sábado, 7 de septiembre de 2024

¡ABRETE!

 


HOMILÍA DOMINGO XXIII ORDINARIO CICLO B

Normalmente, los seres humanos nos sentimos solidarios con las personas con alguna discapacidad. Esta solidaridad, a veces, logra que la persona que sufre pueda salir de su situación. En México, tenemos grandes ejemplos, como la Fundación Teletón.

En el Evangelio de hoy, vemos a Jesús caminando con sus discípulos, cuando le llevan a un hombre que, debido a su sordera, apenas podía hablar, pues muchas personas que no pueden hablar es porque no pueden oír. Jesús lo cura con un gesto inusual: el Evangelio nos dice que le puso los dedos en los oídos y, con su saliva, tocó su lengua. Es decir Jesus toca la debilidad de este ser humano,  y la toca con su propia humanidad, como cuando abrazamos a alguien que sufre. Solamente que en este caso no es un hombre cualquiera quien toca a un hombre que sufre, sino que es Dios mismo y por eso en los gestos de Jesús vemos la presencia de la Trinidad: Dios padre en la mirada de Jesús al cielo, Dios espíritu santo en el suspiro y Dios hijo, es la palabra de Dios que cura al sordomudo.

Hay un refrán que dice que no hay peor sordo que el que no quiere oír, y en la Biblia se nos habla de una sordera espiritual: la del hombre que no está dispuesto a recibir lo que Dios dice en el corazón y ponerlo en práctica. Este defecto de oído respecto a Dios lo sufrimos en nuestro tiempo. Nos cuesta escuchar a Dios y así perdemos nuestra capacidad de hablar con él, con lo que nuestra vida se reduce a lo inmediato y lo superficial. Aunque aparentemente todo se desarrolla de modo normal, en realidad perdemos el para qué de todo, cuando Dios falta en nuestro mundo.

Quien cura la sordera del corazón humano es Dios mismo, Dios que es amor y que se hace presente en nuestras vidas de modo concreto para rehacer nuestro corazón. Jesús viene a curarnos de todo lo que nos cierra el corazón a Dios, a lo bueno, a lo que es bello. Esto sucedió en nuestro bautismo, cuando el sacerdote, imitando a Jesús, tocó nuestro y nuestra boca y dijo: «Effetá», «Ábrete», para hacernos capaces de escuchar a Dios y devolvernos la posibilidad de hablarle a él. Mediante la fe, Jesús nos comparte su modo de ver a Dios, de escuchar al Padre y hablar con él, y nos da una mirada diversa sobre el hombre y sobre la creación.

Jesús se hace presente en nuestras vidas para curar nuestras sorderas. Las sorderas que tenemos hacia Dios, cuando dejamos de escucharlo en los momentos en que habla en nuestra conciencia para que hagamos el bien, y nos dice: "Ayuda a alguien, haz este servicio, evita la crítica, quita la pereza…". Dios nos habla, pero tenemos que aprender a oírlo y a hacerle caso. Porque nos puede pasar que, de tanto oírlo sin hacerle caso, ya ni siquiera lo oigamos, como sucede con quien vive al lado de una carretera, que ya ni oye los coches que siguen pasando. Con la sordera respecto a Dios, perdemos también nuestra capacidad de hablar con él, y el horizonte de nuestra vida se reduce a lo inmediato y superficial, haciéndonos pensar que, aunque vivamos sin él, todo se desarrolla de un modo normal, sin darnos cuenta de que perdemos el para qué de todo cuando Dios falta en nuestra vida y en nuestro mundo.

Otras sorderas que tenemos que quitar son las sorderas para con los demás, como dice el apóstol Santiago en la segunda lectura de hoy, cuando nos pone en guardia para no dejar de lado a los pobres de cuerpo o de alma. En este sentido, dice el Papa Francisco: "Todos tenemos oídos, pero muchas veces somos incapaces de escuchar. ¿Por qué? Hay una sordera interior, que hoy podemos pedirle a Jesús que toque y sane. Y esa sordera interior es peor que la física, porque es la sordera del corazón. Llevados por las prisas, por mil cosas que decir y hacer, no encontramos tiempo para detenernos y escuchar a quienes nos hablan. Corremos el riesgo de ser impermeables a todo y de no dar espacio a los que necesitan ser escuchados: ¿cómo es mi escucha? ¿Sé dedicar tiempo a los que me rodean para que me escuchen? Primero escuchemos, luego respondamos. Pensemos en la vida familiar: ¡cuántas veces hablamos sin escuchar primero o no dejamos que el otro termine de hablar, de expresarse, y lo interrumpimos! La curación del corazón comienza con la escucha."

Los santos, como Santa Teresa de Calcuta, son los hombres y mujeres que han sabido escuchar y ayudar: Ella supo escuchar a Dios que la invitaba a hacer el bien a los más pobres de los pobres, y luego supo ponerse a ayudar. Como ella decía: "A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar; pero el mar sería menos si le faltara una gota". Pidamos al Señor que pronuncie de nuevo su «Effetá», que cure nuestras sorderas y que nos haga capaces de ver y de escuchar: que nos ayude a encontrar la palabra de la oración y la voz del hermano que nos necesita. Así, nos convertiremos en fuente de alegría para muchas personas.


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