sábado, 20 de enero de 2024

UN REINO DE VASIJAS Y PESCADORES

 


HOMILIA III DOMINGO TIEMPO,ORDINARIO CICLO B 20240121


Cuentan que un campesino todos los días llevaba al pozo una vasija que tenía unas grietas, por las que dejaba escapar pequeñas cantidades de agua. Un día, la vasija, triste por sus imperfecciones, le preguntó al dueño cuál era su valor. El dueño le respondió: ¿has visto las flores del camino? Yo he plantado las semillas, pero han crecido gracias al agua que tú dejas caer. Lo que piensas que no vale es lo que embellece el camino.

Las cosas de cada día son los universos en los que podemos sembrar cosas muy valiosas. La casa es un maravilloso ámbito para que en lo pequeño crezca lo grande; si hago un favor, puede crecer la gratitud; si arreglo algo roto de mi hermano, puede crecer la solidaridad; si ordeno el desastre en la habitación, puede crecer la generosidad. También en el trabajo, nuestros actos son un poquito de agua que pueden hacer crecer cosas maravillosas en nuestro entorno.

Ese poquito de agua tiene especial relevancia ante la presencia del mal, como en el evangelio: El rey Herodes ha matado a Juan Bautista. El malo ha sido más poderoso que el bueno. Pero Jesús trae un mensaje diferente al decirnos que todos podemos convertirnos, cambiar de fondo para bien y así hacer mejor nuestra realidad. Para que el bien le gane al mal.  Si en nuestra familia las cosas no van bien, o en nosotros vemos cosas que no nos gustan, no estamos obligados al conformismo, o a la resignación de que nada puede cambiar. Jesucristo nos dice que hay posibilidades, que hay una esperanza. La marca de esa esperanza es el Reino de los cielos.

Cuando hablamos del reino de los cielos, no hablamos de algo lejano, como en un cuento para niños. Jesús nos dice que el reino de los cielos ya está aquí, solo tenemos que ver si lo podemos encontrar y si nos ayuda para algo. Jesús nos explica lo que es el reino de los cielos y sus implicaciones en la escena de la llamada a los apóstoles. El Reino de los Cielos es hacer presente a Dios entre nosotros, gracias a actitudes basadas en el amor y la entrega. Dios es amor, de modo que el Reino está allí donde exista un verdadero amor al prójimo.

El reino de los cielos lo construimos cuando nos percatamos del bien que podemos hacer a quienes lo necesitan. Esto es lo que significa la expresión “pescadores de hombres”. Ser pescador de hombres es comprometerse a que quienes están en la oscuridad y en la tristeza del mar de la amargura, del dolor, tengan la seguridad de que alguien los puede sacar de ahí y los llevará a luz, a la paz, a la esperanza. Todos podemos ser, como Pedro o Andrés, constructores de este Reino, cuando descubrimos que las realidades materiales, o nuestras relaciones, pueden ser valiosas para el bien de todos. Eso es lo que significa vernos como pescadores de hombres.

Además, el reino de Dios es una llamada a poner la adecuada jerarquía de valores en la vida. En nuestra sociedad, en la que parece que todo da igual, tenemos que seguir pensando en lo que es auténticamente importante y darle prioridad, como hacen Santiago y Juan, que ponen en segundo lugar la barca y las redes en las que trabajaban, porque era más importante lo que Jesús les proponía. No se trata de contraponer los valores humanos con los del espíritu, sino de que los valores humanos se llenen, se iluminen y se ordenen según los valores del espíritu. Es importante pensar cuál es el orden del uso de nuestro tiempo, si es para la diversión o para la solidaridad, o de nuestros bienes materiales, si los usamos para el egoísmo o para compartir, o si damos importancia a nuestros hermanos necesitados de un apoyo material o de nuestro tiempo. El reino de Dios nos invita a discernir a lo que tenemos que dar preferencia en nuestra vida y esto es la fuente de la verdadera felicidad.

Pero hay una cosa más. No somos nosotros solos los que nos hacemos pescadores de hombres, ni los que nos inventamos que hay que dejar las redes. Es el paso de Jesús, el que siembra el bien, el que hace que nuestros ojos y nuestro corazón puedan descubrir el bien que podemos hacer. Jesús pasa por nuestra vida para que recibamos y hagamos el bien. Jesucristo es el reino de los cielos que nos llena de sentido y nos redime, o sea, cambia los males para bien. De este modo, cuando nos sintamos dentro del mar amargo, o llenos de actividades que carecen de sentido, sepamos que Jesús pasará a nuestro lado para a darnos luz en el camino. O cuando veamos el mal del mundo y sintamos que debemos ser pescadores de hombres, cuando nos cueste poner primero lo más importante, tengamos la certeza de que Jesús camina cerca de nuestra vida, para darnos un sentido en cualquier circunstancia en que nos encontremos. Como en la historia de la vasija rota, recordemos que, con nuestras cualidades y defectos, no estamos solos, pues siempre estamos cerca de Jesucristo que transforma nuestro ser en un bien para los demás, como Él, nuestro Salvador, se transforma en un bien para nosotros en cada eucaristía.

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