HOMILÍA DOMINGO XXIII ORDINARIO CICLO B
Normalmente, los seres humanos nos sentimos solidarios con
las personas con alguna discapacidad. Esta solidaridad, a veces, logra que la
persona que sufre pueda salir de su situación. En México, tenemos grandes
ejemplos, como la Fundación Teletón.
En el Evangelio de hoy, vemos a Jesús caminando con sus
discípulos, cuando le llevan a un hombre que, debido a su sordera, apenas podía
hablar, pues muchas personas que no pueden hablar es porque no pueden oír.
Jesús lo cura con un gesto inusual: el Evangelio nos dice que le puso los dedos
en los oídos y, con su saliva, tocó su lengua. Es decir Jesus toca la debilidad
de este ser humano, y la toca con su
propia humanidad, como cuando abrazamos a alguien que sufre. Solamente que en
este caso no es un hombre cualquiera quien toca a un hombre que sufre, sino que
es Dios mismo y por eso en los gestos de Jesús vemos la presencia de la
Trinidad: Dios padre en la mirada de Jesús al cielo, Dios espíritu santo en el
suspiro y Dios hijo, es la palabra de Dios que cura al sordomudo.
Hay un refrán que dice que no hay peor sordo que el que no
quiere oír, y en la Biblia se nos habla de una sordera espiritual: la del
hombre que no está dispuesto a recibir lo que Dios dice en el corazón y ponerlo
en práctica. Este defecto de oído respecto a Dios lo sufrimos en nuestro
tiempo. Nos cuesta escuchar a Dios y así perdemos nuestra capacidad de hablar
con él, con lo que nuestra vida se reduce a lo inmediato y lo superficial.
Aunque aparentemente todo se desarrolla de modo normal, en realidad perdemos el
para qué de todo, cuando Dios falta en nuestro mundo.
Quien cura la sordera del corazón humano es Dios mismo, Dios
que es amor y que se hace presente en nuestras vidas de modo concreto para
rehacer nuestro corazón. Jesús viene a curarnos de todo lo que nos cierra el
corazón a Dios, a lo bueno, a lo que es bello. Esto sucedió en nuestro
bautismo, cuando el sacerdote, imitando a Jesús, tocó nuestro y nuestra boca y
dijo: «Effetá», «Ábrete», para hacernos capaces de escuchar a Dios y
devolvernos la posibilidad de hablarle a él. Mediante la fe, Jesús nos comparte
su modo de ver a Dios, de escuchar al Padre y hablar con él, y nos da una
mirada diversa sobre el hombre y sobre la creación.
Jesús se hace presente en nuestras vidas para curar nuestras
sorderas. Las sorderas que tenemos hacia Dios, cuando dejamos de escucharlo en
los momentos en que habla en nuestra conciencia para que hagamos el bien, y nos
dice: "Ayuda a alguien, haz este servicio, evita la crítica, quita la
pereza…". Dios nos habla, pero tenemos que aprender a oírlo y a hacerle
caso. Porque nos puede pasar que, de tanto oírlo sin hacerle caso, ya ni
siquiera lo oigamos, como sucede con quien vive al lado de una carretera, que
ya ni oye los coches que siguen pasando. Con la sordera respecto a Dios,
perdemos también nuestra capacidad de hablar con él, y el horizonte de nuestra
vida se reduce a lo inmediato y superficial, haciéndonos pensar que, aunque
vivamos sin él, todo se desarrolla de un modo normal, sin darnos cuenta de que
perdemos el para qué de todo cuando Dios falta en nuestra vida y en nuestro
mundo.
Otras sorderas que tenemos que quitar son las sorderas para
con los demás, como dice el apóstol Santiago en la segunda lectura de hoy,
cuando nos pone en guardia para no dejar de lado a los pobres de cuerpo o de
alma. En este sentido, dice el Papa Francisco: "Todos tenemos oídos,
pero muchas veces somos incapaces de escuchar. ¿Por qué? Hay una sordera
interior, que hoy podemos pedirle a Jesús que toque y sane. Y esa sordera
interior es peor que la física, porque es la sordera del corazón. Llevados por
las prisas, por mil cosas que decir y hacer, no encontramos tiempo para
detenernos y escuchar a quienes nos hablan. Corremos el riesgo de ser
impermeables a todo y de no dar espacio a los que necesitan ser escuchados:
¿cómo es mi escucha? ¿Sé dedicar tiempo a los que me rodean para que me
escuchen? Primero escuchemos, luego respondamos. Pensemos en la vida familiar:
¡cuántas veces hablamos sin escuchar primero o no dejamos que el otro termine
de hablar, de expresarse, y lo interrumpimos! La curación del corazón comienza
con la escucha."
Los santos, como Santa Teresa de Calcuta, son los hombres y
mujeres que han sabido escuchar y ayudar: Ella supo escuchar a Dios que la
invitaba a hacer el bien a los más pobres de los pobres, y luego supo ponerse a
ayudar. Como ella decía: "A veces sentimos que lo que hacemos es tan
solo una gota en el mar; pero el mar sería menos si le faltara una gota".
Pidamos al Señor que pronuncie de nuevo su «Effetá», que cure nuestras sorderas
y que nos haga capaces de ver y de escuchar: que nos ayude a encontrar la
palabra de la oración y la voz del hermano que nos necesita. Así, nos
convertiremos en fuente de alegría para muchas personas.
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