HOMILIA 6° DOMINGO ORDINARIO CICLO B
20240211
¿Recuerdan cuando se encuentran Esmeralda y Quasimodo, la
criatura jorobada, en la película del Jorobado de Notre Dame? él defiende al
malv
En el evangelio de hoy sucede una escena semejante, cuando
Jesús cura al leproso. Los leprosos en la antigüedad eran personas como
monstruos. Hoy la lepra es una
enfermedad que con un tratamiento adecuado puede curarse. En tiempos de Jesús la lepra llevaba consigo la expulsión de la
persona de la convivencia con los demás y de la cercanía a Dios. La ley de Moisés
era inflexible: traerá la ropa descosida, la cabeza descubierta, se cubrirá
la boca e irá gritando: '¡Estoy contaminado! ¡Soy impuro!' Mientras le dure la
lepra, seguirá impuro y vivirá solo, fuera del campamento. Podemos
imaginarnos lo que significa para una persona, el no encontrar puerta abierta
ni la puerta de los hombres, ni la puerta de Dios. Si alguno de nosotros se ha
sentido así, con todas las puertas cerradas, podrá entender al leproso.
Pero Jesús permite que el leproso se le acerque y le
hable. En tiempo de Jesús, cuando un leproso se acercaba a los sanos , le
tiraban piedras para que se alejase. ¿Es esta nuestra respuesta cuando alguien se nos
acerca? No sé... Pero Jesús no. El, seamos como seamos, nos
permite acercarnos, sin los disfraces del orgullo y de la autosuficiencia, para
que le abramos nuestro corazón, y le digamos: "Si tú quieres, puedes curarme”. Cuando nos damos
cuenta de que solos no podemos con un problema, o con la situación de un hijo,
o de mi cónyuge… Cuando hemos intentado ser mejores y no lo logramos. Al final
siempre nos queda Jesús para acercarnos y pedirle: Si tú quieres puedes
curarme.
Ante
el leproso Jesús solo tiene una respuesta: Jesús se compadeció de él, y extendiendo la mano, lo tocó y
le dijo: "¡Sí quiero: ¡Sana!". Jesús primero
se compadece, luego lo toca y luego le habla. Primero se hace cercano con su
corazón, luego con su presencia y al final con su palabra. Así nos trata Dios, como
una mamá a su hijo, lo acaricia con su corazón, con su mano y con su palabra. Cuando
nos acercamos a Dios, Él nos toca con su amor, con su misericordia. En estos
días en que celebramos el amor y la amistad, debemos darnos cuenta de que el
primero que nos ama y el primer amigo es Dios. El corazón de Dios es el primer
corazón que nos ama, incluso antes de que nuestra mamá sepa que existimos.
Luego Jesús toca al leproso, aunque
estaba prohibido. Todos hemos sentido la necesidad de que alguien nos toque,
nos abrace, nos acaricie. Jesús quiere estar tan cerca como para tocarnos.
Jesús nos toca en los sacramentos: cuando en la eucaristía se hace una sola
cosa con nuestra alma, o cuando en la confesión saca de nuestra alma lo que nos
separaba de él y nos hace sus amigos. Jesús me toca para que yo experimente que
lo que me angustia, no es más fuerte que el amor que él me tiene. Tocarme es
decirme: mi amor es más fuerte que tu debilidad. Como decía el Papa Francisco: La
misericordia de Dios supera toda barrera y la mano de Jesús tocó al leproso. Él
no toma distancia de seguridad y se expone directamente al contagio de nuestro
mal; así nuestro mal se convierte en el lugar del contacto: Él, Jesús, toma de
nosotros nuestra humanidad enferma y nosotros de Él su humanidad sana y capaz
de sanar. Cada vez que recibimos con fe un Sacramento: el Señor Jesús nos
«toca» y nos dona su gracia. Cuando Jesús toca al leproso, que se sentía lo
peor de lo peor, le está diciendo: mi amor por ti es más fuerte que tu debilidad.
Apóyate en mí.
Finalmente, Jesús habla al leproso y le
dice: Quiero, queda limpio ¿Qué
significa estar limpio? Estar limpio para el leproso era poder ser persona
completa, en su relación con Dios y con los demás, una persona completa, más
fuerte que los defectos y con toda la riqueza de sus cualidades. Estar limpio
es tener la seguridad de que puedo estar cerca de Dios y puedo estar cerca de
los demás. ¿Qué significa para nosotros estar limpios? Quiza puede significar
ser capaces de vivir coherentemente nuestra condición de hijos de Dios y de
hermanos de los demás, o cumplir los mandamientos centrales de la ley: amarás a
Dios con todo tu corazón y al prójimo como a ti mismo. Y si de nuevo un día
vemos que nuestro corazón se ha vuelto a enfermar, siempre podremos acercarnos
a Jesús, que nos mirará con misericordia, nos tocará y nos dirá con cariño: Hoy
estás limpios para empezar de nuevo.
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