HOMILÍA
III DOMINGO DE CUARESMA CICLO B 20210306
Llegamos
al tercer domingo de cuaresma, que nos presenta una escena que es inusual en
Jesús que siempre se presenta como alguien humilde. Jesus, al expulsar a los
mercaderes del templo nos hace ver que no debemos manipular las cosas de Dios
para nuestra conveniencia. En el templo de Jerusalén, las autoridades
religiosas, impulsadas por la avaricia, obligaban a la gente a comprarles los
animales para el sacrificio, y es por eso que Jesús denuncia que han convertido
la casa de su Padre en un mercado. Esto nos puede pasar a los seres humanos que
hacemos de las cosas buenas, oportunidades para hacer cosas malas: usamos
nuestra inteligencia para pensar cómo hacer el mal, cuando Dios nos la dio para
buscar la verdad y el bien; usamos los descubrimientos de la ciencia para la
guerra, en vez de usarlos para combatir el hambre o las enfermedades, como
decía Juan Pablo II: Cristo alza su voz también contra los «vendedores del
templo» de nuestra época, es decir, contra cuantos convierten el mercado en su
«religión» hasta ofender, en nombre del «dios-poder y del dios-dinero», la
dignidad de la persona humana con abusos de todo tipo. Pensemos, por ejemplo,
en la falta de respeto a la vida, ..; pensemos en la contaminación ecológica,
la comercialización del sexo, el tráfico de drogas y la explotación de los
pobres y los niños.
También
podemos usar la religión para nuestra soberbia, cuando nos creemos mejores que
los demás, o somos intransigentes con los demás. Por eso el evangelio de hoy
termina diciendo que Jesús, conoce muy bien el corazón de los seres humanos y
sabe que tenemos la posibilidad de hacer el bien o el mal.
Para
evitar el mal tenemos los mandamientos de la ley que son marco de referencia de
lo que está bien o de lo que está mal. Pero también somos conscientes de que el
hecho de saber lo que está bien o lo que está mal no nos soluciona el problema
de ser más fuertes que el mal. Es como el niño que sabe que no debe comer mucho
dulce y a pesar de ello se llena pasteles y luego le duele la panza. O como el
adulto que sabe que debe apartarse de ciertos ambientes y personas, y a pesar
de eso pone en riesgo su familia, su trabajo, o su salud. Está claro que hace
falta algo más. Lo único que nos puede dar la fuerza para ser más fuertes que
nuestra fragilidad, es el amor de Dios que se manifiesta en Jesús. Es la
certeza de que nuestras miserias pueden ser eliminadas por Jesús, por su perdón
y su gracia.
Por eso podríamos hacernos dos preguntas; la primera es: ¿qué
es lo que tiene que limpiar Jesús en nuestros corazones como lo hizo en el
templo? Como decía el papa Francisco: ¿se siente el
Señor verdaderamente como en su casa en mi vida? ¿Le permitimos que haga
«limpieza» en nuestro corazón y expulse a los ídolos, es decir, las actitudes
de codicia, celos, mundanidad, envidia, odio, la costumbre de murmurar y
«despellejar» a los demás? Jesús hará limpieza con ternura, con misericordia,
con amor. La misericordia es su modo de hacer limpieza. Hemos de
pedir a Jesús: ven al templo de mi vida y ayúdame a quitar todo lo que no debe
estar, por mi soberbia, mi pereza, mi avaricia, todo lo que impide que mi
corazón esté lleno de cosas buenas.
Y lo segundo es preguntarnos, ¿qué es lo que Jesús tiene
que reconstruir en nuestro corazón? Todos tenemos deseos de ser buenos, de
hacer las cosas bien para construir el templo de nuestro corazón, de nuestra
vida mejor. Esto se construye apoyados, como dice Jesús en el evangelio, en en
su pasión, muerte y resurrección ´por eso Jesus habla de tres días-, en su amor
total por cada uno de nosotros. En esta cuaresma analicemos junto a Jesús lo
que tenemos que quitar y lo que tenemos que construir en nuestro templo.
Una cosa más.
Hay otro templo que tenemos que cuidar. Ese templo que son nuestros hermanos
que nos rodean. Hay que cuidar el templo que son las mujeres y las niñas,
tantas veces son despreciadas, ninguneadas o maltratadas. Cuidar el templo de
los ancianos que a veces despreciamos porque parece que no son útiles. Cuidar
el templo de la familia que se llena de vendedores de egoísmo, y que necesita
construirse todos los días con generosidad. Como Jesús se preocupa porque la
casa de su Padre esté bien y la construye con su amor, nosotros tenemos que
preocuparnos por las casas de Dios que están cerca de nosotros: el corazón de
nuestros hijos para construirlos con las mejores virtudes; la casa de Dios que
es nuestro esposo o esposa y construirla con respeto, amor y fidelidad.
En esta cuaresma, dejemos que Jesús nos enseñe a cuidar
lo más valioso que ha puesto en nuestras vidas: su amor por cada uno de
nosotros. "Un amor que se hace presente especialmente en cada eucaristía,
donde él viene a nuestro corazón para que seamos su templo, eliminando lo que
nos hace indignos y construyendo lo que nos hace mejores hijos de Dios y
hermanos de los demás.
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