanza, porque Él
se entregó por nosotros para redimirnos de todo pecado y purificarnos, a fin de
convertirnos en pueblo suyo, fervorosamente entregado a practicar el bien.
Hoy Jesús baja al Jordán de nuestra
vida diaria para ayudarnos a practicar el bien a lo largo del año que hemos
comenzado, con la seguridad de que Él siempre está a nuestro lado para llenar
nuestras vidas y las de los demás de la esperanza que nunca defrauda.
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