jueves, 1 de agosto de 2024

DANOS SIEMPRE DE ESE PAN

 

HOMILÍA DOMINGO XVIII CICLO B

Hay quien dice que somos lo que comemos y, por eso, tenemos que tener una alimentación saludable. Hoy, cuando compramos algo, vemos si tiene exceso de azúcar, grasas o ingredientes que pueden darnos una mala alimentación.

Esto, que puede servir en lo físico, también nos pasa en otras muchas cosas. Por ejemplo, si nuestro alimento emocional son solo cosas superficiales, como pueden ser los chismes o la vida de los demás, nuestro organismo emocional acaba siendo superficial. Si nuestro alimento intelectual son solamente las series televisivas, nuestro modo de pensar acaba siendo las frases que las series dicen sobre el amor, la pareja, la vida o, a veces, sobre Dios mismo.

Hoy el evangelio nos invita a preguntarnos por el alimento con el que alimentamos nuestro corazón, nuestra vida espiritual, nuestros sentimientos, nuestras decisiones. Y, precisamente, Jesús nos invita a distinguir entre las cosas que comemos.

Por eso habla de dos panes. Uno, dice Jesús, es un pan que no nos hace felices, o que nos hace felices solo por un rato. Es el pan de lo material, de las cosas que nos rodean, de las experiencias materiales con las que llenamos nuestra vida. Son cosas que no son necesariamente malas, como no es malo hacer deporte, o no es malo disfrutar de una buena comida, o ver una buena película, como no es malo ganar dinero en el trabajo o disfrutar de una bonita puesta de sol. Sin embargo, tenemos que tener muy claro que todo eso no es lo que llena el corazón, porque son situaciones que disfrutamos y pasan, y las disfrutamos mucho si, además de tener una buena comida, tenemos armonía con la familia o si, además de ver una bonita puesta de sol, tenemos al lado a la persona que queremos. Las cosas son buenas si le dan sentido a la vida y si, además, nos sirven para mirar un poco más allá, para llenar el sentido de eternidad, es decir, de ser felices para siempre, que está dentro de nuestro corazón. Como decía San Juan Pablo II: “Además del hambre física, el hombre lleva en sí también otra hambre, un hambre más fundamental, que no puede saciarse con un alimento ordinario. Se trata aquí de un hambre de vida, un hambre de eternidad. La señal del maná era el anuncio del acontecimiento de Cristo, que saciaría el hambre de eternidad del hombre, convirtiéndose él mismo en el «pan vivo» que «da la vida al mundo»”.

Por eso Jesús nos habla de otro pan. Es el pan que baja del cielo. ¿En qué consiste este pan? O la pregunta más bien tendría que ser ¿en quién consiste este pan? En el evangelio nos dice que Él es el pan, es decir, el alimento que nos permite ser felices para la eternidad. Así lo dice Jesús: “Yo les aseguro: No fue Moisés quien les dio pan del cielo; es mi Padre quien les da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que baja del cielo y da la vida al mundo”.

¿Por qué Jesús es el pan que da la vida al mundo? Porque cuando tenemos a Jesús en nuestra vida, todas las cosas cambian de sentido, todas las cosas tienen un valor que no se acaba en lo corto que es el tiempo que vivimos en esta tierra, sino que llega hasta la posibilidad de la vida eterna. Como también les dice Jesús a los que le escuchaban: “No trabajen por ese alimento que se acaba, sino por el alimento que dura para la vida eterna y que les dará el Hijo del hombre”.

Cuando tenemos a Jesús en nuestra vida, todo es diferente y podemos disfrutar de las cosas sabiendo que de todo sacaremos siempre lo bueno y podremos desechar lo malo. Y, con el amor que Jesús nos tiene, las cosas buenas que podemos experimentar nos durarán para siempre y las cosas malas que a veces sufrimos no serán para siempre. Por eso, en la segunda lectura, nos invita a vivir de una manera especial: vivir como personas que se han encontrado con el amor de Cristo y que dejan fuera de su vida lo que no está bien, aunque parezca bonito, y que meten en su vida lo que es bueno, aunque no siempre sea fácil: “No deben ustedes vivir como los paganos, que proceden conforme a lo vano de sus criterios. Esto no es lo que ustedes han aprendido de Cristo. Él les ha enseñado a abandonar su antiguo modo de vivir, ese viejo yo, corrompido. Dejen que el Espíritu renueve su mente y revístanse del nuevo yo, creado a imagen de Dios, en la justicia y en la santidad de la verdad”.

Al final, podríamos hacernos unas preguntas importantes en la vida: ¿vivo como si no conociera a Jesús?

¿Qué pasaría si desapareciera todo signo de Jesús en mi vida? ¿Habría alguna diferencia? En cada eucaristía Jesús está presente entre nosotros con un amor que llena de sentido la vida. Él vuelve a ser el pan que baja del cielo. Que Él sea siempre nuestra vida, que nos dé siempre de su pan.

No hay comentarios: