HOMILÍA II DOMINGO DE ADVIENTO B
20231210
Si miramos alrededor, vemos todo lleno de luces que nos anuncian que
la Navidad está cerca. Este domingo de adviento nos dice que Jesús está cerca, que
él viene con nosotros para que no estemos solos en el tiempo. Jesús llega y
quiere estar con nosotros, él va caminando con nosotros, va a nuestro lado. Y
para que sepamos que no estamos solos, nos manda personas que nos anuncian que
Él está cerca y que va a estar pronto con nosotros. Uno de los que nos lo
anuncian es San Juan Bautista. Él nos dice que Jesús viene a llenar nuestro
corazón del Espíritu Santo, que es el amor de Dios, porque solo con el corazón
lleno de amor encontraremos la paz, y seremos sembradores de la paz.
En este segundo domingo de Adviento, nos llega,
en el anuncio de Juan Bautista, la promesa de consuelo a través del amor de
Dios. Cuántas cosas nos duelen en el corazón. A veces nos duele el haber sido
defraudados por alguien. A veces nos duele el que las cosas en la vida no hayan
salido como queremos, sea en la familia, en el matrimonio, con los amigos, o en
el trabajo. A veces nos duele el que una persona querida haya tomado un camino
que no la va a llevar a la felicidad o que le esté yendo mal. A veces también nos
duelen las cosas malas que hemos hecho, nuestros pecados, las veces en que
hemos lastimado a otros, o las veces en que nuestra conciencia nos dice que no
hemos respondido a la voz interior de Dios que nos invita al camino del bien.
Ante este dolor, y a veces
frustración, que nos produce el vernos con fallas, la respuesta de Dios es estar
cerca para consolarnos e invitarnos a seguir adelante. Este es el sentido de la
hermosa profecía de Isaías en la primera lectura: el profeta nos dice que es
Dios mismo quien ha salido en defensa nuestra para que nuestros pecados no nos
angustien, que él llega para decirme que no tenga miedo y que, como hace un
pastor con sus ovejas débiles, él me carga en sus brazos: Aquí está su Dios.
Aquí llega el Señor, lleno de poder, el que con su brazo lo domina todo. El
premio de su victoria lo acompaña y sus trofeos lo anteceden. Como pastor
apacentará su rebaño; llevará en sus brazos a los corderitos recién nacidos y
atenderá solícito a sus madres. En el camino hacia la navidad, quizá
podríamos tener un momento para decirnos a nosotros mismos, o decirle a alguien
que lo necesite, que estamos en los brazos de Dios, que es Dios quien nos carga.
Qué bonita experiencia es que, mientras en adviento nos estamos preparando para
cargar en nuestros brazos al niño Jesús, resulta que es él quien nos carga en
sus brazos.
En este segundo domingo de
adviento, tenemos que mirar con esperanza hacia el futuro, pues, aunque a veces
parezca que todo es oscuro, tenemos que tener la seguridad de Dios cambiará
todo lo malo en bueno, todo lo que es amargo en dulzura. A veces las cosas que
nos preocupan o que nos angustian del
futuro, pueden hacernos pensar que la vida es como un desierto en el que nada
crece. Sin embargo, es en el desierto, como hemos oído en el evangelio, donde
aparece una voz de esperanza para decirnos que, si nuestros pecados, nuestros
miedos, son grandes, es mucho más grande el amor de Dios por nosotros. Y la
prueba de que ese amor es muy grande, está en que Dios se ha hecho hombre como
nosotros, de que lo podemos tocar, lo podemos ver, lo podemos sentir cerca. Este
es también el sentido de lo que nos dice el Apóstol San Pedro en la segunda
lectura, cuando dice: Nosotros confiamos en la promesa del Señor y esperamos
un cielo nuevo y una tierra nueva, en que habite la justicia. Eso es lo que
sucederá en Navidad.
En este adviento, podemos
experimentar esta cercanía de muchos modos: está cerca por la misericordia que
se nos da en el sacramento de la reconciliación, está cerca por su presencia de
amor en la eucaristía. Está cerca seguimos su inspiración a hacer cosas buenas,
como dice el Papa Francisco: Hoy se necesitan personas que sean testigos de
la misericordia y de la ternura del Señor, que sacude a los resignados, reanima
a los desanimados. Él enciende el fuego de la esperanza. Muchas situaciones
requieren nuestro testimonio de consolación. Ser personas gozosas, que
consuelan. Pienso en quienes están oprimidos por sufrimientos, injusticias y
abusos; en quienes son esclavos del dinero, del poder, del éxito, de la
mundanidad. ¡Pobrecillos! Tienen consolaciones maquilladas, no la verdadera
consolación del Señor. Todos estamos llamados a consolar a nuestros hermanos.
San Juan Bautista, nos recuerda que
el adviento es el tiempo para tener la certeza de que el amor de Dios ya está
en camino hacia nuestro corazón para consolarnos, y sobre todo para que
nosotros seamos testigos del amor de Dios en Jesús que nace. Les invito a que seamos
un poco Juan Bautista: haremos que el
consuelo que Jesús nos regala a cada uno, se haga presente en los corazones de
quienes están cerca de nosotros siendo para ellos testigos del amor de Dios.
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