sábado, 21 de septiembre de 2024

¿PRIMEROS O ULTIMOS? SOLO VALE LO SENCILLO



HOMILIA XXV DOMINGO ORDINARIO CICLO B

Todos tenemos el problema de enfrentarnos con el propio orgullo, incluso cuando tenemos ganas de hacer el bien, de lograr cosas positivas y valiosas, cuando mezclamos las propuestas valiosas y positivas con nuestra soberbia, como nos recuerda el apóstol Santiago al hablar del origen de las peleas entre nosotros, de las codicias, de la envidia, de lo que hay en nuestro corazón que genera tanto mal.

Jesús nos dice que, incluso ante las apuestas más nobles y generosas, como la de ser alguien que dona lo mejor de sí, la de redimir a la humanidad, podemos contaminarnos del peor de nuestros enemigos, que es el virus del orgullo. Los evangelios resaltan que los apóstoles de Jesús, los que estaban con Él, Pedro, Juan, Santiago, hombres que darían su vida por Jesucristo, también tenían este virus, lo que habla de lo fácil que se mete esta problemática en el corazón. Ante esto Jesús les hace ver que hay que caminar por la senda de  la inocencia, es decir, de la purificación del corazón y para eso pone, como ejemplo a un niño.

En la antigüedad los niños valían muy poco, solo tenían valor en referencia a su padre, que realmente tiene valor. Para Jesús, ser como un niño significa tener a Dios como referencia al mirar nuestra vida y nuestros proyectos.. Como dice el Salmo: el Señor Dios es mi ayuda, él, quien me mantiene vivo. Por eso te agradeceré, Señor, tu inmensa bondad conmigo.

El segundo elemento es que ser como niños no significa ser incautos o inexpertos. Más bien, implica tener un corazón nuevo: el niño no ha tenido que enfrentarse con el mal del mundo, no se ha maleado por las ambiciones, las envidias, las avaricias, todo lo que mancha el corazón humano. Jesús, toma a un niño, lo pone en medio de ellos, lo abraza y les dice: "El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe. Y el que me reciba a mí, no me recibe a mí, sino a aquel que me ha enviado". Tenemos que recibir a aquel que, a los ojos del mundo, no es tan importante o valioso; tenemos que recibir a aquel que no tiene títulos, aquel que no ha hecho todavía nada importante en la vida y  recibirlo en el nombre de Jesús, es decir, por tener la dignidad de un hijo de Dios, eso significa recibir en mi nombre.

¿Cómo recibimos a los demás? ¿no los recibimos a veces en nuestro propio nombre?, ¿en el nombre de nuestros intereses, de nuestros gustos, o de nuestras conveniencias? ¿No los recibimos, en el mejor de los casos, en el nombre de la idea que nos hemos hecho de cómo tienen que ser las cosas?. Jesús nos provoca hoy para recibamos a los demás en su nombre. Recibirlos en su nombre nos cuestiona cómo está nuestro corazón y nos permite ver si tenemos un corazón torcido o sincero.

El corazón sincero, auténtico es el único capaz de descubrir que se más importante cuando se es capaz de servir de verdad. Jesús es el más importante porque es en verdad el servidor de todos. Ese es el más importante. Jesús es el primer gran servidor de todos, el que se despoja de todo, como en la Última Cena, quitándose el manto, inclinándose ante los pies de los discípulos para lavar los pies. Él es el primer servidor, y por eso es el primero.

Jesús nos invita a ser primeros, es decir a hacer cosas valiosas, a ser personas que logran sus objetivos, y al mismo tiempo nos recuerda que el punto clave de cara al reino de los cielos está en la capacidad de servir. Para descubrir nuestra capacidad de servir, hay que descubrir con qué ojos vemos la vida y a los demás. Si es con los ojos de Cristo, descubriremos en el otro al mismo Cristo, y tendremos esa capacidad de poder servir.

Jesús nos está diciendo que no pensemos que las cosas importantes, las cosas trascendentes de los seres humanos solucionan por sí mismas los problemas, si internamente no solucionamos los problemas de nuestro corazón. Hoy nos preocupa mucho la situación del mundo, pero ¿me preocupa de la misma forma la situación de mi propio corazón? ¿Me preocupa de la misma manera la situación de mis intenciones, de mis afectos, o de lo que me motiva para actuar de cara a los demás?

Jesucristo nos enseña con mucha claridad el camino: Estar dispuestos a servir, hasta el punto de, como hemos oído en la primera lectura, entregarse con mansedumbre y serenidad aun en la persecución o en lo costoso, pues tenemos, como un niño, la certeza de que hay quien se preocupa de él. Como el niño sabe que su padre se preocupa de él. Volvamos a mirar nuestro corazón y con qué corazón y en nombre de quién miramos a los demás. ¿Cómo miro a mi esposo, a mi esposa, a mis hijos, a mis padres o amigos? Si lo hago solamente como alguien de quien saco algún interés, que me sirve para ciertas ayudas o con el interés de la utilidad que me pueden dar, no llegaremos muy lejos en el amor que Dios nos tiene ni en el amor que nosotros tenemos que tener hacia nuestros hermanos. Pero si los miramos desde los ojos y desde el corazón de Jesús, no haremos nuestra vida más facil, pero la haremos mucho mas valiosa y mucho más feliz. 


 

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