018 TORD HOMILÍA DOMINGO XVIII CICLO C
- –Lecturas
- Si 1, 2; 2, 21-23: ¿Qué saca el hombre de todos los trabajos?
- Sal 89, 3-4. 5-6. 12-13. 14 y 17: Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación
- Col 3, 1-5. 9-11: Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo
- Lc 12, 13-21: Lo que has acumulado, ¿de quién será?
El ser humano, cuerpo y alma, no
puede vivir solo de los bienes del espíritu; necesita bienes materiales. Pero su
vida no se agota con los bienes materiales que son un medio para algo más. Esta
confusión hace que valoremos de modo equivocado los bienes materiales.
La vida nos lleva a darnos cuenta
de que, por muchos bienes materiales que se tengan, nunca nos llenan. Esto lo
vemos en tantas personas que, por más que tengan, siempre quieren más. Por otro
lado, hay personas que saben valorar adecuadamente los bienes materiales, más
allá de tener mucho o poco, reconocen el valor de lo que tienen.
Jesús nos invita a descubrir hoy qué
es lo que nos hace ricos de modo verdadero, qué es lo que nos hace plenos y felices.
Asociamos la palabra "riqueza" a una persona sonriente con muchas
cosas. Da la impresión de que "riqueza" es igual a "felicidad".
Aunque la riqueza es una plenitud, si la plenitud es solamente de bienes
materiales, esa plenitud nunca sacia el corazón del ser humano.
Jesús nos enseña que tenemos que
tener cuidado en nuestra relación con los bienes materiales. En el Evangelio hay
dos personajes: uno al que le falta y otro al que le sobra. El personaje al que
le falta, siente la injusticia de que le faltan bienes de la herencia. El personaje
al que le sobra, el rico necio, tiene tanto que no sabe qué hacer con ello, y piensa
cómo puede tener más. Jesús nos los pone delante de los ojos para invitar a que
nos preguntemos: ¿qué hay en nuestro corazón ante los bienes materiales?, ¿cómo
los sabemos juzgar?, ¿cómo los sabemos vivir?
Tristemente, se puede tener, la
visión de la primera lectura, que dice que todo es vanidad, que nada vale para
nada, que nada tiene sentido: "todas las cosas absolutamente son una vana
ilusión". A veces, uno constata que aunque tenga todo, está vacío por dentro.
Entonces, llega la amargura. Esta amargura es la de los dos personajes del
Evangelio: el que no tiene está amargado porque no tiene, y el que tiene
sobreabundantemente acabará amargado porque siempre querrá tener más y se
quedará sin nada.
Jesús nos enseña que la solución
está en ser de ese modo del que habla san Pablo: personas que se revisten de
una identidad, el "nuevo yo", el "hombre nuevo" que se va
renovando conforme va adquiriendo el conocimiento de Dios que lo creó a su
propia imagen. San Pablo nos da el criterio del juicio para nuestra vida: adquirir
el conocimiento de Dios, sobre mí, que soy creado según su imagen: ¿quién soy
yo de verdad? Yo no soy alguien sometido a los bienes materiales, sino quien tiene
que saber usar los bienes materiales. Jesús nos enseña a vivir ante la realidad
de lo material. Tenemos muchísimos medios materiales, y no es siempre el dinero,
sino todo lo que nos ahoga, como el abuso de los medios de comunicación, las
pantallas, las redes sociales, o la distracción como estilo de vida. Cosas que nunca
nos llenan. Cuando descubrimos esta realidad, descubrimos que es otro el camino
para ser felices.
El modelo, dirá san Pablo, es
Jesucristo, que nos invita a poner el corazón en los bienes del cielo. ¿Qué es “nuestros
bienes del cielo”? El bien del cielo es la plena felicidad para la que Dios me
ha creado. Ese es el verdadero bien del cielo que me hace ser yo según la identidad
con la cual Dios me creó. San Pablo está en lo que dice el Génesis: “Dios creó
al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza; hombre y mujer les creó".
Y después de eso dice: "Dominen la Tierra". Aunque tengamos la
tentación de esclavizarnos a lo que rompe en nosotros la imagen de Dios, y vernos
sometidos a la amargura, como imagen de Dios, somos dueños de los elementos que
te rodean.
Muchas cosas nos esclavizan, como
nos dice san Pablo: la fornicación, impureza, las pasiones desordenadas, los
malos deseos y la avaricia. Basta que veamos el mundo para darnos cuenta de
cómo existe avaricia, malos deseos, pasiones desordenadas, mal uso de nuestro
cuerpo y de nuestras relaciones humanas. Pero nada de eso puede ser nuestro
dueño.
Si analizamos nuestro corazón a la
luz de Jesus podemos romper con la avaricia, que es una forma de individualismo,
una forma de idolatría, es decir, de poner a alguien en lugar de Dios y de lo
que Dios quiere. La avaricia por no tener o la avaricia por intentar conservar
todo lo que yo tengo solo para mí. Los
personajes del Evangelio se han individualizado, se han hecho egoístas; uno por
avaro, porque se siente injustamente tratado por su hermano, y otro por insolidario
con los que no tienen.
El nuevo corazón, es el corazón de Jesucristo
Este nuevo corazón nos tiene que llevar a descubrir en los demás a mis
hermanos. Esta sabiduría que hay que tener ante los bienes materiales, tiene
que transformarse siempre en solidaridad. Esa sabiduría nos enseña a descubrir
en Jesucristo el modelo que nos hace ser verdadera imagen de Dios, entender las
realidades con una sabiduría que desemboque en fraternidad.
Vivamos esta enseñanza con
profundidad. Usemos como criterio de discernimiento si los bienes materiales
nos están ayudando a ser verdaderos hermanos para los demás, o si, por el
contrario, nos conducen al individualismo. Si nos impulsan hacia la
fraternidad, entonces estamos avanzando por el camino de la auténtica
felicidad. Que Dios nos permita comprender que esta vida y todo lo que poseemos
están destinados a hacernos plenos para contribuir a la plenitud de quienes nos
rodean. ¡Así sea!
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