domingo, 24 de agosto de 2025

LA PUERTA DEL AMOR

 


HOMILIA DOMINGO XXI TIEMPO ORDINARIO

Hoy Jesus nos habla de la salvación, que es otro nombre de la felicidad verdadera. De la importancia que tiene el que no quitemos de nuestra visión el que no todo sale bien en la vida presente y también en la vida futura. Porque salvarse nos habla por un lado de la felicidad para siempre, pero también de la posibilidad de ser infelices para siempre.

Salvarse tiene un doble sentido, poder vencer lo malo, lo que llamamos el pecado, y ser capaces de una plenitud que nos haga felices, que es lo que llamamos la santidad. Salvarse no es pasar un examen, es poder estar para siempre en lo que de verdad hace feliz al ser humano que es la amistad con Dios y con todas las personas que nos quieren y queremos.

Por eso Jesús nos habla de una puerta estrecha, porque amar y ser lo mejor que podemos ser, no es fácil. No es sencillo porque todos somos conscientes de que en nosotros hay una lucha entre lo bueno y lo malo: lo bueno, que nos lleva al bien verdadero, y bello; lo malo que nos engaña y nos conduce a la amargura.

Quizá la palabra puerta estrecha no nos gusta, más en nuestra cultura en la que parece que no se nos pueden poner restricciones. Sin embargo, también entendemos que si queremos tener una “santidad” física, tenemos que entrar por la puerta estrecha del no comer lo que nos hace daño y de tener un estilo de vida saludable; sabemos que si queremos tener una “santidad” psicológica, tenemos que evitar los hábitos negativos, los sentimientos tóxicos y cultivar emociones valiosas, actitudes serenas, capacidad de empatía y cosas así.

Lo mismo sucede con la “santidad verdadera”, que es la plenitud de vida en nosotros mismos, en nuestra relación con Dios y con los demás. Como dice la segunda lectura: Ninguna corrección resulta agradable, en el momento, sino que duele; pero luego produce fruto apacible de justicia a los ejercitados en ella.

Como la meta es importante, también alcanzarla es exigente, tan exigente que no se puede pensar que se alcanza a base de privilegios, como si hubiera modos para colarse en la fila, o pensar que por tener una credencial ya no tengo que echarle ganas. Ser así es tener una "confianza tóxica" con Dios, con su bondad y su misericordia.

Esta «confianza tóxica» tiene sus peligros. Podemos pensar que las cosas malas les pasan solo a los demás, pero no me pueden pasar a mí. La “confianza tóxica” nos puede hacer bajar la guardia, no "cuidar" y dejar que la rutina, el descuido o la desgana nos hagan perder lo mejor que tenemos: la vida, el amor. De hecho, eso lo vemos en cosas como el deporte, pensemos que por ser Brasil ya tuviera que ganar todos los partidos de futbol. La llamada a evitar la “confianza tóxica” es por lo que Jesús dice que no conoce a unos que le dicen que él ha comido con ellos, porque no se han preocupado por estar dentro de su corazón, aunque lo pueden estar si deciden entrar por la puerta estrecha del amor a Dios y del amor al prójimo.

Esta puerta estrecha no es solo para algunos, es para todos, sin importar nuestro pasado, sino que solo importa el que estemos dispuestos a mirar hacia la puerta estrecha, que es la puerta del amor. El mensaje de Cristo es que todos pueden entrar en la vida, pero para todos la puerta es «estrecha». No hay privilegiados. El paso a la vida eterna está abierto para todos, pero es «estrecho» porque requiere esfuerzo y lucha contra el propio egoísmo. (B16) La puerta estrecha es para que no se nos olvide que, amar de verdad a Dios y al prójimo, nos permite vencer al mal y alcanzar la felicidad.

Por eso tenemos que atrevernos a hacernos preguntas importantes: Hoy, llevémonos a casa una pregunta: ¿En qué decisión de mi vida debo elegir el amor? ¿Cómo puedo dejar de lado la "confianza tóxica" y avanzar hacia la amistad con Dios y con los demás? Quizá la respuesta está en la oración que hemos hecho al principio de la misa: impúlsanos a amar lo que mandas y a desear lo que prometes, para que, en medio de la inestabilidad del mundo, estén firmemente anclados nuestros corazones donde se halla la verdadera felicidad. Al hacerlo, estaremos entrando por la puerta que nos lleva a ser lo mejor que podemos ser y a la felicidad que solo Dios puede dar: la puerta del amor.

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