sábado, 2 de noviembre de 2024

PRIMERO LO PRIMERO

 


TORD XXXI B HOMILÍA

Las lecturas de hoy ponen ante nuestros ojos preguntas sustanciales, porque a Jesús le preguntan por el mandamiento más importante. Para los judíos es esencial saber cuál es el mandamiento más importante porque de eso depende cómo se mantiene la alianza con Dios. Los mandamientos no son solo reglas que hay que cumplir; en realidad, son como las cuerdas que nos unen a alguien que es importante para nosotros.

Cuando vamos a celebrar el cumpleaños de alguien y no sabemos qué regalarle, preguntamos por lo que más le gusta: si le gusta la tecnología, la ropa o algún tipo de comida. Si no le gustan las hamburguesas, está claro lo que no le tenemos que comprar. Eso son los mandamientos: las respuestas a la pregunta de cómo podemos ser amigos de Dios.

Para ser amigos de Dios Jesús nos da una respuesta doble: Tenemos que darle importancia a Dios y tenemos que respetar al prójimo. Por eso Jesús dice que tenemos que amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. Amar a Dios sobre todas las cosas significa que tenemos que reconocer que solo Dios es absoluto y que todo se lo debemos a Él y que, por eso, tenemos que buscar estar de corazón cerca de Él. De esto tratan lo que llamamos los tres primeros mandamientos. Y amar al prójimo como a nosotros mismos significa que nunca tenemos que hacer a los demás nada que no nos gustaría que nos hicieran a nosotros. Y de esto tratan los otros siete mandamientos.

Pero cumplir por cumplir no es satisfactorio. Por eso hoy se nos propone cumplir, pero por amor. Si Dios es amor, nuestro único modo de relacionarnos con Él es a través del amor. Y el amor es algo difícil de definir, aunque todos sabemos cuándo amamos y cuándo no amamos. El amor es compromiso, el amor es entrega, el amor es generosidad. Pero también el amor es perdón, es cercanía al otro cuando es débil.

Pero la pregunta es si el amor, que tiene que ser algo que brota del corazón, también puede ser un mandamiento, algo obligatorio, porque entonces ya no sería algo que hacemos de modo libre.

Tenemos que darnos cuenta de que el amor es algo que no podemos dejar de lado si queremos ser nosotros mismos, si queremos alcanzar la plenitud. Es como si un equipo quisiera ganar un partido sin meter goles, o como si quisiéramos hacer unos chilaquiles sin tortillas. Para ser felices como seres humanos necesitamos amar, porque estamos hechos para amar, y solo quien ama es feliz. Por eso hoy a Jesús se le hace la principal de las preguntas, no cuál mandamiento hay que cumplir, sino cómo podemos ser felices, como nos ha dicho la primera lectura: “Escucha, pues, Israel: guarda los mandamientos y ponlos en práctica, para que seas feliz y te multipliques.” La esencia de lo que le preguntan a Jesús es: ¿Cómo puedo ser feliz de modo seguro? Y la respuesta que da Jesús es: “Ama a Dios y ama a tu prójimo.”

Ahora bien, la respuesta del amor al prójimo tiene una segunda parte, porque Jesús dice que hay que amar al prójimo como nos amamos a nosotros mismos. O sea, que hay un modo de amarse a uno mismo que no es malo, que no es egoísmo. Hay un modo de amarse a uno mismo que nos permite amar al otro de un modo bueno. Cuando nos amamos para ser mejores, para cuidar los dones que Dios nos ha dado, nos amamos bien. Cuando descuidamos las cosas buenas de nuestra vida, entonces nos amamos mal. En nosotros hay cosas que no son tan buenas, como nuestras envidias, nuestros enojos o nuestros malos deseos. Si amamos eso, no nos estamos amando bien. Pero en nosotros también hay cosas buenas, como nuestras virtudes, nuestras generosidades, nuestros deseos de hacer las cosas bien. Cuando amamos eso nos estamos amando bien.

Hoy tenemos una triple invitación a amar. Amar a Dios sobre todas las cosas porque a Él le debemos todo, amar al prójimo que es lo que nos hace felices y amarnos bien a nosotros porque entonces sabremos que el amor que hay en nuestro corazón es verdadero. Como decía el Papa Benedicto: Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables y se encuentran en relación recíproca. Jesús no inventó ni el uno ni el otro, sino que reveló que, en el fondo, son un único mandamiento, y lo hizo no sólo con la palabra, sino sobre todo con su testimonio: la persona misma de Jesús y todo su misterio encarnan la unidad del amor a Dios y al prójimo, como los dos brazos de la Cruz, vertical y horizontal. En la Eucaristía Él nos dona este doble amor, donándose Él mismo, a fin de que, alimentados de este Pan, nos amemos los unos a los otros como Él nos amó. En definitiva, tenemos que amar como ama Jesús. Porque Jesús nos enseña a amar a Dios y a amar al prójimo. Por eso nos da un mandamiento nuevo: “Ámense unos a otros como yo los he amado.” Cuando dentro de unos instantes nos acerquemos a comulgar, recordemos que así es como nos ama Jesús y pidámosle que nos enseñe a amar a los demás con un corazón generoso y seremos felices.

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