viernes, 2 de febrero de 2024

UN PRINCIPE CON MUCHAS GOLONDRINAS: SANADOS PARA SANAR

 



HOMILÍA 5º DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO B 20240204

En una ciudad, había una estatua de un príncipe dorado con ojos de zafiro y una espada con un rubí. Una noche, una golondrina se posó en la estatua, y el príncipe le ofreció un lugar para descansar. La golondrina le contó al príncipe sobre la pobreza y el sufrimiento de la ciudad. Conmovido, el príncipe decidió ayudar a los necesitados. Con la golondrina como mensajera, regaló sus ojos de zafiro a una costurera que tenía un hijo enfermo y el rubí de su espada a un estudiante sin comida. Al no emigrar por ayudar a los necesitados, la golondrina murió de frío. El príncipe, que había perdido su belleza, fue fundido, pero su corazón no se pudo derretir. Dios, lleno de compasión, llevó al cielo el corazón del príncipe y el cuerpo de la golondrina, y les regaló la felicidad por sus corazones generosos.

Esta historia nos recuerda que hay muchos corazones humanos con angustias por los dolores físicos o morales. Como dicen las palabras de Job: "Al acostarme, pienso: '¿Cuándo será de día?' La noche se alarga y me canso de dar vueltas hasta que amanece. Mis días corren más aprisa que una lanzadera y se consumen sin esperanza". Todos tenemos la experiencia del sufrimiento físico o moral como cuando tenemos que decir adiós a alguien querido debido a una enfermedad o alguien se aleja de nuestra vida por un problema o malentendido. ¿Habrá alguien que pueda sostenernos? ¿Hay alguien que pueda estar a nuestro lado?

Como en la historia del príncipe y la golondrina, hoy en el Evangelio nos encontramos con alguien que sabe que estamos en problemas y que ha decidido entregarse por nosotros. Ese es Jesús. Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que fuera del Evangelio nos envuelve en absoluta oscuridad. Cristo resucitó; con su muerte destruyó la muerte y nos dio la vida»[1]. Jesús se compadece de nosotros y toma sobre sí nuestros dolores y sufrimientos. Jesús nos muestra su cercanía y que nadie queda fuera de su amor. En el evangelio comienza curando a los que están cerca de él, como la suegra de Pedro, luego a todos los que se acercan a él: "Le llevaron a todos los enfermos y poseídos del demonio, y todo el pueblo se apiñaba junto a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó a muchos demonios". En tercer lugar, Jesús se pone en camino para llegar a los que no lo conocen, a los que no saben que los ama hasta morir por ellos.

A veces sabemos que estamos cerca de Jesús y tenemos la certeza de que está a nuestro lado para darnos fuerza en nuestra fragilidad. A veces somos de los que le buscamos y lo encontramos para que nos sane de lo que nos aprieta en el corazón. Pero otras veces estamos lejos, incluso podemos pensar que, por nuestra situación, estamos fuera del alcance de Jesús. Entonces Jesús viene a nosotros, sale a nuestro encuentro como nos proclama el evangelio: "Vamos a los pueblos cercanos para predicar también allá el Evangelio, pues para eso he venido". Y recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando a los demonios. Jesús está dispuesto a recorrer las distancias necesarias para estar cerca de nosotros. ¡Cómo se lo tenemos que agradecer! Aunque las penas sean muy grandes, él va a estar siempre ahí a nuestro lado. Como dice San Pablo: Aunque no estoy sujeto a nadie, me he convertido en esclavo de todos, para ganarlos a todos. Con los débiles me hice débil, para ganar a los débiles. Me he hecho todo a todos, a fin de ganarlos a todos.

Hay una cosa más: no basta con que Jesús cure nuestros corazones y esté a nuestro lado en nuestras penas. Como dice san Pablo, todos tenemos que ser sembradores de esta buena noticia: Jesús cura tu corazón y está a tu lado en las penas, así cuando la suegra de Pedro queda curada, se levanta y se pone a servir a todos. ¿Dónde podemos servir a los demás? ¿Cómo podemos hacer para que se sientan mejor porque nosotros, como hace Jesús, nos hemos acercado a ellos?

En la historia del príncipe, es importante su corazón, pero también es muy importante la golondrina. Ella lleva un poquito del príncipe a quienes lo necesitan. Si Jesús es el príncipe, nosotros somos la golondrina. Como ella hemos de ayudar no solo a los que están cerca o a los que se acercan, sino que también a los que nos pueden necesitar y, por diversas situaciones, se encuentran lejos. Podemos ayudar con nuestras obras, o con nuestras palabras, y siempre con nuestra oración. Tenemos que tener una actitud como la que describe San Agustín: Llamaré a la oveja descarriada, buscaré a la perdida. Y aunque, al buscarla, me desgarren las zarzas de los bosques, me deslizaré por cualquier angostura, derribaré toda valla; en la medida en que el Señor, que me atemoriza, me dé fuerzas, recorreré todo. Llamaré a la descarriada, buscaré a la que está a punto de perecer. Hoy nuestro corazón no se llena de rubíes, se llena de Jesucristo en la eucaristía para que tengamos un corazón semejante al suyo y seamos esperanza en el mundo que nos rodea.



[1] (Gaudium et spes 22)

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