TORD XVII B HOMILÍA 20240728
A veces, los milagros del Evangelio
nos pueden parecer como un truco mágico que soluciona un problema: El profeta,
o Jesús, ven una dificultad y, de una manera admirable, todo queda resuelto. La
historia del profeta Eliseo, en la que multiplica los panes de cebada para que
puedan comer cien personas, es una entre muchas en las que Eliseo realiza
prodigios maravillosos. Jesús, en el Evangelio, parece hacer lo mismo: se ha
juntado mucha gente, y no hay con qué
alimentarlos. Entonces, gracias a la generosidad de un muchacho que aporta sus
cinco panes y sus dos peces, Jesús puede sustentar a una multitud.
Sin embargo, Jesús no hace no es un
milagro para que la gente aplauda, sino un signo para que acepten la fe y
cambien la vida. Los milagros de Jesús son signos para mostrar que sus palabras
son verdad, que su palabra tiene tanta verdad como el poder de sus obras. Jesús
no multiplica los panes y los peces como un gesto solidario para solucionar el
hambre sino que está invitando a todos a que se sumen al mensaje de salvación
que él ha venido a traer.
El pan y el pez aparecen unidos en
el Evangelio para indicarnos que lo que se nos da es Jesús mismo. El pan, unido
al pez, se convierte en un símbolo. Para las primeras comunidades cristianas,
el pez era un símbolo de su fe en Jesús, con el que expresaban que Jesús era el
Hijo de Dios y el Salvador. Al unir el
pan con el pez, Jesús se nos presente como el hijo de Dios y Salvador que es nuestro
alimento. Con la multiplicación, estamos diciendo que esa presencia de Jesús
llega a todos y que no importa si son muchos; todos son invitados a recibir en
su corazón la salvación que nos llega por la presencia amorosa de Jesús en la
Eucaristía.
Pero para que eso sea posible Jesús
necesita de nuestro corazón abierto para poder cambiar nuestras vidas: no basta
con que Jesús se entregue; es necesario que nosotros cambiemos nuestros criterios
materialistas, convenencieros y egoístas. Eso criterios que son los de los que habían
comido los panes y los peces, pero no cambian su modo de ver a Jesús y no lo
reconocen como su Salvador; ellos lo ven como un rey que les va a llenar el
estómago, pero no están dispuestos a que les cambie el corazón.
Es en el cambio del corazón donde vemos
si se ha llevado a cabo lo que Jesús ha querido realizar al venir a nosotros en
la Eucaristía. Muchos comulgamos cada domingo o a lo mejor hasta con más
frecuencia, pero ¿cambiamos el corazón? Cuando algunas personas dicen que, en
vez de ir tanto a misa, ya podríamos ser más caritativos, más justos, o menos
orgullosos, están dando en el clavo, aunque sea por razones equivocadas, pues
aunque Jesús se ha multiplicado para nosotros, no le hemos abierto nuestro
corazón.
San Pablo, en su carta a los efesios
nos deja el retrato del hombre o de la
mujer cristianos que han permitido que Jesús llegue con su amor generoso a sus
vidas y les cambie el corazón. Por eso dice: "Lleven una vida digna del
llamamiento que han recibido. Sean siempre humildes y amables; sean
comprensivos y sopórtense mutuamente con amor; esfuércense en mantenerse unidos
en el espíritu con el vínculo de la paz". Quienes seguimos a
Jesucristo tenemos que buscar la coherencia con el don que hemos recibido. De
otro modo, solo caminamos en la superficialidad, que cuando aparece el
siguiente interés superfluo, borra de la vida todo rastro de valor.
Ser en verdad seguidores de Cristo
tiene un denominador común: la construcción de un corazón bueno, una tarea que
no es fácil ni para espíritus débiles. Ser cristiano no es ser blando; ser
cristiano es ser bueno, y eso, como ya decía San Pablo, requiere fortaleza,
esfuerzo y determinación. Por eso usa las palabras "esforzarse",
"soportar", "mantenerse". La coherencia es la consecuencia
del amor verdadero y es la fuerza que nos impulsa a mantener en el corazón con
firmeza el amor verdadero, aunque las situaciones exteriores sean difíciles. Pues
si lo único que nos importa son intereses materiales, será muy fácil que
cualquier problema nos haga romper con el esfuerzo de seguir amando y lo
vestiremos de las excusas necesarias para quedarnos tranquilos.
No tenemos que olvidar que esta es una tarea que además de nuestro compromiso requiere la entereza que solo la amistad con Jesús nos puede dar. Hoy Jesús multiplica los panes y los peces, no para que saciemos nuestra hambre material, sino para enseñarnos a mirar más allá y a descubrir que, lo que nos llena de verdad, no es el pan, sino el amor que nos regala el pan; que lo que da sentido a la vida no son los peces, sino el amigo que nos ofrece los peces. Un amigo que nos invita a multiplicar los panes y los peces, y los dones que hemos recibido, para que aquellos que sienten vacíos encuentren propósito, y los que carecen de esperanza, fe y amor, puedan estar seguros de que hay un amigo que no solo nos ofreció panes y peces, sino también su cuerpo y su sangre para que pudiéramos alcanzar la verdadera felicidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario