Todos admiramos
a quienes han hecho algo grande por la humanidad, quienes han inventado algo
valioso o quienes han sido exitosos en algo trascendental, y nos gusta escuchar
frases que han dicho, frases que incluso se convierten en normas de conducta
para muchos de nosotros. Porque no basta con que alguien diga frases bonitas si
luego estas frases no pueden cambiar la vida de los que las oyen. Solamente los
que dicen y hacen son importantes para nosotros. La mayoría de nosotros somos
muy buenos para dar consejos, para decir cómo se tienen que hacer las cosas.
Pero nos cuesta mucho más cuando se trata de ponerlas en práctica.
Jesús no es así.
Hoy en el evangelio vemos que Jesús enseña y que Jesús actúa: lo que dice lo
pone en práctica. Por eso, cuando Jesús nos pide algo o nos enseña algo,
tenemos la seguridad de que él lo ha hecho ya antes, o mejor aún, que va a
estar a nuestro lado cuando lo tengamos que hacer. Muchas veces hay cosas que
nos cuesta hacer, como perdonar, ser honestos, ayudar de modo desinteresado a
otro, devolver bien por mal, ser respetuosos con los demás; siempre podremos
ver que Jesús lo ha hecho por nosotros y está a nuestro lado para que lo
podamos llevar a cabo.
Dice el
evangelio que Jesús fue a la sinagoga y se puso a enseñar. Los oyentes quedaron
asombrados de sus palabras, pues enseñaba como quien tiene autoridad y no como
los escribas. Jesús enseñaba como alguien que habla con conocimiento y
autenticidad. Hablar con autoridad es hablar desde la experiencia personal y no
de oídas. Jesús hablaba de las cosas de Dios tal como él las vivía. Su
experiencia le decía que lo único que Dios quería era el bien del hombre. Que
Dios no pretendía nada del ser humano, sino que se ponía al servicio del hombre
sin esperar nada a cambio.
Jesús enseña,
pero también actúa y nos libera de lo malo que nos pudiera impedir comportarnos
bien. En el evangelio, Jesús cura a un hombre que había sido poseído por un
espíritu malo. También a veces nosotros podemos tener un espíritu malo: cuando
preferimos el enojo al perdón, cuando preferimos la comodidad a ser
serviciales, cuando preferimos tener cosas para nosotros en lugar de compartir,
cuando preferimos usar a los demás para nuestro provecho en lugar de
respetarlos, cuando preferimos nuestro orgullo a ayudar a otro, cuando nos
molesta que a otro le haya ido bien, cuando solo pensamos en darnos gusto con
cosas materiales y dejamos de lado las cosas valiosas de lo espiritual. Estas
son manifestaciones de lo que llamamos los pecados capitales que muestran que
algo no está bien.
Jesús vino a
enseñarnos que tenemos que luchar contra el mal, y sobre todo, a ponerse a
nuestro lado para que, junto a él, podamos caminar siempre en el bien. Jesús
enseña y actúa, nos dice lo que hay que hacer y nos da su amistad para que
tengamos fuerza de hacer el bien. Es similar a los amigos: el buen amigo nos da
fuerzas para hacer el bien, el mal amigo nos quita fuerzas para hacer el bien.
Si me cuesta obedecer a mis padres o ser auténtico en mi matrimonio, un mal
amigo nos dará un mal consejo para hacer lo que debemos o ser fieles, pero un
buen amigo me dará el consejo adecuado para ser obediente o respetuosos con la
palabra dada a nuestro cónyuge.
Esto es lo que
hace la amistad con Jesús. Nos ayuda a ser buenos y a hacer el bien. En un
mundo lleno de incertidumbre, en el que los seres humanos necesitamos a alguien
que nos dé estabilidad, necesitamos a Jesús para que nos dé la fuerza para
seguir haciendo el bien, para que lo malo no nos gane. Jesús es nuestro divino
Maestro, poderoso en palabras y en obras. Jesús nos comunica toda la luz que
ilumina las sendas, a veces oscuras, de nuestra existencia. Él nos comunica
también la fuerza necesaria para superar las dificultades, las pruebas y las
tentaciones. Un maestro y un amigo que nos indica el camino y nos cuida,
especialmente cuando más lo necesitamos.
Por eso es
importante que en todo estemos siempre cerca de Jesús, de modo especial, como
nos recuerda San Pablo, cuando se trata de nuestra familia. San Pablo nos dice
que el centro de la familia debe ser la relación con Dios, que en las
ocupaciones de la casa tengamos momentos para Dios, y que, en las relaciones
familiares, tengamos como modelo el amor de Dios, de modo que pongamos a Jesús
en el centro de todo lo que hacemos: a la hora de tratarnos entre esposos,
hacerlo con el amor de Cristo, a la hora de tratarnos entre hermanos, hacerlo
con el amor de Cristo, a la hora de sacar adelante el trabajo o las ocupaciones
de la casa, hacerlo con el corazón servicial de Cristo. Seremos felices en la
familia y en todo lo que nos ocupa si en todo sabemos poner nuestro corazón
junto al corazón de Jesús. Hoy podemos poner nuestro corazón y el de nuestra
familia cerca de Jesús porque hoy Jesús va a poner en la eucaristía su corazón
cerca del nuestro para que hagamos realidad que lo bueno en nosotros es siempre
más fuerte.
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