HOMILÍA DOMINGO DE RAMOS 20250413
Hoy celebramos el Domingo de Ramos,
el domingo en que Jesús entra glorioso a Jerusalén. Al mismo tiempo, en el
Evangelio hemos escuchado la narración de la Pasión según san Lucas. Y es que
la entrada, el Domingo de Ramos, y la Pasión están profundamente unidas. De
hecho, cada domingo nosotros repetimos esto mismo que hemos hecho hoy.
Hemos dicho que Jesús es el Santo
que entra: “¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”, como decimos cada
domingo en la Misa. Y, por otra parte, también decimos: “¡Hosanna en el
cielo!”, las mismas palabras que dijeron los niños y los jóvenes aquel primer
Domingo de Ramos. Pero también, en cada Misa, celebramos la Pasión de Jesús,
porque en cada Misa volvemos a celebrar la Última Cena, cuando el sacerdote
consagra el pan y el vino, y en cada Misa volvemos a partir el Cuerpo de Cristo
en su Pasión.
Esto es lo que vivimos en cada
Misa. Solamente que hoy se nos invita a reflexionar especialmente en la unión
que hay entre la Pasión de Cristo y su entrada gloriosa en Jerusalén. No puede
haber una división entre una cosa y otra.
Jesús entra en Jerusalén como Rey. Pero
¿qué tipo de Rey es Jesús? ¿Qué tipo de Señor del pueblo de Israel es Jesús?
¿Qué significa que Él viene en nombre del Señor? Jesús entra en Jerusalén como Rey… pero no
como los reyes del mundo. Su trono será una cruz. Su corona, de espinas. San
Agustín lo expresó con palabras que hoy nos interpelan profundamente: “El que
sufrió la muerte como hombre, venció como Dios; y nos dio a nosotros lo que
celebrar con fe y lo que imitar con fortaleza.” Cristo no solo murió por
nosotros, sino que nos enseñó cómo vivir en medio del dolor con esperanza, cómo
amar aun en la injusticia, y cómo confiar incluso en medio del abandono.
La Pasión nos explica esto: Él es
un Rey que viene a morir por nosotros, que viene a amarnos y que viene a
decirnos lo importantes que somos para Él. Él es un Rey que, a pesar de
nuestros pecados —esos pecados que vemos reflejados en los ladrones, en la
gente que le dice al pie de la cruz: “Sálvate a ti mismo”, en la gente que le
odia, en la gente que lo crucifica—, nos ama a pesar de ese pecado.
Si nos fijamos en los que están
alrededor de Jesús, nos damos cuenta de que alrededor de Jesús hay pecado, hay
odio, hay separación, hay violencia. Sin embargo, lo que nos enseña Jesús es
misericordia, es perdón, y es la certeza de que, a pesar de todo lo que
nosotros hayamos hecho, Él siempre nos va a recibir en el cielo. Él siempre va
a estar dispuesto a recibirnos en su corazón.
Esto es lo que Jesús nos entrega en
este Domingo de Ramos. Qué importante es, que nos demos cuenta de lo que
estamos viviendo, y que nos preguntemos si estamos dispuestos a seguir en la
entrada a Jerusalén a este Rey. Si estamos dispuestos a alabar a un Rey que, en
vez de matar, perdona. Si estamos dispuestos a alabar a un Rey que, en vez de
herir, sana. Si estamos dispuestos a alabar a un Rey que, en vez de generar
enemigos, genera misericordia.
Cada uno de nosotros también puede
vivir esta misma situación que hemos visto: la escena de la entrada de Ramos y
la escena de la Pasión. A veces la vivimos en nuestra casa, en el pueblo, en el
trabajo. A veces tenemos gente que nos rodea y que nos clava en la cruz. A
veces nosotros, estando en nuestra cruz, somos insultados, como ese ladrón que
insulta a Jesús. A veces hay gente que nos insulta cuando nosotros estamos en
nuestra cruz, y se ensañan más con nosotros.
Lo importante no es lo que hacen
los demás. Lo importante es lo que yo hago, lo que yo digo, cómo me comporto
yo. Si yo me comporto dando ojo por ojo y diente por diente, no me comporto
como Jesús. Hoy se nos invita a vivir, no con un corazón amargado, o con un
corazón que está lleno de enojo, de odio, por las cosas negativas que la vida y
los demás seres humanos nos hacen, sino con un corazón como el de Jesús, un
corazón que se entrega, un corazón que es capaz de decir: “Padre en tus manos
encomiendo mi espíritu.” Un corazón que muere por amor. El amor es lo que vence
todo el mal. El amor es lo que vence la muerte. El amor es lo que vence al
pecado.
¿Cuál es nuestra pasión personal?
¿Cuál es nuestra cruz? ¿Quiénes son nuestros enemigos? ¿Quiénes me crucifican?
¿Qué hay en mi corazón? Cada uno sabe lo que hay en su corazón. A lo mejor los
clavos que nos ponen no son clavos de hierro. A lo mejor son clavos de
palabras. O a lo mejor clavos de enojos que se han prolongado durante mucho
tiempo, o clavos de amarguras que se han instalado en nuestro corazón.
Hoy somos invitados a decir las
mismas palabras que Jesús: “Perdónalos, Señor.” Las mismas palabras que Jesús:
“Hoy estarás conmigo en el Paraíso.” Las mismas palabras que Jesús: “Padre en
tus manos encomiendo mi espíritu.” Ese es el gran regalo que Jesús, al iniciar
la Semana de Pasión, nos hace a todos nosotros: el regalo de ser, por amor, más
fuertes que el pecado y que el odio. Dejemos que Jesucristo entre en nuestro
corazón. Que Jesús no solamente entre en Jerusalén, como en el Domingo de
Ramos. Eso es entrar por unas calles y por unas casas. Que entre en nuestro
corazón, y que ahí nos ayude a estar junto a Él en todo aquello que nos cuesta,
pero, sobre todo, estar junto a Él en todo aquello que podemos amar. Dejemos
que Jesús bendiga nuestro corazón y no solo nuestras palmas. Que este Domingo
de Ramos sea el inicio de una Pascua transformadora.
1 comentario:
Gracias Por su homilia!!
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