HOMILIA DOMINGO XIX CICLO B
20210808
En la vida hay momentos de
depresión, en los que sentimos que ya nada tiene sentido. A veces es por una
crisis de salud, o económica o por un problema emocional. A veces lo concreto
de la vida no nos deja ver mas allá. Lo concreto de la vida que es sacar
adelante a los hijos, o apoyar a alguien en su enfermedad, o dedicar tiempo a
tareas que parecen no tener fin y que son aburridas. Cuando nos sentimos así,
el corazón se nos agrieta y nos pasa como al profeta Elías en la primera
lectura, que tiene miedo, está harto y piensa que ya nada vale la pena. porque
se siente solo, perseguido, sin salida y sin futuro. Esto hace que vivamos
enojados, murmurando en contra de todo, incluso en contra de las cosas que son
buenas.
¿Se acuerdan de la historia de
Lotso el Oso Rosa de Toy Story 3? Él era un buen juguete. Especialmente amado por Daisy a la
que se lo habían comprado. Pero un día por casualidad Lotso, Chuckles y Bebote,
otros muñecos se quedan olvidados en el campo y cuando regresan a la casa de
Daisy, Lotso ve que la niña ya tiene otro Oso. Algo cambió ese día dentro de
Lotso y a partir de ese momento ya no era capaz de ver bien las cosas buenas.
Esto les pasa a los que han
escuchado las palabras de Jesús sobre el pan de la vida: todos ellos, que
conocían lo ordinario de la vida de Jesús y se les hace imposible que alguien
que comparte con ellos las cosas de cada día pueda ser extraordinario. Entonces
Jesús les invita a mirar un poco más allá, a darse cuenta que para los seres
humanos las cosas normales pueden esconder algo maravilloso. Muchas veces el
amor más grande se esconde debajo de cosas muy pequeñas. Como los gestos de
amor en la familia, que están hechos de situaciones normales y que tienen mucho
amor detrás de cosas como preparar las comidas, tender las camas, ordenar una
sala o atender a un hijo o a un papá enfermo.
Solo el amor reconoce el amor, solamente quien se ha educado
a reconocer las virtudes, las cosas buenas, puede reconocer las cosas buenas
que hay en lo ordinario de la vida. Como cuando nos educamos para reconocer la
belleza en un paisaje, o en un cuadro, o en una pieza musical. O cuando alguien
en casa nos hace ver el amor tan grande que hay detrás de gestos pequeños.
¿Cómo podemos reconocer las cosas maravillosas que hace Dios
por nosotros? Buscando tener un corazón como el corazón de Jesús que descubría todo
lo maravilloso de lo que Dios podía hacer por nosotros, en las cosas concretas
de la vida. Jesús vino para decirnos que esta vida, que es hermosa y a veces
difícil, es el camino para que abramos nuestro corazón a la vida eterna, a la
vida de la belleza sin fin, a la vida de la alegría sin interrupción con
aquellos que nos hacen ser felices.
Por ello Jesús nos recuerda que hay dos panes, el que nos
alimenta solo por un rato y no impide que el mal nos venza, y el que da la vida
eterna pues nos garantiza que siempre seremos más fuertes que el mal. Cada día
estamos ante la elección por Jesús el pan que nos va a alimentar, el estilo de
vida que él nos da, la esperanza que nos ofrece, el amor que nos regala, el modo
de vivir que encuentra las maravillas en lo que nos rodea o podemos elegir
sumergirnos en lo que no lleva a ningún lado, lo que no tiene ningún horizonte
más que el sabor que en este momento nos deja en la boca. Como nos enseña el
Papa Francisco: no se trata de una comida material, sino de un pan vivo y
vivificante, que comunica la vida misma de Dios. Cuando hacemos la comunión
recibimos la vida misma de Dios. Para tener esta vida es necesario nutrirse del
Evangelio y del amor de los hermanos. Frente a la invitación de Jesús a nutrirnos
con su Cuerpo y su Sangre, podremos sentir la necesidad de discutir y de
resistir, como hicieron los que escuchaban de los que habla el Evangelio de
hoy. Esto sucede cuando nos cuesta mucho modelar nuestra existencia sobre la de
Jesús, y actuar según sus criterios y no según los criterios del mundo.
Nutriéndonos con este alimento podemos entrar en plena sintonía con Cristo.
Jesús vuelve a repetir: Yo soy el pan de vida, el que come de este pan vivirá
para siempre, el pan que yo les doy soy yo mismo, para que tengan la vida que
nunca se termina.
Cada domingo nos reunimos para decirle a Jesús que queremos aprender más de él, que queremos que nos vuelva a dar fortaleza, que nos vuelva a perdonar nuestros pecados, que nos vuelva a dar la seguridad de que en nuestros desiertos él sigue siendo la fuente de agua viva, para tener en nosotros un corazón como el que nos dice San Pablo: Sean buenos y comprensivos, y perdónense los unos a los otros, como Dios los perdonó, por medio de Cristo. Imiten, pues, a Dios como hijos queridos. Vivan amando como Cristo, que nos amó y se entregó por nosotros.
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