miércoles, 27 de marzo de 2024

LOS CUATRO MOMENTOS DEL AMOR POR TI


 SEMANA SANTA 2024

 

Cada Semana Santa parecen repetirse las mismas cosas: el Domingo de Ramos, los anuncios de la Pasión, la contemplación del Jueves Santo, el dolor del Viernes Santo, el tiempo de espera del Sábado que se rompe en la luz de la Pascua con el cirio luminoso que nos anuncia la Resurrección del Señor. Sin embargo, también cada Semana Santa tiene un significado especial, porque la vivimos desde las circunstancias concretas en las que nos encontramos. Si miramos nuestra vida, encontraremos los caminos por los que tiene que pasar hoy la cruz de Jesús.

Podríamos hablar de cuatro grandes momentos de la Semana Santa, que también son cuatro grandes circunstancias de nuestras vidas. Cada uno de estos momentos nos habla de cómo Jesús enfrenta lo que nuestros corazones necesitan. El primer momento es el de la traición enfrentada con la amistad fiel, el segundo momento es la fragilidad humana lavada por un gran amor, el tercer momento es el del mayor dolor moral y físico roto por el amor sin fronteras y el cuarto momento es del silencio de la esperanza.

La Semana Santa se abre con tres días que nos presentan cómo el amor se ve defraudado por la deslealtad, la fragilidad, la traición. Los personajes son los apóstoles, en especial Pedro y Judas y también los miembros del consejo supremo religioso de Israel. En el fondo todo esto sucede porque ven en Jesús alguien que desequilibra su autosuficiencia, y a todos ellos Jesús les responde con la firmeza de su amistad, con la certeza ofrecida que él no ha venido a ser servido sino a servir.

El segundo momento se vive el Jueves, que nosotros llamamos Santo. En este día, Jesús reúne a sus discípulos más cercanos para ofrecerles su amor hasta el extremo. Lo hace con el gesto del lavatorio de los pies y con la entrega del misterio de su cuerpo y de su sangre presentes en la eucaristía. Dos gestos que nos dicen que su presencia real en el pan y el vino lava nuestras fragilidades con su amor generoso. Dos gestos que nos recuerdan que solo viviendo el mandamiento nuevo de amar a los demás como él nos ha amado, es posible lavar al mundo de todo lo que le duele. Dos gestos que se convierten en la misión de aquellos a quienes encarga entregar su cuerpo y su sangre a los hermanos y ponerse a su servicio para lavarles los pies: los sacerdotes que reciben el sacramento del orden por la imposición de las manos. El Jueves Santo Jesús también enfrenta su propia fragilidad como ser humano, la fragilidad del dolor al ver a Judas ir a consumar su traición y la fragilidad que experimenta en Getsemaní al tener que ofrecer su voluntad al doloroso designio del Padre. Jesús se nos presenta como el Hijo de Dios hecho hombre por nosotros, que compadece, que sufre lo que nosotros sufrimos: la soledad, la depresión, la tristeza, la dificultad para asumir el bien que a veces es doloroso. Su entrega en el pan y el vino y el lavar los pies no es teatro, es la realidad, pues de verdad entrega su cuerpo y su sangre, y de verdad su vida; su existencia será el agua y el lienzo que nos limpie de todo lo que nos llena de mal.

El tercer momento es el Viernes Santo que nos concentra en el misterio de dolor que atraviesa Jesús en su Pasión. El dolor es algo que todos rechazamos, el dolor físico nos repele, el dolor moral nos derrumba. Sin embargo, Jesús los asume para hacernos ver que su amor no tiene ninguna frontera, ni la que genera el desprecio de los seres humanos, cuando es burlado por los soldados como rey, cuando es humillado al ser cambiado por Barrabás, o cuando es insultado por el pueblo y los sumos sacerdotes. Ni la que generan todos los dolores físicos que nos narran los evangelistas: la flagelación, la corona de espinas, el camino hacia el Calvario, los tremendos dolores de la crucifixión. Jesús, al ver cómo su cuerpo es destruido, va entregando en cada llaga su amor al Padre y a cada uno de los seres humanos. Si el dolor y la muerte son fronteras para los seres humanos, Jesús las rompe con la fuerza de su voluntad unida a la voluntad del Padre que él mismo expresó a Nicodemo: tanto amó Dios al mundo que le entregó su Hijo único para que el mundo tenga vida por él.

Así llegamos al cuarto momento. La muerte de Jesús parece cerrar el libro de modo definitivo. Pero no se puede cerrar el libro del amor de Dios por los seres humanos. Por eso, aunque su cuerpo yace en un sepulcro, el Sábado es el día en el que la esperanza prepara la experiencia de Jesús resucitado. Es la esperanza de que lo vivido junto a Jesús no se disuelve en una tumba. El Sábado es una llamada a mantener viva la esperanza en medio de todo lo que nos puede resultar en derrota, en destrucción, en frustración. Como decía el Papa Francisco: en Pascua, Jesús ha transformado, tomándolo sobre sí, nuestro pecado en perdón (…) nuestra muerte en resurrección, nuestro miedo en confianza. Es por esto porque allí, en la cruz, ha nacido y renace siempre nuestra esperanza; es por esto que con Jesús cada oscuridad nuestra puede ser transformada en luz, toda derrota en victoria, toda desilusión en esperanza. Toda: sí, toda. La esperanza supera todo, porque nace del amor de Jesús. El mensaje del Sábado Santo es el mismo del primer Sábado, en el que Dios descansó porque todo era muy bueno. Todo es muy bueno cuando Jesús acompaña nuestras fragilidades, nuestras miserias, nuestros pecados, nuestros corazones desgarrados. Todo es muy bueno cuando se ve no con los ojos humanos tan pequeños y desgastados, sino con los ojos de Dios que siempre hace que todo coopere para el bien de los que lo aman, por una sola razón: porque él nos amó primero y nos sigue amando.

 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hermosa reflexión, trasciende a nuestras vidas, es actual como siempre la escritura, la Palabra.