HOMILIA DOMINGO TO XXVII CICLO B 20241006
En casi todas las familias hay fotografías del día de la boda
de los papás. Un momento muy hermoso es cuando los hijos les piden a los papás
que les cuenten como fue su noviazgo (aunque esto a veces puede sacar los
colores de los papás) y que les platiquen del día de la boda. Son recuerdos
bonitos, porque hacen volver al principio de la comunidad familiar y porque
marcan el presente y el futuro de los proyectos de familia de los hijos.
Esto es lo que nos proponen las lecturas del día de hoy. Si
queremos entender quiénes somos en la familia y si queremos entender cuál es el
papel de Dios en nuestro hogar, tenemos que volver al principio. A todos nos
ayuda volver al principio, porque nos recuerda los motivos por los que tomamos
decisiones tan preciosas como importantes. El evangelio que hemos escuchado
parecería que se centra en el divorcio y en el adulterio. Sin embargo, el
centro del evangelio está en la invitación de Jesús a volver al principio, o
sea a la visión del plan maravilloso de Dios sobre el ser humano.
¿Cuál es el plan de Dios según esta narración? En primer lugar,
el plan de Dios es no permitir que el corazón que está llamado a amar se
endurezca, porque el problema de la dureza del corazón, es que nos cierra a la
maravilla que Dios es o a lo valioso que los otros seres humanos pueden ser. En
segundo lugar, el plan de Dios es que el amor entre el hombre y la mujer sea
más grande que la simple atracción física. Es decir, Dios siembra en el corazón
de los esposos algo más precioso que el simple instinto y les propone una
realidad, que es el amor conyugal, que es un amor que une de modo exclusivo y
excluyente con más fuerza que la de los lazos de carne y de sangre.
En tercer lugar, el plan de Dios es que el amor conyugal haga
al varón y a la mujer una sola carne. “Carne” en sentido bíblico no se refiere
sólo al cuerpo, sino a la persona entera en su dimensión física y espiritual.
Por tanto, «ser una sola carne» indica que los matrimonios han de vivir una
unión total de cuerpos y voluntades, de mente y corazón, de vida y de afectos,
de proyectos y actuaciones, y reconociéndose con la misma dignidad, con el
mismo valor, sin ninguna diferencia ni sumisión.
El evangelio de hoy no es solo una norma moral, es sobre todo
una llamada a reconocer el valor que tiene la otra persona con la que he
comenzado mi comunidad familiar, y el llamado a reconocer el valor de los
hijos, las personas que son el fruto de la comunidad conyugal. Los hijos no
pueden ser objetos para la propia satisfacción, para el propio orgullo, mucho
menos para manipularlos. La esencia de la educación es hacer que cada niños y
niña llegue a descubrir su propia dignidad, su propio valor y su relación de
respeto con ellos mismos, con los demás y con Dios.
Este es el plan de Dios, como nos lo presenta Jesús ante la
pregunta por la situación de los matrimonios en dificultades. Jesús dice que
tenemos que volver a mirar al principio, al modo en que Dios nos hizo. O sea
que volvamos siempre a mirar nuestro manual de instrucciones.
¿Y cómo lo hizo Dios al principio? La respuesta es muy
hermosa: Dios no quiere que el hombre esté solo y por eso hace que seamos una
comunidad, que comienza en la comunidad familiar. Para eso es el episodio de la
creación de la mujer. La historia del sueño de Adán deja claro que la familia
es obra de Dios, no de los seres humanos. Y con la historia de la costilla nos
dice que Adán, o sea el ser humano, tiene que reconocer que la otra persona
humana que tiene delante, es de la misma dignidad que él, por eso dice esta es carne de mi carne y hueso de mis
huesos. Es tan fuerte la identificación que Adán, aunque nuestra traducción
usa la palabra mujer, la llama “hombra” o “varona” para indicar que son los
mismo. La frase que resume todo lo anterior es la declaración de que ambos son
una sola carne, es decir un solo ser, sin distinción ni superioridad. Cualquier
dominio o manipulación en la vida conyugal no es de Dios sino fruto del pecado
que se mete en el matrimonio. Cristo, que libera al ser humano del pecado, nos
invita a mirar de nuevo al principio, a como Dios quiso las cosas.
Como familias cristianas estamos llamados a mirar siempre al
principio, al principio de lo que hizo Dios, y al principio de cada comunidad
familiar. La comunidad familiar que nace el día de la boda, se enraíza en una
triple promesa: fidelidad, amor, respeto. Es interesante que el orden sea ese.
No podemos ser fieles, si no amamos y no podremos amar si no respetamos. Hoy
cada familia es llamada a volver a mirarse a los ojos y a prometerse respeto,
amor y fidelidad. Si dentro de un rato, cuando comamos juntos, hablamos de como
comenzó la familia, y cómo queremos que sea en el futuro, según el plan de
Dios, esto nos dará un hermoso domingo.
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