sábado, 2 de marzo de 2024

LIMPIAR, CUIDAR Y CONSTRUIR TEMPLOS

 



HOMILÍA III DOMINGO DE CUARESMA CICLO B 20210306

Llegamos al tercer domingo de cuaresma, que nos presenta una escena que es inusual en Jesús que siempre se presenta como alguien humilde. Jesus, al expulsar a los mercaderes del templo nos hace ver que no debemos manipular las cosas de Dios para nuestra conveniencia. En el templo de Jerusalén, las autoridades religiosas, impulsadas por la avaricia, obligaban a la gente a comprarles los animales para el sacrificio, y es por eso que Jesús denuncia que han convertido la casa de su Padre en un mercado. Esto nos puede pasar a los seres humanos que hacemos de las cosas buenas, oportunidades para hacer cosas malas: usamos nuestra inteligencia para pensar cómo hacer el mal, cuando Dios nos la dio para buscar la verdad y el bien; usamos los descubrimientos de la ciencia para la guerra, en vez de usarlos para combatir el hambre o las enfermedades, como decía Juan Pablo II: Cristo alza su voz también contra los «vendedores del templo» de nuestra época, es decir, contra cuantos convierten el mercado en su «religión» hasta ofender, en nombre del «dios-poder y del dios-dinero», la dignidad de la persona humana con abusos de todo tipo. Pensemos, por ejemplo, en la falta de respeto a la vida, ..; pensemos en la contaminación ecológica, la comercialización del sexo, el tráfico de drogas y la explotación de los pobres y los niños.

También podemos usar la religión para nuestra soberbia, cuando nos creemos mejores que los demás, o somos intransigentes con los demás. Por eso el evangelio de hoy termina diciendo que Jesús, conoce muy bien el corazón de los seres humanos y sabe que tenemos la posibilidad de hacer el bien o el mal.

Para evitar el mal tenemos los mandamientos de la ley que son marco de referencia de lo que está bien o de lo que está mal. Pero también somos conscientes de que el hecho de saber lo que está bien o lo que está mal no nos soluciona el problema de ser más fuertes que el mal. Es como el niño que sabe que no debe comer mucho dulce y a pesar de ello se llena pasteles y luego le duele la panza. O como el adulto que sabe que debe apartarse de ciertos ambientes y personas, y a pesar de eso pone en riesgo su familia, su trabajo, o su salud. Está claro que hace falta algo más. Lo único que nos puede dar la fuerza para ser más fuertes que nuestra fragilidad, es el amor de Dios que se manifiesta en Jesús. Es la certeza de que nuestras miserias pueden ser eliminadas por Jesús, por su perdón y su gracia.

Por eso podríamos hacernos dos preguntas; la primera es: ¿qué es lo que tiene que limpiar Jesús en nuestros corazones como lo hizo en el templo? Como decía el papa Francisco: ¿se siente el Señor verdaderamente como en su casa en mi vida? ¿Le permitimos que haga «limpieza» en nuestro corazón y expulse a los ídolos, es decir, las actitudes de codicia, celos, mundanidad, envidia, odio, la costumbre de murmurar y «despellejar» a los demás? Jesús hará limpieza con ternura, con misericordia, con amor. La misericordia es su modo de hacer limpieza. Hemos de pedir a Jesús: ven al templo de mi vida y ayúdame a quitar todo lo que no debe estar, por mi soberbia, mi pereza, mi avaricia, todo lo que impide que mi corazón esté lleno de cosas buenas.

Y lo segundo es preguntarnos, ¿qué es lo que Jesús tiene que reconstruir en nuestro corazón? Todos tenemos deseos de ser buenos, de hacer las cosas bien para construir el templo de nuestro corazón, de nuestra vida mejor. Esto se construye apoyados, como dice Jesús en el evangelio, en en su pasión, muerte y resurrección ´por eso Jesus habla de tres días-, en su amor total por cada uno de nosotros. En esta cuaresma analicemos junto a Jesús lo que tenemos que quitar y lo que tenemos que construir en nuestro templo.

Una cosa más. Hay otro templo que tenemos que cuidar. Ese templo que son nuestros hermanos que nos rodean. Hay que cuidar el templo que son las mujeres y las niñas, tantas veces son despreciadas, ninguneadas o maltratadas. Cuidar el templo de los ancianos que a veces despreciamos porque parece que no son útiles. Cuidar el templo de la familia que se llena de vendedores de egoísmo, y que necesita construirse todos los días con generosidad. Como Jesús se preocupa porque la casa de su Padre esté bien y la construye con su amor, nosotros tenemos que preocuparnos por las casas de Dios que están cerca de nosotros: el corazón de nuestros hijos para construirlos con las mejores virtudes; la casa de Dios que es nuestro esposo o esposa y construirla con respeto, amor y fidelidad.

En esta cuaresma, dejemos que Jesús nos enseñe a cuidar lo más valioso que ha puesto en nuestras vidas: su amor por cada uno de nosotros. "Un amor que se hace presente especialmente en cada eucaristía, donde él viene a nuestro corazón para que seamos su templo, eliminando lo que nos hace indignos y construyendo lo que nos hace mejores hijos de Dios y hermanos de los demás.

No hay comentarios: