viernes, 26 de enero de 2024

HAY UN AMIGO EN MI

 


Todos admiramos a quienes han hecho algo grande por la humanidad, quienes han inventado algo valioso o quienes han sido exitosos en algo trascendental, y nos gusta escuchar frases que han dicho, frases que incluso se convierten en normas de conducta para muchos de nosotros. Porque no basta con que alguien diga frases bonitas si luego estas frases no pueden cambiar la vida de los que las oyen. Solamente los que dicen y hacen son importantes para nosotros. La mayoría de nosotros somos muy buenos para dar consejos, para decir cómo se tienen que hacer las cosas. Pero nos cuesta mucho más cuando se trata de ponerlas en práctica.

Jesús no es así. Hoy en el evangelio vemos que Jesús enseña y que Jesús actúa: lo que dice lo pone en práctica. Por eso, cuando Jesús nos pide algo o nos enseña algo, tenemos la seguridad de que él lo ha hecho ya antes, o mejor aún, que va a estar a nuestro lado cuando lo tengamos que hacer. Muchas veces hay cosas que nos cuesta hacer, como perdonar, ser honestos, ayudar de modo desinteresado a otro, devolver bien por mal, ser respetuosos con los demás; siempre podremos ver que Jesús lo ha hecho por nosotros y está a nuestro lado para que lo podamos llevar a cabo.

Dice el evangelio que Jesús fue a la sinagoga y se puso a enseñar. Los oyentes quedaron asombrados de sus palabras, pues enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas. Jesús enseñaba como alguien que habla con conocimiento y autenticidad. Hablar con autoridad es hablar desde la experiencia personal y no de oídas. Jesús hablaba de las cosas de Dios tal como él las vivía. Su experiencia le decía que lo único que Dios quería era el bien del hombre. Que Dios no pretendía nada del ser humano, sino que se ponía al servicio del hombre sin esperar nada a cambio.

Jesús enseña, pero también actúa y nos libera de lo malo que nos pudiera impedir comportarnos bien. En el evangelio, Jesús cura a un hombre que había sido poseído por un espíritu malo. También a veces nosotros podemos tener un espíritu malo: cuando preferimos el enojo al perdón, cuando preferimos la comodidad a ser serviciales, cuando preferimos tener cosas para nosotros en lugar de compartir, cuando preferimos usar a los demás para nuestro provecho en lugar de respetarlos, cuando preferimos nuestro orgullo a ayudar a otro, cuando nos molesta que a otro le haya ido bien, cuando solo pensamos en darnos gusto con cosas materiales y dejamos de lado las cosas valiosas de lo espiritual. Estas son manifestaciones de lo que llamamos los pecados capitales que muestran que algo no está bien.

Jesús vino a enseñarnos que tenemos que luchar contra el mal, y sobre todo, a ponerse a nuestro lado para que, junto a él, podamos caminar siempre en el bien. Jesús enseña y actúa, nos dice lo que hay que hacer y nos da su amistad para que tengamos fuerza de hacer el bien. Es similar a los amigos: el buen amigo nos da fuerzas para hacer el bien, el mal amigo nos quita fuerzas para hacer el bien. Si me cuesta obedecer a mis padres o ser auténtico en mi matrimonio, un mal amigo nos dará un mal consejo para hacer lo que debemos o ser fieles, pero un buen amigo me dará el consejo adecuado para ser obediente o respetuosos con la palabra dada a nuestro cónyuge.

Esto es lo que hace la amistad con Jesús. Nos ayuda a ser buenos y a hacer el bien. En un mundo lleno de incertidumbre, en el que los seres humanos necesitamos a alguien que nos dé estabilidad, necesitamos a Jesús para que nos dé la fuerza para seguir haciendo el bien, para que lo malo no nos gane. Jesús es nuestro divino Maestro, poderoso en palabras y en obras. Jesús nos comunica toda la luz que ilumina las sendas, a veces oscuras, de nuestra existencia. Él nos comunica también la fuerza necesaria para superar las dificultades, las pruebas y las tentaciones. Un maestro y un amigo que nos indica el camino y nos cuida, especialmente cuando más lo necesitamos.

Por eso es importante que en todo estemos siempre cerca de Jesús, de modo especial, como nos recuerda San Pablo, cuando se trata de nuestra familia. San Pablo nos dice que el centro de la familia debe ser la relación con Dios, que en las ocupaciones de la casa tengamos momentos para Dios, y que, en las relaciones familiares, tengamos como modelo el amor de Dios, de modo que pongamos a Jesús en el centro de todo lo que hacemos: a la hora de tratarnos entre esposos, hacerlo con el amor de Cristo, a la hora de tratarnos entre hermanos, hacerlo con el amor de Cristo, a la hora de sacar adelante el trabajo o las ocupaciones de la casa, hacerlo con el corazón servicial de Cristo. Seremos felices en la familia y en todo lo que nos ocupa si en todo sabemos poner nuestro corazón junto al corazón de Jesús. Hoy podemos poner nuestro corazón y el de nuestra familia cerca de Jesús porque hoy Jesús va a poner en la eucaristía su corazón cerca del nuestro para que hagamos realidad que lo bueno en nosotros es siempre más fuerte.

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