HOMILIA
DOMINGO DE LA ASCENSION DEL SEÑOR CICLO B
Hoy
celebramos el domingo en el que la Iglesia hace presente el misterio de la Ascensión
del Señor, el momento en que Jesús se nos presenta como plenamente glorioso
como decimos en el credo: Jesucristo subió a los cielos, y está
sentado a la derecha de Dios, Padre Todopoderoso. Este misterio es uno de los que cuesta explicar, porque parece que eso de
que Jesús subió al cielo, nos lo hace ver como si fuera una especie de
astronauta.
Vamos primero a intentar entender
lo que significa que Jesús subió al cielo y está sentado a la derecha de Dios
Padre Todopoderoso. Lo primero que tenemos que decir es que esto fue lo que
vieron los discípulos: que Jesús comenzó a alejarse de su vista, es decir que
los discípulos dejaron de ver a Jesús con quien habían convivido desde el
momento en que lo volvieron a ver resucitado el domingo de Pascua. El evangelio
intenta contarnos con palabras humanas lo que nadie puede contar. Los seres
humanos tenemos que traducir a nuestros términos limitados las cosas que son
trascendentes. Por ejemplo, cuando decimos: te quiero de aquí a la luna, eso no
significa que nuestro amor mide 384,400 kilómetros, sino que es un amor muy
grande. O cuando decimos: te he dicho mil veces que te sientes bien, no
significa que eso es un número exacto, sino que lo hemos hecho muchísimas
veces.
Lo que
hoy nos narra san Lucas en la primera lectura nos hace entender lo que les pasó
a los apóstoles ese día en el monte de los olivos. ¿Qué es lo que los apóstoles
experimentaron ese día?: primero ya no ven corporalmente a Jesús, segundo, la
humanidad de Jesús está de modo definitivo en la gloria de Dios, tercero, Jesús
posee el mismo poder de Dios: Jesús es Dios verdadero. Eso significa que Jesús
sube al cielo, que una nube oculta la vista de los discípulos (la nube en la
biblia simboliza la imposibilidad de ver a Dios) y que está “sentado” a la
derecha de Dios.
La
ascensión nos dice que Jesús es igual al Padre, y que su vida es una sola cosa
con la vida de Dios. Como seguidores de
Jesús, celebramos quien es Jesús para nosotros a partir de hoy: Jesús es
nuestro Dios y Señor, Jesús acompaña a la Iglesia, que somos todos sus discípulos
a lo largo de la historia, y Jesús como nuestro mediador nos permite una
relación de hijos con Dios que es Padre de todos nosotros.
Los misterios de la vida de
Cristo no son victorias para él pues Jesús no muere para sí mismo, ni resucita
para sí mismo, así tampoco asciende al cielo para sí mismo: los misterios de la
vida de Cristo son para nuestro provecho. Por eso en primer lugar San Marcos
nos dice que, como discípulos de Cristo, tenemos la certeza de la victoria
sobre el mal: arrojarán demonios en mi
nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben un
veneno mortal, no les hará daño; impondrán las manos a los enfermos y éstos
quedarán sanos”. San Marcos nos dice que nuestra
fe en Cristo nos hace más fuertes que los males espirituales (los demonios),
los males de la sociedad (la dificultad de la armonía por la diferencia de
idiomas), los males de la naturaleza (las serpientes) y los males de uno mismo
(el veneno). Como cristianos tenemos la certeza de que a pesar de todas las
cosas malas que hay en el mundo, las injusticias, los abusos, la violencia, las
guerras, las enfermedades, siempre seremos vencedores porque la fe nos
garantiza una vida eterna cerca de Dios y en armonía con todos los que amamos. Y,
en segundo lugar, san Pablo nos dice que como Jesús tenemos que ser sembradores
del bien: lleven una vida digna del llamamiento que han recibido. Sean siempre humildes y amables; sean comprensivos y
sopórtense mutuamente con amor; esfuércense en mantenerse unidos en el espíritu
con el vínculo de la paz. Este es el modo en que Cristo que sube al
cielo nos invita a vivir.
Esto no es fácil, porque somos débiles y vivir estas
virtudes supone mucho esfuerzo. Pero, como sembradores del bien, no estamos
solos. Jesús Resucitado y glorioso camina con nosotros, está a nuestro lado, pues
Dios reina sobre todos, actúa a través de todos y vive en todos. Qué
valioso es saber que, a partir de la Ascensión de Jesús, cada uno de nosotros
es testigo de lo que Jesús quiere ser para cada persona y de lo que cada
persona está llamada a ser: alguien feliz y que hace felices a los demás. Como decía San Agustín: Él ha sido elevado ya a lo más
alto de los cielos; sin embargo, continúa sufriendo en la tierra a través de
las fatigas que experimentan sus miembros: Tuve hambre y me disteis de comer.
(“www.celebrandolavida.org”) ¿Por qué no trabajamos nosotros también aquí en la
tierra, de manera que, por la fe, la esperanza y la caridad que nos unen a él,
descansemos ya con él en los cielos? Él está allí, pero
continúa estando con nosotros; asimismo, nosotros, estando aquí, estamos
también con él… por el amor hacia él.
Hoy que celebramos que Jesús es glorificado, hecho todopoderoso, hagamos con nuestras buenas obras que Jesús camine junto a cada ser humano que lo necesita. Que al descender a nuestro corazón en la eucaristía nos eleve para tener un corazón como el suyo.
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