domingo, 31 de marzo de 2024

¡RESUCITO! ES NUESTRA ALEGRIA Y NUESTRO GOZO



Entonces entró también el otro discípulo, y vio y creyó, porque hasta entonces no habían entendido las Escrituras, según las cuales Jesús debía resucitar de entre los muertos. Los primeros cristianos no descubrieron quién era Jesús hasta que pasaron por la tremenda experiencia de su dolorosa muerte y se abrieron sus ojos en el primer día de la semana con la resurrección del Señor, como resume San Pedro en la primera lectura del día de hoy: "Nosotros somos testigos de cuanto él hizo en Judea y en Jerusalén. Lo mataron colgándolo de la cruz, pero Dios lo resucitó al tercer día y concedió verlo (...) a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de que resucitó de entre los muertos". Por eso, el día de la resurrección todo es una sorpresa. Lo es para las mujeres, que habían visto dónde lo ponían. Lo es para los apóstoles que sabían que la piedra tapaba el sepulcro y que lo único que había dentro era un muerto.

En el sepulcro todo recordaba a la muerte. Pero lo que descubren se hace llave para entrar en la dimensión de la vida nueva de Jesús. La piedra que debía tapar al muerto está retirada, ahora es la señal de que la vida ha salido triunfante. El lienzo que cubría su cuerpo es ahora la señal de que su cuerpo ya no puede ser retenido por lo que es signo de muerte. Más aún, a partir de ahora, ese lienzo será la señal de que Jesús ha resucitado, es decir, no solo está vivo, sino que ya vive para siempre. Y el sudario, que lo cubría para que el espectáculo de Jesús muerto no nos repugnase, ahora está enrollado, es decir, ya no tiene sentido, y, porque ahora todos podemos ver a Jesús sin ningún rechazo, está en un sitio aparte.

Pero la resurrección de Jesús no es solo para él. No es solo un premio que Jesús se lleva por haber sido obediente a la voluntad del Padre. La resurrección de Jesús es para nosotros. Su vida nueva es para que nosotros tengamos la certeza de que ni las piedras, ni los lienzos, ni los sudarios de nuestras vidas son capaces de derrotarnos. El modo de lograrlo es el mismo del discípulo amado: ver y creer. Es decir, hacer la experiencia de que Jesús vive para mí. El verbo que más se repite es el verbo "ver". Todos ven la losa quitada del sepulcro, los lienzos aplastados y el sudario que había estado en su cabeza mientras estuvo muerto en la cruz, como en una progresión en lo que hay que ver.

¿Qué es ver? Ver no es solo mirar, ver es entrar en el sentido que tienen las cosas, como cuando descubres lo que un pintor ha querido expresar en un cuadro y no solo miras los colores o las formas. Ver es descubrir la esperanza en lo que hacemos cada día, en el levantarnos para trabajar o estudiar, en el acompañar a nuestra familia en la rutina cotidiana, en la capacidad de ayudar a quien nos necesita, en descubrir que el tiempo que se nos da es siempre una oportunidad para hacer el bien. 

Y hace falta creer. Creer no es solo no entender una verdad más o menos complicada. Creer es apoyarse en lo que me dice alguien y en el Alguien que me lo dice. Nosotros creemos en Cristo Resucitado, en una persona, en esa persona que a lo largo de su vida nos dijo que era capaz de quitar el pecado del mundo y que nos abrazaba cuando volvíamos a la casa del Padre y que debíamos amarnos los unos a los otros como él nos había amado. 

El discípulo amado ve y cree. Ver y creer en Jesús resucitado nos permite, como dice San Pablo, buscar los bienes de arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios. Es decir, no atorarnos en la insignificancia o importancia de las cosas que hacemos, sino descubrir los tesoros que están escondidos en cada una de ellas. Con la fe todo tiene un sentido: las diversas circunstancias de vida, las fáciles o las difíciles, las normales y las que brillan de modo extraordinario. Todo tiene valor y en todas las situaciones podemos hacer y ser algo mejores.

Jesús resucita para ser el gran amigo en nuestra vida. Un amigo con el que se come y se bebe. Con Jesús comemos y bebemos cada vez que nos acercamos a la eucaristía. Para los discípulos el cenáculo fue el lugar de encuentro con Jesús resucitado. Para nosotros es su presencia que proclamamos en cada misa: anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven señor Jesús.

Estar con Jesús nos permite hacer de nuestros sepulcros lugares de fe, de vida, de certeza en que el amor es más fuerte que la muerte. Nuestros sepulcros, donde estamos envueltos de mortajas de desesperanza, donde estamos tapados por piedras de desilusión, donde nos cubren sudarios de falta de sentido, han sido iluminados por la resurrección de Jesús para permitir entrar la luz de su amor en nuestra oscuridad, dejar de lado los sin sentidos y volver a tener certezas. No por nosotros, no por nuestras fuerzas. Sino para nosotros con la fuerza de su amor que ha hecho este día para nosotros. Hoy celebramos la mayor noticia de toda la historia: ¡Cristo ha resucitado en verdad! Este es el día que ha hecho el Señor, que sea para nuestra alegría y para nuestro gozo. Amén.

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