HOMILÍA DOMINGO XXVIII CICLO C 20221009
Las
lecturas hoy nos hablan de la importancia que tiene la gratitud en la relación
con Dios y los demás. ¿Por qué es importante la gratitud para nosotros que
queremos ser amigos de Jesús? Porque no hay verdadera amistad si no hay
gratitud, si los amigos no saben darse las gracias y reconocer lo que el otro
ha hecho por mí. Casi podríamos decir que cuando uno no es agradecido acaba
siendo una persona que se aprovecha de los demás para su propia conveniencia. Es
un peligro acostumbrarnos a los bienes que los demás nos regalan y a no decir «gracias»
conscientemente. La gratitud puede cambiar a una persona porque le permite
descubrir el bien que hay en los demás y en la vida. Cuánta gente vive amargada
porque no sabe ser agradecida o porque su gratitud es pequeña y se ahoga cuando
las olas de los problemas de la vida se le echan encima.
Casi podríamos decir que el mundo se divide entre dos tipos de personas: los agradecidos y los que piensan que todo se les debe. Los agradecidos descubren el bien en los demás o en las cosas de la vida, y reconocen que esas cosas buenas son gratis, se les han dado por el simple motivos de que Dios o tu amigo te aman, incluso antes de que nosotros los amemos a ellos. Por otro lado están los que piensan que todos tenemos que estar agradecidos con ellos, porque ellos están llenos de derechos y los demás están llenos de obligaciones: todos tienen que atenderme pronto y bien, darme cuando me hace falta, lo pido, o me conviene: Porque yo lo necesito, lo pago, me lo merezco. Son a los que se les da muy bien quejarse y protestar.
La primera lectura nos narra la gratitud de Naamán. Este señor era un general de los enemigos de Israel y, sin embargo, el profeta Eliseo lo cura de la lepra, una enfermedad que en la antigüedad sin los medios que tenemos hoy era una segura condena a morir. Cuando Naamán quiere pagarle al profeta por haber sido curado, el profeta no acepta nada, porque el don de Dios es gratis, a Dios no se le puede comprar, solo se le puede amar. Naamán descubre que los dones de Dios piden a cambio es nuestro amor, y por eso se hace el propósito de empezar con Dios una relación de amigo y no de comerciante.
Algo semejante encontramos en el evangelio de los diez leprosos. En tiempos de Jesús la lepra era una enfermedad maldita, que provocaba indiferencia, odio, rechazo, antipatía, exclusión. Los leprosos vivían desterrados, sin recibir una palabra amable. Todas las enfermedades eran consideradas un castigo de Dios por los pecados, pero la lepra era el símbolo del pecado mismo. Los leprosos no le piden a Jesús que los cure, solo que se apiade de ellos. Se habrían conformado con un sentimiento de pena, de ternura, de «empatía». Jesús podría haberles dado unas monedas, comida o ropa y pasar de largo, pero Jesús les da algo que no le piden: les da la salud. Pero sucede que de los diez solo uno regresa a dar las gracias a Jesús. Este que regresa era un samaritano, alguien que no pertenecía al pueblo elegido de Dios, nosotros diríamos hoy: alguien que vive lejos de Dios. Lo que le empuja para llegar hasta Jesús es la gratitud.
Cuando nos sintamos lejos de Dios el camino de regreso y del verdadero encuentro con Jesús es la gratitud. Porque es el sentido de los dones de Dios es que seamos todavía mejores amigos suyos A veces cuando Dios nos da algo (de hecho nos da todo), nos quedamos un poco cortos porque nos quedamos en decir: ¡qué bien, qué suerte!», o a lo mejor “que buena gente es Dios” y ya. Pero no siempre somos capaces de hacer un cambio, de hacer más profunda nuestra amistad con él. De ahí debería brotar una consecuencia, la de parecernos a Dios, parecernos a Jesús siendo generosos gratis, con un corazón como el suyo, a ejemplo de san Pablo, que al recordar lo que Jesús ha hecho por él, nos dice: lo sobrellevo todo por amor a los elegidos, para que ellos también alcancen en Cristo Jesús la salvación, y con ella, la gloria eterna.
Pero qué
pasa si todo esto no nos sale bien, si no somos como Naamán, o como el
samaritano leproso, o como Pablo? Entonces recordemos las palabras finales de
Pablo: si le somos infieles, él permanece
fiel, porque no puede contradecirse a sí mismo. El permanece fiel, el nos sigue buscando,
llenándonos de sus dones, para que nuestro corazón se abra a la gratitud y
podamos tomar el camino de regreso, para ser sus amigos.
