sábado, 13 de enero de 2024

ENCUENTROS QUE CAMBIAN VIDAS




HOMILIA II DOMINGO TIEMPO ORDINARIO CICLO B 20240114


En las grandes historias humanas, detrás de los grandes personajes, hay otras personas, menos brillantes, gracias a los cuales logran sus metas. Una estrella de la música como John Lennon encontró su vena artística gracias a una guitarra que su tía Mary Smith le regaló en la infancia. O el gran atleta Usain Bolt encontró su carrera deportiva gracias a Lorna Thorpe, coordinadora en la escuela a la que asistía, que le compró sus primeros zapatos deportivos, y a Norman Pearl, su entrenador, que le enseñó a no desperdiciar su vida.

Esto también pasa con nosotros, y las lecturas de este domingo muestran que, en los encuentros que nos cambian la vida, hay personas que han sido trascendentales. Así, para Samuel es esencial Elí, el sacerdote que custodiaba el arca de la alianza, para Juan y Andrés es Juan Bautista quien señala a Jesús y, más tarde, Andrés llamará a su hermano Simón, que llegará a ser San Pedro, para acercarlo al maestro.

A veces el mediador no es la mejor de las personas. Eli no era el más adecuado para que alguien se encontrara con Dios, pero, gracias a él, el profeta Samuel se encuentra con Dios cuando le enseña la hermosa oración que hemos oído: "Habla, Señor; tu siervo te escucha". Los caminos que Dios usa para que nos encontremos con él no siempre son perfectos, o todo lo perfectos que podríamos pensar que deberían ser. Pero es a través de esa persona, sumamente imperfecta, como Dios llega a nosotros para hacernos ver que el mérito es todo del amor infinito que Él nos tiene al buscar nuestro corazón.

 Otras ocasiones quien nos señala el encuentro con Dios no se convierte en seguidor, por la sencilla razón de que él tiene otro camino. Es el caso de Juan Bautista, que señala a Jesús, aunque él no es apóstol del Señor. Como cuando un amigo te presenta a una chica muy valiosa que luego será tu mujer: ella es para ti, pero no para él.

En tercer lugar, está quien nos indica el camino y se convierte en compañero de misión, como lo hace Andrés con su hermano Pedro. Los modos que tiene Dios de decirnos que quiere llegar a nuestra vida son diversos, pero lo que cuenta es si estamos dispuestos a dejar que Jesús cambie nuestra vida para mejor.

De hecho, solo Jesús puede hacer este cambio, por medio de una experiencia que nos alimente la vida. El evangelio de la vocación de los dos primeros nos muestra cómo lo hace. Primero se presenta como el cordero de Dios, que, como nos recuerda la liberación de Egipto, nos liberta del mal, en especial del mal moral que tanto daña cuando se traduce en violencia o en indiferencia. En segundo lugar, responde a nuestras búsquedas más interiores, sobre todo la búsqueda de paz. En todo lo que buscamos en la vida, buscamos la paz y la felicidad. Por eso Jesús nos preguntar por lo que buscamos, para ayudarnos a encontrar lo que nos sostiene y pacifica. En tercer lugar, Jesús nos propone una experiencia, un encuentro personal. Del mismo modo que, para comprometerse durante toda la vida, no es lo mismo pensar en la teoría del amor que enamorarse, Jesús nos propone es un encuentro de modo vital, profundo, como un amigo se encuentra con otro amigo. Finalmente, lo cuarto, es que Jesús nos a mirar nuestro tiempo como un ámbito para llenarlo de sentido, de valor, de trascendencia, como le pasa al evangelista que se acuerda de que su encuentro con Jesús fue a las cuatro de la tarde (la hora décima). Jesús nos deja cuatro puntos cardinales: Ser libres, encontrar la paz, la amistad y el valor del tiempo, como faros para guiar nuestra vida y mirar hacia la eternidad. 

El encuentro con Jesús, donde estemos cada uno, en el matrimonio, en la vida consagrada, en el trabajo o en la oración, nos da una especial dignidad que compromete a desarrollar los diversos talentos que enriquecen nuestra vida. Esta dignidad nos compromete a descubrir la dignidad del otro y a servir a Dios y a los demás en la comunidad cristiana y en el ambiente social en el que vivimos. Esto es también lo que Dios quiere de nosotros. Lo quiere con tanta intensidad que, para ello, ha entregado su vida por nosotros hasta la última gota de su sangre, como nos lo ha dicho San Pablo: "No son ustedes sus propios dueños, porque Dios los ha comprado a un precio muy caro. Glorifiquen, pues, a Dios con el cuerpo".

Dios llega a nuestra vida no solo para que nos elevemos sobre las realidades terrenas, sino para que reconozcamos nuestro valor, reconozcamos lo que Dios mismo nos ha entregado y lo compartamos con los demás. Nunca sabremos por qué Dios nos ha puesto unas personas concretas para encontrarlo, pero tampoco sabemos a cuántas personas Dios ha puesto en nuestra vida para que, por nosotros, lo encuentren a Él. Este es el maravilloso círculo del bien, del bien que recibo, del bien que experimento y del bien que transmito. Este es el círculo maravilloso que hace de nuestro mundo, de nuestra familia, de nuestra sociedad, un mundo mejor.

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