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El Evangelio nos habla de un ciego que pedía limosna en Jericó,
un hombre que, además es mendigo. Es un hombre no solamente tiene una
dificultad física, sino también una situación social complicada pues además es
un pobre. Está separado de los estándares de una sociedad, que muchas veces une
el poder económico con la belleza física. Si eres más guapo, tienes más dinero;
si tienes mucho dinero, siempre serás guapo. Este hombre escucha que pasa Jesús
de Nazaret. Él no sabe quién es Jesús de Nazaret; tal vez haya oído que cura,
que ayuda, pero no sabe exactamente quién es. Una situación en la que, quizá,
nosotros también nos podemos encontrar. Quizá hayamos oído algo de Jesús porque
vamos de vez en cuando a misa o rezamos algo. Pero la pregunta es: ¿Quién es
Jesús en mi vida? este milagro no nos presenta algo sorprendente, sino una
pregunta esencial: ¿Quién es Jesús para mí?
Esta historia inicia con una petición de compasión del ciego:
"Hijo de David, ten compasión de mí". El ciego se acerca a Jesús en una situación de dificultad. También a
nosotros nos acercamos a Dios cuando estamos en un problema económico, una
enfermedad, con un hijo en una dificultad, o tenemos una situación de la que no
sabemos cómo salir. Entonces, en nuestro corazón, decimos como el ciego de
Jericó: "Hijo de David, ten compasión de mí".
Pedir compasión y darnos cuenta de que necesitamos a Jesús es
el primer paso para escapar de uno de los grandes enemigos que tenemos: la
soberbia, el creer que podemos hacer todo solos. Sin embargo, cuando nos damos
cuenta de que no podemos hacer todo, de que hay situaciones difíciles, y que
necesitamos que alguien nos ayude. Ese alguien es Jesús, el Hijo de Dios,
nuestro hermano.
Pero ¿por qué Jesús? ¿Por qué no buscamos otra fuerza
superior, un dios todopoderoso como Zeus, que lanzaba rayos? La verdad es que buscamos alguien que tenga compasión de
mí, que me pueda ayudar porque me ama. Esta es la compasión que necesitamos:
tener la certeza de que Dios me ama, de que Jesús está cerca, Jesús que como lo
expresa la carta a los Hebreos, esa alguien que puede comprender a los
ignorantes y extraviados, porque Él mismo ha querido envolverse en debilidad y se
ha ofrecido a sí mismo por nosotros.
Por otro lado, la historia del ciego de Jericó es la historia
de una vocación en tres momentos. El primer momento es la llamada de Jesús. Cuando
no podemos llegar hasta Jesús, Él se acerca a nuestro corazón y nos dice:
"Ven a mí". Jesús siempre está llamándonos. ¿Cómo respondemos? ¿Somos
capaces de dejar de lado lo que nos estorba cuando sentimos que Jesús nos
llama, por ejemplo, a ser mejores padres, mejores esposos, a ofrecer perdon o a
tener solidaridad, hacia quienes nos necesitan? ¿Respondemos el llamado a ser
sus amigos, ser de los que viven en armonía con Él?
Esta historia tiene un segundo momento en la pregunta que hace
Jesús al ciego: "¿Qué quieres que te haga?" Esta pregunta invita al
ciego a descubrir lo que realmente necesita, para que entre en su corazón y se
haga la pregunta ¿Qué necesito de verdad? El ciego podría haber pedido monedas,
algo de comer, o cosas de ese estilo. Descubrir esto no es sencillo porque podemos
enredarnos en las cosas inmediatas como un niño que va a una juguetería y detrás
de cada juguete se le van los ojos, sin preguntarse si ese juguete le va a
hacer feliz; simplemente sabe que ese juguete le atrae en ese momento. Pero el
ciego responde: "Señor, que vea"; quiere ser una persona completa, no
alguien que da lástima, sino alguien valioso para los demás, que ha descubierto
la auténtica relacion con Dios. Cuando Jesús lo cura, le dice "Tu fe te ha
curado", Jesús habla de la fe porque lo importante no es la visión física,
sino que lo que cambia la vida es nuestra relación con Dios, eso cura nuestras
situaciones difíciles, como dice el salmo: "El Señor ha estado grande con
nosotros y estamos alegres".
El tercer momento, fruto de esta relación de amistad con
Dios, es seguir el camino. El Evangelio nos dice que el ciego recobró la vista
y seguía a Jesús por el camino. De ser alguien postrado al borde del camino, se
convierte en alguien valioso que sigue a Jesús por el camino de la vida, el camino
de las cosas cotidianas: la escuela, el trabajo, la universidad, las relaciones
familiares.
El verdadero milagro no está en recobrar la vista, sino en abrir los ojos del corazón para reconocer la presencia de Jesús en nuestra vida al reconocer nuestra necesidad de alguien que nos ame. Jesús nos pregunta: "¿Qué quieres que te haga?", lo que nos reta a ver nuestra vida desde el amor y la redención que Él nos ofrece. Descubramos nuestra ceguera: ¿Qué me hace estar al borde del camino y no ser una persona tan valiosa como podría ser? Sepamos responder a las llamadas de Dios para seguir el camino con una visión renovada y así ser valiosos para nosotros mismos y para los demás. Que así sea.
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