TORD XXXI B HOMILÍA
Las lecturas de hoy ponen ante
nuestros ojos preguntas sustanciales, porque a Jesús le preguntan por el
mandamiento más importante. Para los judíos es esencial saber cuál es el
mandamiento más importante porque de eso depende cómo se mantiene la alianza
con Dios. Los mandamientos no son solo reglas que hay que cumplir; en realidad,
son como las cuerdas que nos unen a alguien que es importante para nosotros.
Cuando vamos a celebrar el
cumpleaños de alguien y no sabemos qué regalarle, preguntamos por lo que más le
gusta: si le gusta la tecnología, la ropa o algún tipo de comida. Si no le
gustan las hamburguesas, está claro lo que no le tenemos que comprar. Eso son
los mandamientos: las respuestas a la pregunta de cómo podemos ser amigos de
Dios.
Para ser amigos de Dios Jesús nos
da una respuesta doble: Tenemos que darle importancia a Dios y tenemos que
respetar al prójimo. Por eso Jesús dice que tenemos que amar a Dios sobre todas
las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. Amar a Dios sobre todas las
cosas significa que tenemos que reconocer que solo Dios es absoluto y que todo
se lo debemos a Él y que, por eso, tenemos que buscar estar de corazón cerca de
Él. De esto tratan lo que llamamos los tres primeros mandamientos. Y amar al
prójimo como a nosotros mismos significa que nunca tenemos que hacer a los
demás nada que no nos gustaría que nos hicieran a nosotros. Y de esto tratan
los otros siete mandamientos.
Pero cumplir por cumplir no es
satisfactorio. Por eso hoy se nos propone cumplir, pero por amor. Si Dios es
amor, nuestro único modo de relacionarnos con Él es a través del amor. Y el
amor es algo difícil de definir, aunque todos sabemos cuándo amamos y cuándo no
amamos. El amor es compromiso, el amor es entrega, el amor es generosidad. Pero
también el amor es perdón, es cercanía al otro cuando es débil.
Pero la pregunta es si el amor, que
tiene que ser algo que brota del corazón, también puede ser un mandamiento,
algo obligatorio, porque entonces ya no sería algo que hacemos de modo libre.
Tenemos que darnos cuenta de que el
amor es algo que no podemos dejar de lado si queremos ser nosotros mismos, si
queremos alcanzar la plenitud. Es como si un equipo quisiera ganar un partido
sin meter goles, o como si quisiéramos hacer unos chilaquiles sin tortillas.
Para ser felices como seres humanos necesitamos amar, porque estamos hechos
para amar, y solo quien ama es feliz. Por eso hoy a Jesús se le hace la
principal de las preguntas, no cuál mandamiento hay que cumplir, sino cómo
podemos ser felices, como nos ha dicho la primera lectura: “Escucha, pues,
Israel: guarda los mandamientos y ponlos en práctica, para que seas feliz y te
multipliques.” La esencia de lo que le preguntan a Jesús es: ¿Cómo puedo ser
feliz de modo seguro? Y la respuesta que da Jesús es: “Ama a Dios y ama a tu
prójimo.”
Ahora bien, la respuesta del amor
al prójimo tiene una segunda parte, porque Jesús dice que hay que amar al
prójimo como nos amamos a nosotros mismos. O sea, que hay un modo de amarse a
uno mismo que no es malo, que no es egoísmo. Hay un modo de amarse a uno mismo
que nos permite amar al otro de un modo bueno. Cuando nos amamos para ser
mejores, para cuidar los dones que Dios nos ha dado, nos amamos bien. Cuando
descuidamos las cosas buenas de nuestra vida, entonces nos amamos mal. En
nosotros hay cosas que no son tan buenas, como nuestras envidias, nuestros
enojos o nuestros malos deseos. Si amamos eso, no nos estamos amando bien. Pero
en nosotros también hay cosas buenas, como nuestras virtudes, nuestras
generosidades, nuestros deseos de hacer las cosas bien. Cuando amamos eso nos
estamos amando bien.
Hoy tenemos una triple invitación a
amar. Amar a Dios sobre todas las cosas porque a Él le debemos todo, amar al
prójimo que es lo que nos hace felices y amarnos bien a nosotros porque
entonces sabremos que el amor que hay en nuestro corazón es verdadero. Como decía
el Papa Benedicto: Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables y se
encuentran en relación recíproca. Jesús no inventó ni el uno ni el otro, sino
que reveló que, en el fondo, son un único mandamiento, y lo hizo no sólo con la
palabra, sino sobre todo con su testimonio: la persona misma de Jesús y todo su
misterio encarnan la unidad del amor a Dios y al prójimo, como los dos brazos de
la Cruz, vertical y horizontal. En la Eucaristía Él nos dona este doble amor,
donándose Él mismo, a fin de que, alimentados de este Pan, nos amemos los unos
a los otros como Él nos amó. En definitiva, tenemos que amar como ama
Jesús. Porque Jesús nos enseña a amar a Dios y a amar al prójimo. Por eso nos
da un mandamiento nuevo: “Ámense unos a otros como yo los he amado.” Cuando
dentro de unos instantes nos acerquemos a comulgar, recordemos que así es como
nos ama Jesús y pidámosle que nos enseñe a amar a los demás con un corazón
generoso y seremos felices.
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