HOMILÍA XX DOMINGO TO CICLO C
“He venido a traer fuego a la tierra, ¡y
cuánto deseo que ya esté ardiendo!”
Hay pasajes del evangelio que nos recuerdan que en el mundo
hay siempre una batalla entre el mal y el bien, y que no es fácil mantenerse
del lado del bien en esa batalla. A veces mantener los valores del evangelio va
a suponer una contradicción con lo que la moda, o lo que el ambiente nos
propone, como lo hemos oído en el pasaje de Jeremías arrojado al pozo. Por eso Jesús
nos avisa que, si queremos ser coherentes con nuestros valores, si queremos ser
auténticos, muchas veces vamos a tener que luchar contra nosotros mismos.
El papa Francisco nos decía: Vivir la fe no es
decorar la vida con un poco de religión, como si fuese un pastel que se lo
decora con nata. La fe comporta elegir a Dios como criterio-base de la vida. Después
de que Jesús vino al mundo no se puede actuar como si no conociéramos a Dios.
Por esto Jesús dice: he venido a traer división; no es que Jesús quiera dividir
a los hombres entre sí. Pero seguir a Jesús comporta renunciar al mal, al
egoísmo y elegir el bien, la verdad, la justicia, incluso cuando esto requiere
sacrificio. Y esto sí, divide; lo sabemos, divide incluso las relaciones más
cercanas.
A veces descubriremos situaciones en las que tenemos que
trabajar para superar lo que no está bien, pero en la medida en que vencemos lo
que no está bien en nosotros, podemos ser elementos de unidad y de armonía con
todos los que nos rodean, de modo especial con los que viven con nosotros.
La carta a los hebreos nos invita a pensar en nuestra vida
como en una carrera, en la que tenemos que correr con mucha agilidad. Los
atletas se quitan todo lo que les impide correr bien y correr rápido. Así
tenemos que ser nosotros, cuando descubramos algo que no nos deja ser lo que
nos damos cuenta que debemos ser, tenemos que trabajar para irlo quitando de
nosotros.
Si me doy cuenta que mis enojos me impiden ser una persona
buena, tengo que ir luchando cada día para quitarlos. Si me doy cuenta de que
mis rencores o mi
desconfianza me hacen llenarme de enemigos, tengo que hacer el esfuerzo para
limpiar mi corazón. Si me doy cuenta de que mi pereza me impide hacer al bien a
quien me necesita, tengo que apartarme de ella para no ser lo que no quiero
ser.
El fuego del que habla Jesús es el fuego del amor y de la
amistad. El fuego tiene muchas cualidades: calienta, ilumina, destruye,
purifica. Y cada una de estas funciones podrían ser de utilidad para nuestra
alma. Debe calentar nuestra mediocridad, debe iluminar nuestras oscuridades,
debe destruir lo que nos aparta de Dios y debe purificar lo que no nos hace
mejores.
La amistad con Jesus nos pide que seamos de una manera
concreta. Porque ser amigo de alguien es comprometerse a ser coherente con esa
a amistad. Y Jesús quiso que fuéramos sus amigos, no sus esclavos, y para eso
nos dejó el mandamiento del amor por encima de todos los demás mandamientos.
Solo que el amor de verdad exige fidelidad, exige lealtad,
exige honestidad. El amor de verdad pide que no hagamos nada que sabemos que
puede dañar nuestra amistad. El amor de verdad es como el fuego.
Como nos decía el Papa Benedicto XVI: la paz de Jesús es
fruto de una lucha constante contra el mal. El combate que Jesús está decidido
a librar no es contra hombres o poderes humanos, sino contra el enemigo de Dios
y del hombre, contra Satanás. Quien quiera resistir a este enemigo
permaneciendo fiel a Dios y al bien, debe afrontar necesariamente
incomprensiones y a veces auténticas persecuciones. Por eso, todos los que
quieran seguir a Jesús y comprometerse sin componendas en favor de la verdad,
deben saber que encontrarán oposiciones y se convertirán, sin buscarlo, en
signo de división entre las personas, incluso en el seno de sus mismas
familias.
Una forma concreta de vivir el fuego de la amistad con Cristo
es por medio de los mandamientos, que están centrados en el respeto a Dios,
como amigo en los tres primeros, y el respeto al prójimo como amigo en los
otros siete. Los mandamientos no son solo normas, son por encima de todo
condiciones de amistad, porque si uno es mi amigo, no le hago daño, ni le falto
al respeto, ni le digo mentiras, ni le robo lo que es suyo, ni daño a las
personas que él quiere, ni le despojo de las cosas que le pertenecen. Todo esto
son condiciones de la amistad que hay que defender contra lo que se opone a
ella, que hay que enriquecer con todo lo que la hace mejor.
Hoy se nos invita a renovar el fuego de Jesús en nosotros, a renovar
la amistad con Jesús, a valorar lo que significa tener un amigo como él, a
tomar la decisión de defender su amistad incluso cuando seamos incomprendidos
por ser amigos de Jesús, o cuando tengamos que ser más fuertes que las
dificultades, para estar siempre cerca de él. De este modo, también podremos ayudar
a quienes necesiten encender su corazón para seguir adelante en la vida. Que cada
día, como dice el sacerdote antes de comulgar, le digamos a Jesús: Jamás
permitas que me separe de ti.
No hay comentarios:
Publicar un comentario