HOMILIA III DOMINGO TIEMPO,ORDINARIO CICLO B 20240121
Cuentan que un campesino todos los
días llevaba al pozo una vasija que tenía unas grietas, por las que dejaba
escapar pequeñas cantidades de agua. Un día, la vasija, triste por sus
imperfecciones, le preguntó al dueño cuál era su valor. El dueño le respondió: ¿has
visto las flores del camino? Yo he plantado las semillas, pero han crecido
gracias al agua que tú dejas caer. Lo que piensas que no vale es lo que
embellece el camino.
Las cosas de cada día son los
universos en los que podemos sembrar cosas muy valiosas. La casa es un
maravilloso ámbito para que en lo pequeño crezca lo grande; si hago un favor,
puede crecer la gratitud; si arreglo algo roto de mi hermano, puede crecer la
solidaridad; si ordeno el desastre en la habitación, puede crecer la
generosidad. También en el trabajo, nuestros actos son un poquito de agua que pueden
hacer crecer cosas maravillosas en nuestro entorno.
Ese poquito de agua tiene especial
relevancia ante la presencia del mal, como en el evangelio: El rey Herodes ha
matado a Juan Bautista. El malo ha sido más poderoso que el bueno. Pero Jesús
trae un mensaje diferente al decirnos que todos podemos convertirnos, cambiar
de fondo para bien y así hacer mejor nuestra realidad. Para que el bien le gane
al mal. Si en nuestra familia las cosas
no van bien, o en nosotros vemos cosas que no nos gustan, no estamos obligados
al conformismo, o a la resignación de que nada puede cambiar. Jesucristo nos
dice que hay posibilidades, que hay una esperanza. La marca de esa esperanza es
el Reino de los cielos.
Cuando hablamos del reino de los
cielos, no hablamos de algo lejano, como en un cuento para niños. Jesús nos
dice que el reino de los cielos ya está aquí, solo tenemos que ver si lo
podemos encontrar y si nos ayuda para algo. Jesús nos explica lo que es el reino
de los cielos y sus implicaciones en la escena de la llamada a los apóstoles. El
Reino de los Cielos es hacer presente a Dios entre nosotros,
gracias a actitudes basadas en el amor y la entrega. Dios es amor, de modo que
el Reino está allí donde exista un verdadero
amor al prójimo.
El reino de los cielos
lo construimos cuando nos percatamos del bien que podemos hacer a quienes lo necesitan. Esto es lo que significa la
expresión “pescadores de hombres”. Ser pescador de hombres es comprometerse a
que quienes están en la oscuridad y en la tristeza del mar de la amargura, del
dolor, tengan la seguridad de que alguien los puede sacar de ahí y los llevará
a luz, a la paz, a la esperanza. Todos podemos ser, como Pedro o Andrés, constructores
de este Reino, cuando descubrimos que las realidades materiales, o nuestras
relaciones, pueden ser valiosas para el bien de todos. Eso es lo que significa vernos
como pescadores de hombres.
Además, el reino de Dios es una llamada
a poner la adecuada jerarquía de valores en la vida. En nuestra sociedad, en la
que parece que todo da igual, tenemos que seguir pensando en lo que es auténticamente
importante y darle prioridad, como hacen Santiago y Juan, que ponen en segundo
lugar la barca y las redes en las que trabajaban, porque era más importante lo
que Jesús les proponía. No se trata de contraponer los valores humanos con los
del espíritu, sino de que los valores humanos se llenen, se iluminen y se ordenen
según los valores del espíritu. Es importante pensar cuál es el orden del uso
de nuestro tiempo, si es para la diversión o para la solidaridad, o de nuestros
bienes materiales, si los usamos para el egoísmo o para compartir, o si damos
importancia a nuestros hermanos necesitados de un apoyo material o de nuestro
tiempo. El reino de Dios nos invita a discernir a lo que tenemos que dar
preferencia en nuestra vida y esto es la fuente de la verdadera felicidad.
Pero hay una cosa más. No somos
nosotros solos los que nos hacemos pescadores de hombres, ni los que nos
inventamos que hay que dejar las redes. Es el paso de Jesús, el que siembra el
bien, el que hace que nuestros ojos y nuestro corazón puedan descubrir el bien
que podemos hacer. Jesús pasa por nuestra vida para que recibamos y hagamos el
bien. Jesucristo es el reino de los cielos que nos llena de sentido y nos redime,
o sea, cambia los males para bien. De este modo, cuando nos sintamos dentro del
mar amargo, o llenos de actividades que carecen de sentido, sepamos que Jesús
pasará a nuestro lado para a darnos luz en el camino. O cuando veamos el mal
del mundo y sintamos que debemos ser pescadores de hombres, cuando nos cueste
poner primero lo más importante, tengamos la certeza de que Jesús camina cerca
de nuestra vida, para darnos un sentido en cualquier circunstancia en que nos
encontremos. Como en la historia de la vasija rota, recordemos que, con
nuestras cualidades y defectos, no estamos solos, pues siempre estamos cerca de
Jesucristo que transforma nuestro ser en un bien para los demás, como Él, nuestro
Salvador, se transforma en un bien para nosotros en cada eucaristía.
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