domingo, 3 de agosto de 2025

¿BIENES... O MALES?

 


018 TORD HOMILÍA DOMINGO XVIII CICLO C

Lecturas
Si 1, 2; 2, 21-23: ¿Qué saca el hombre de todos los trabajos?
Sal 89, 3-4. 5-6. 12-13. 14 y 17: Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación
Col 3, 1-5. 9-11: Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo
Lc 12, 13-21Lo que has acumulado, ¿de quién será?

El ser humano, cuerpo y alma, no puede vivir solo de los bienes del espíritu; necesita bienes materiales. Pero su vida no se agota con los bienes materiales que son un medio para algo más. Esta confusión hace que valoremos de modo equivocado los bienes materiales.

La vida nos lleva a darnos cuenta de que, por muchos bienes materiales que se tengan, nunca nos llenan. Esto lo vemos en tantas personas que, por más que tengan, siempre quieren más. Por otro lado, hay personas que saben valorar adecuadamente los bienes materiales, más allá de tener mucho o poco, reconocen el valor de lo que tienen.

Jesús nos invita a descubrir hoy qué es lo que nos hace ricos de modo verdadero, qué es lo que nos hace plenos y felices. Asociamos la palabra "riqueza" a una persona sonriente con muchas cosas. Da la impresión de que "riqueza" es igual a "felicidad". Aunque la riqueza es una plenitud, si la plenitud es solamente de bienes materiales, esa plenitud nunca sacia el corazón del ser humano.

Jesús nos enseña que tenemos que tener cuidado en nuestra relación con los bienes materiales. En el Evangelio hay dos personajes: uno al que le falta y otro al que le sobra. El personaje al que le falta, siente la injusticia de que le faltan bienes de la herencia. El personaje al que le sobra, el rico necio, tiene tanto que no sabe qué hacer con ello, y piensa cómo puede tener más. Jesús nos los pone delante de los ojos para invitar a que nos preguntemos: ¿qué hay en nuestro corazón ante los bienes materiales?, ¿cómo los sabemos juzgar?, ¿cómo los sabemos vivir?

Tristemente, se puede tener, la visión de la primera lectura, que dice que todo es vanidad, que nada vale para nada, que nada tiene sentido: "todas las cosas absolutamente son una vana ilusión". A veces, uno constata que aunque tenga todo, está vacío por dentro. Entonces, llega la amargura. Esta amargura es la de los dos personajes del Evangelio: el que no tiene está amargado porque no tiene, y el que tiene sobreabundantemente acabará amargado porque siempre querrá tener más y se quedará sin nada.

Jesús nos enseña que la solución está en ser de ese modo del que habla san Pablo: personas que se revisten de una identidad, el "nuevo yo", el "hombre nuevo" que se va renovando conforme va adquiriendo el conocimiento de Dios que lo creó a su propia imagen. San Pablo nos da el criterio del juicio para nuestra vida: adquirir el conocimiento de Dios, sobre mí, que soy creado según su imagen: ¿quién soy yo de verdad? Yo no soy alguien sometido a los bienes materiales, sino quien tiene que saber usar los bienes materiales. Jesús nos enseña a vivir ante la realidad de lo material. Tenemos muchísimos medios materiales, y no es siempre el dinero, sino todo lo que nos ahoga, como el abuso de los medios de comunicación, las pantallas, las redes sociales, o la distracción como estilo de vida. Cosas que nunca nos llenan. Cuando descubrimos esta realidad, descubrimos que es otro el camino para ser felices.

El modelo, dirá san Pablo, es Jesucristo, que nos invita a poner el corazón en los bienes del cielo. ¿Qué es “nuestros bienes del cielo”? El bien del cielo es la plena felicidad para la que Dios me ha creado. Ese es el verdadero bien del cielo que me hace ser yo según la identidad con la cual Dios me creó. San Pablo está en lo que dice el Génesis: “Dios creó al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza; hombre y mujer les creó". Y después de eso dice: "Dominen la Tierra". Aunque tengamos la tentación de esclavizarnos a lo que rompe en nosotros la imagen de Dios, y vernos sometidos a la amargura, como imagen de Dios, somos dueños de los elementos que te rodean.

Muchas cosas nos esclavizan, como nos dice san Pablo: la fornicación, impureza, las pasiones desordenadas, los malos deseos y la avaricia. Basta que veamos el mundo para darnos cuenta de cómo existe avaricia, malos deseos, pasiones desordenadas, mal uso de nuestro cuerpo y de nuestras relaciones humanas. Pero nada de eso puede ser nuestro dueño.

Si analizamos nuestro corazón a la luz de Jesus podemos romper con la avaricia, que es una forma de individualismo, una forma de idolatría, es decir, de poner a alguien en lugar de Dios y de lo que Dios quiere. La avaricia por no tener o la avaricia por intentar conservar todo lo que yo tengo solo para mí.  Los personajes del Evangelio se han individualizado, se han hecho egoístas; uno por avaro, porque se siente injustamente tratado por su hermano, y otro por insolidario con los que no tienen.

El nuevo corazón, es el corazón de Jesucristo Este nuevo corazón nos tiene que llevar a descubrir en los demás a mis hermanos. Esta sabiduría que hay que tener ante los bienes materiales, tiene que transformarse siempre en solidaridad. Esa sabiduría nos enseña a descubrir en Jesucristo el modelo que nos hace ser verdadera imagen de Dios, entender las realidades con una sabiduría que desemboque en fraternidad.

Vivamos esta enseñanza con profundidad. Usemos como criterio de discernimiento si los bienes materiales nos están ayudando a ser verdaderos hermanos para los demás, o si, por el contrario, nos conducen al individualismo. Si nos impulsan hacia la fraternidad, entonces estamos avanzando por el camino de la auténtica felicidad. Que Dios nos permita comprender que esta vida y todo lo que poseemos están destinados a hacernos plenos para contribuir a la plenitud de quienes nos rodean. ¡Así sea!

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