HOMILIA II DOMINGO DE PASCUA, CICLO B 20240407
El segundo domingo de Pascua se centra en la experiencia de que Jesús ha resucitado y está con nosotros. Si la semana santa es el modo en que acompañamos a Jesús en su pasión y su muerte, la pascua es el modo en que Jesús nos acompaña a lo largo de nuestra vida. El camino de la Pascua, que vamos a recorrer en los siguientes siete domingos, nos refuerza la certeza de que Jesús está vivo y camina a nuestro lado.
El evangelio de hoy nos ofrece dos
frutos de la experiencia de Jesús. El primero es Jesús que se aparece a los
discípulos y les hace el don de la paz y el don del perdón y el segundo en que Jesús
se dirige a Tomás para darle el don de la fe resucitada. Tres dones que el
Resucitado viene a traer y que son fundamentales en la vida de todo ser humano:
la paz, el perdón y la fe. Porque estos tres dones dan sentido a toda nuestra
vida. ¿Quién puede vivir feliz sin paz, sin perdón y sin fe en algo que le dé
sentido?
La paz no es solo la
tranquilidad. La paz es estar en buena relación con Dios, con los demás, con la
creación y con uno mismo. El pecado original había roto el equilibrio entre el
ser humano y todo lo demás. Nos habíamos alejado de Dios, habíamos roto nuestra
relación con los demás, habíamos dañado la creación, y a nosotros mismos.
Jesús, que muere y resucita por nosotros, nos vuelve a dar la paz que habíamos
perdido. Nos da la paz con Dios, porque nos abre a la posibilidad de tener con
él una relación de amistad cercana pues el amor que él nos tiene está presente
en nuestra vida. Nos da la paz con los demás, porque nos hace a todos hijos del
mismo Padre que es Dios. Nos da la paz con nosotros mismos porque nos libera de
los miedos que podemos tener al no caminar por el camino del bien y nos da la
seguridad de que nuestra conciencia puede estar tranquila al llenar nuestro
corazón con el Espíritu Santo. Finalmente nos da la paz con la creación. El ser
humano usa mal la creación cuando se deja llevar por la avaricia o la soberbia
y Jesús nos da la posibilidad de ser generosos y serviciales y usar los bienes
que tenemos a disposición de modo adecuado y para el bien de todos.
El segundo don es el don del
perdón. Todos somos conscientes de que no siempre hacemos las cosas bien. Todos
necesitamos del perdón. Porque a veces dañamos a los demás con lo que hacemos,
o permitimos que nuestro corazón se aparte del bien. Pero no es el perdón que nace
de sentirnos superiores o indiferentes a los demás. Cuando el perdón brota de
la superioridad o de la indiferencia nunca logra restablecer la relación con el
otro de modo verdadero. Siempre queda una distancia, una herida, un mal sabor
de boca. El don del perdón que recibimos en la Pascua de Jesús nace de su gran
amor por nosotros. El amor cuando se hace perdón se llama misericordia, porque
brota del corazón. La misericordia es el modo en que Dios quiso relacionarse
con nosotros. Cuando el perdón nace del amor, el otro vuelve a ser mi hermano,
el mal queda verdaderamente en el pasado, el corazón se siente liberado y
agradecido. Jesús resucitado llega con las heridas de su pasión, porque como dice San Agustín: si no hubiese
conservado las cicatrices en su cuerpo, no hubiera sanado las heridas de
nuestro corazón.
Y en tercer lugar está el don de
la fe. La fe es apoyarnos en alguien en quien creemos, como cuando nos fiamos
de una persona a la que le preguntamos la hora, o el tiempo que hace. Tenemos
confianza en que esta persona no nos engaña y le creemos. La fe en Jesús, muerto
y resucitado por nosotros, es la fe en una persona. Tomás, que no se fía de los
discípulos, encuentra la fe cuando hace la experiencia de un Jesús vivo, que se
acerca a él, y le comparte su amor. El evangelio de hoy termina con una
bienaventuranza que es para todos nosotros: “Tú crees porque me has
visto; dichosos los que creen sin haber visto”. Ninguno de nosotros ha visto a Jesús,
pero lo podemos experimentar con la fe: cuando sentimos la paz y el perdón, o
lo recibimos en la eucaristía, o cuando hacemos de su palabra en la biblia y,
de modo especial en el evangelio, una guía para nuestra vida, porque ahí nos
habla a nosotros.
La paz, el perdón y la fe son los rostros de la misericordia
que Dios ha tenido con nosotros al entregarnos a Jesús, muerto y resucitado. La
certeza en la misericordia, que nos hace fortalecer nuestra fe, sabernos perdonados
y caminar por la vida en paz y como sembradores de paz. Como decía el Papa
Francisco: La misericordia abre la puerta del corazón y permite expresar
cercanía hacia los que están solos y marginados, porque les hace sentirse
hermanos e hijos de un solo Padre. Favorece el reconocimiento de cuantos tienen
necesidad de consuelo y hace encontrar palabras adecuadas para dar consuelo. La
misericordia calienta el corazón y hace sensible a las necesidades de los
hermanos. Jesús llega a
nuestra vida para que también nosotros, como los apóstoles, podamos entrar en
los cenáculos de dolor de los demás y ser para ellos testigos de la
misericordia, de paz, el perdón y la fe que a todos nos da Jesús resucitado.
Como Santo Tomás, en cada eucaristía tocamos su cuerpo y proclamamos su divinidad hecha carne, hecha ser humano por nosotros y para nosotros. Hoy Jesús llega al cenáculo de nuestro corazón y cuando al comulgar digamos Amén, estaremos diciendo que él es el Señor de nuestra vida, el Dios en nuestra existencia, el Amigo en nuestro camino.
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