Como decía el Papa Francisco: ¿Soy un cristiano a ratos o soy siempre cristiano? La cultura de lo provisional, de lo relativo entra también en la vida de fe. Dios nos pide que le seamos fieles cada día, en las cosas ordinarias, y añade que, a pesar de que a veces no somos fieles, él siempre es fiel y con su misericordia no se cansa de tendernos la mano para levantarnos, para animarnos a retomar el camino, a volver a él y confesarle nuestra debilidad para que él nos dé su fuerza. Y este es el camino definitivo: siempre con el Señor, también en nuestras debilidades, también en nuestros pecados.
Casi podríamos decir que el mundo se divide entre dos tipos de personas: los agradecidos y los que piensan que todo se les debe. Los agradecidos descubren el bien en los demás o en las cosas de la vida, y reconocen que esas cosas buenas son gratis, se les han dado por el simple motivos de que Dios o tu amigo te aman, incluso antes de que nosotros los amemos a ellos. Por otro lado están los que piensan que todos tenemos que estar agradecidos con ellos, porque ellos están llenos de derechos y los demás están llenos de obligaciones: todos tienen que atenderme pronto y bien, darme cuando me hace falta, lo pido, o me conviene: Porque yo lo necesito, lo pago, me lo merezco. Son a los que se les da muy bien quejarse y protestar.
La primera lectura nos narra la gratitud de Naamán. Este señor era un general de los enemigos de Israel y, sin embargo, el profeta Eliseo lo cura de la lepra, una enfermedad que en la antigüedad sin los medios que tenemos hoy era una segura condena a morir. Cuando Naamán quiere pagarle al profeta por haber sido curado, el profeta no acepta nada, porque el don de Dios es gratis, a Dios no se le puede comprar, solo se le puede amar. Naamán descubre que los dones de Dios piden a cambio es nuestro amor, y por eso se hace el propósito de empezar con Dios una relación de amigo y no de comerciante.
Algo semejante encontramos en el evangelio de los diez leprosos. En tiempos de Jesús la lepra era una enfermedad maldita, que provocaba indiferencia, odio, rechazo, antipatía, exclusión. Los leprosos vivían desterrados, sin recibir una palabra amable. Todas las enfermedades eran consideradas un castigo de Dios por los pecados, pero la lepra era el símbolo del pecado mismo. Los leprosos no le piden a Jesús que los cure, solo que se apiade de ellos. Se habrían conformado con un sentimiento de pena, de ternura, de «empatía». Jesús podría haberles dado unas monedas, comida o ropa y pasar de largo, pero Jesús les da algo que no le piden: les da la salud. Pero sucede que de los diez solo uno regresa a dar las gracias a Jesús. Este que regresa era un samaritano, alguien que no pertenecía al pueblo elegido de Dios, nosotros diríamos hoy: alguien que vive lejos de Dios. Lo que le empuja para llegar hasta Jesús es la gratitud.
Cuando nos sintamos lejos de Dios el camino de regreso y del verdadero encuentro con Jesús es la gratitud. Porque es el sentido de los dones de Dios es que seamos todavía mejores amigos suyos A veces cuando Dios nos da algo (de hecho nos da todo), nos quedamos un poco cortos porque nos quedamos en decir: ¡qué bien, qué suerte!», o a lo mejor “que buena gente es Dios” y ya. Pero no siempre somos capaces de hacer un cambio, de hacer más profunda nuestra amistad con él. De ahí debería brotar una consecuencia, la de parecernos a Dios, parecernos a Jesús siendo generosos gratis, con un corazón como el suyo, a ejemplo de san Pablo, que al recordar lo que Jesús ha hecho por él, nos dice: lo sobrellevo todo por amor a los elegidos, para que ellos también alcancen en Cristo Jesús la salvación, y con ella, la gloria eterna.
Como decía el Papa Francisco: ¿Soy un cristiano a ratos o soy siempre cristiano? La cultura de lo provisional, de lo relativo entra también en la vida de fe. Dios nos pide que le seamos fieles cada día, en las cosas ordinarias, y añade que, a pesar de que a veces no somos fieles, él siempre es fiel y con su misericordia no se cansa de tendernos la mano para levantarnos, para animarnos a retomar el camino, a volver a él y confesarle nuestra debilidad para que él nos dé su fuerza. Y este es el camino definitivo: siempre con el Señor, también en nuestras debilidades, también en nuestros pecados.
Seamos siempre agradecidos con las personas, valorando sus detalles, aprendiendo de ellos, y creando un círculo de gratitudes. Un corazón agradecido abre las puertas de la salvación. Un corazón agradecido nos hace mucho mejores. Y tenemos tanto que agradecer a Dios.
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