domingo, 9 de junio de 2024

MULTIPLICADORES DEL BIEN


HOMILIA X DOMINGO ORDINARIO B 0240609

Una mirada alrededor nos hace ver con claridad la presencia del mal en el mundo y hoy Jesús nos viene a decir que hay que luchar contra el mal, llenando de bien el mundo. La conocida historia de Adan y Eva refleja la presencia del mal en la creación. Todo era bueno, y, sin embargo, todo se rompe. La narración del Genesis nos presenta dos tipos de mal: primero, el mal que rompe la paz interior del ser humano; Adán se siente desnudo, es decir, con miedo, porque ha perdido lo que le daba seguridad, su amistad con Dios. Y hay un segundo efecto del mal: la ruptura de la relación con los demás: vemos cómo Adán acusa a Eva, del mal que él había cometido libremente y echa la culpa a aquella a la que él había llamado carne de su carne. Cuando el mal entra en la vida y el corazón nada queda intacto, ni la relación con Dios, ni el propio corazón, ni la relación con los demás.

El mal hace daño, aunque a veces lo queramos esconder detrás de lo que hoy se lleva, o lo que todo el mundo piensa. El mal hace daño, aunque no lo veamos, porque, como dice Eva, el mal es mentiroso: "la serpiente me engañó". Cuando nos dejamos llevar por el mal, nos metemos en el camino de la mentira: la mentira sobre nuestra relación con Dios, la mentira en nuestra relación con los demás, la mentira sobre los efectos de las cosas malas sobre nuestra vida. Cuando decimos: "pues yo no veo que tenga nada de malo", se es el problema: la mentira nos ha cegado, y solo vemos un lado del mal, como la supuesta paz que deja la droga, o las ventajas de ganar dinero de cualquier manera, o el sentirme a gusto conmigo mismo, aunque mi comportamiento dañe a la familia. El mal siempre busca poner una mentira delante de nuestra conciencia para que nos dejemos enredar por él. Pero, aunque digamos que estamos bien, sabiéndonos engañados por el mal, el mal sigue haciendo daño, a nosotros, nuestra familia o nuestra sociedad.

Pero la palabra de Dios nos dice también que el mal no tiene la victoria. Dios tiene la victoria y derrota al mal. Para eso vino Jesús, para derrotar al mal y para hacer que el bien se abra paso en nuestros corazones y en nuestra sociedad. Pero la victoria sobre el mal no es sencilla. A veces podemos ser incomprendidos, como cuando los familiares de Jesús se lo quieren llevar porque piensan que está loco, o ser despreciados, como cuando las autoridades religiosas de Israel acusan a Jesús de ser parte del reino del mal.

Jesús viene a derrotar el mal y a expandir el bien. El primer mal que Jesús quiere derrotar es el mal del corazón humano, el que echa raíces en la apertura de nuestra conciencia al bien, en nuestra capacidad de decidir por el bien. Jesús nos invita a escuchar lo que el Espíritu Santo nos dice en nuestra alma y ser sinceros con nosotros mismos sobre lo que es bueno o malo. Si no escuchamos la voz de Dios en la conciencia, o si, cuando la escuchamos, no somos auténticos y nos inclinamos hacia el mal, nosotros mismos nos engañamos y, como Adán en el paraíso, nos vemos desnudos, sin dignidad, rompemos nuestra relación Dios y los demás.

Jesús nos enseña el camino del bien haciéndonos parte de su familia. El evangelio nos dice que Jesús aprovecha la llegada de sus familiares para decirnos quién es la verdadera familia de Dios: los que hacen su voluntad. Esto es, los que están dispuestos a vivir no según la mentira, sino según el amor, como nos ha dicho el salmo: la voluntad de Dios es la misericordia, es decir, la ternura que se acerca al que ha caído; la voluntad de Dios es la redención, es decir, el amor que es más fuerte que el mal. La cercanía a Dios a través de la misericordia y del amor más fuerte que el mal, es el modo de ser familia de Jesús y de vencer al mal en el mundo.

Jesus nos invita no solo a vencer nuestro mal, sino también hacer que cada vez haya más bien a nuestro alrededor. Como decía San Pablo: "Aquel que resucitó a Jesús nos resucitará también a nosotros con Jesús y nos colocará a su lado con ustedes. Y todo esto es para bien de ustedes, de manera que, al extenderse la gracia a más y más personas, se multiplique la acción de gracias para gloria de Dios".

Todos estamos llamados a hacer que crezca el bien en la familia, en la vida conyugal, en la vida social, en la justicia y la solidaridad, en las virtudes que nos hacen mejores personas. Aunque a veces parezca que el mal es más fuerte, si en nuestra conciencia seguimos lo que el Espíritu Santo, que es el amor de Dios, guía en nuestros corazones, nos convertimos en fuente de bien, y hacemos que los demás sean mejores. Esto lo hace Jesús en cada Eucaristía: viene a nuestro corazón como la fuente del mayor de los bienes que es su amor y nos hace mejores, para que llenos de confianza seamos multiplicadores del bien entre todos los que nos rodean.

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