HOMILIA XXV DOMINGO ORDINARIO CICLO B
Todos tenemos el problema de
enfrentarnos con el propio orgullo, incluso cuando tenemos ganas de hacer el
bien, de lograr cosas positivas y valiosas, cuando mezclamos las propuestas
valiosas y positivas con nuestra soberbia, como nos recuerda el apóstol
Santiago al hablar del origen de las peleas entre nosotros, de las codicias, de
la envidia, de lo que hay en nuestro corazón que genera tanto mal.
Jesús nos dice que, incluso ante
las apuestas más nobles y generosas, como la de ser alguien que dona lo mejor
de sí, la de redimir a la humanidad, podemos contaminarnos del peor de nuestros
enemigos, que es el virus del orgullo. Los evangelios resaltan que los apóstoles
de Jesús, los que estaban con Él, Pedro, Juan, Santiago, hombres que darían su
vida por Jesucristo, también tenían este virus, lo que habla de lo fácil que se
mete esta problemática en el corazón. Ante esto Jesús les hace ver que hay que
caminar por la senda de la inocencia, es
decir, de la purificación del corazón y para eso pone, como ejemplo a un niño.
En la antigüedad los niños valían
muy poco, solo tenían valor en referencia a su padre, que realmente tiene
valor. Para Jesús, ser como un niño significa tener a Dios como referencia al
mirar nuestra vida y nuestros proyectos.. Como dice el Salmo: el Señor Dios
es mi ayuda, él, quien me mantiene vivo. Por eso te agradeceré, Señor, tu
inmensa bondad conmigo.
El segundo elemento es que ser como
niños no significa ser incautos o inexpertos. Más bien, implica tener un
corazón nuevo: el niño no ha tenido que enfrentarse con el mal del mundo, no se
ha maleado por las ambiciones, las envidias, las avaricias, todo lo que mancha
el corazón humano. Jesús, toma a un niño, lo pone en medio de ellos, lo abraza
y les dice: "El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me
recibe. Y el que me reciba a mí, no me recibe a mí, sino a aquel que me ha
enviado". Tenemos que recibir a aquel que, a los ojos del mundo, no es
tan importante o valioso; tenemos que recibir a aquel que no tiene títulos,
aquel que no ha hecho todavía nada importante en la vida y recibirlo en el nombre de Jesús, es decir, por
tener la dignidad de un hijo de Dios, eso significa recibir en mi nombre.
¿Cómo recibimos a los demás? ¿no
los recibimos a veces en nuestro propio nombre?, ¿en el nombre de nuestros
intereses, de nuestros gustos, o de nuestras conveniencias? ¿No los recibimos,
en el mejor de los casos, en el nombre de la idea que nos hemos hecho de cómo
tienen que ser las cosas?. Jesús nos provoca hoy para recibamos a los demás en
su nombre. Recibirlos en su nombre nos cuestiona cómo está nuestro corazón y
nos permite ver si tenemos un corazón torcido o sincero.
El corazón sincero, auténtico es el
único capaz de descubrir que se más importante cuando se es capaz de servir de
verdad. Jesús es el más importante porque es en verdad el servidor de todos.
Ese es el más importante. Jesús es el primer gran servidor de todos, el que se
despoja de todo, como en la Última Cena, quitándose el manto, inclinándose ante
los pies de los discípulos para lavar los pies. Él es el primer servidor, y por
eso es el primero.
Jesús nos invita a ser primeros, es
decir a hacer cosas valiosas, a ser personas que logran sus objetivos, y al
mismo tiempo nos recuerda que el punto clave de cara al reino de los cielos
está en la capacidad de servir. Para descubrir nuestra capacidad de servir, hay
que descubrir con qué ojos vemos la vida y a los demás. Si es con los ojos de
Cristo, descubriremos en el otro al mismo Cristo, y tendremos esa capacidad de
poder servir.
Jesús nos está diciendo que no
pensemos que las cosas importantes, las cosas trascendentes de los seres
humanos solucionan por sí mismas los problemas, si internamente no solucionamos
los problemas de nuestro corazón. Hoy nos preocupa mucho la situación del
mundo, pero ¿me preocupa de la misma forma la situación de mi propio corazón?
¿Me preocupa de la misma manera la situación de mis intenciones, de mis
afectos, o de lo que me motiva para actuar de cara a los demás?
Jesucristo nos enseña con mucha
claridad el camino: Estar dispuestos a servir, hasta el punto de, como hemos
oído en la primera lectura, entregarse con mansedumbre y serenidad aun en la
persecución o en lo costoso, pues tenemos, como un niño, la certeza de que hay
quien se preocupa de él. Como el niño sabe que su padre se preocupa de él. Volvamos
a mirar nuestro corazón y con qué corazón y en nombre de quién miramos a los
demás. ¿Cómo miro a mi esposo, a mi esposa, a mis hijos, a mis padres o amigos?
Si lo hago solamente como alguien de quien saco algún interés, que me sirve
para ciertas ayudas o con el interés de la utilidad que me pueden dar, no
llegaremos muy lejos en el amor que Dios nos tiene ni en el amor que nosotros
tenemos que tener hacia nuestros hermanos. Pero si los miramos desde los ojos y
desde el corazón de Jesús, no haremos nuestra vida más facil, pero la haremos
mucho mas valiosa y mucho más feliz.

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