HOMILÍA 4º. DOMINGO DE ADVIENTO
El día de Navidad está muy cerca. Hoy
es el último domingo antes de que celebremos el maravilloso misterio del
nacimiento de Jesús en Belén. Precisamente este domingo nos empieza a permitir
ver quien viene y a que viene. A veces nos puede pasar como en el canto de las
posadas, en el que los posaderos no reconocen a Jesús que llega y le dicen a
José: Aquí no es mesón, sigan adelante,
yo no puedo abrir, no sea algún tunante.
El evangelio nos habla de la visitación
de María a su prima Santa Isabel. Precisamente de la boca de Isabel nosotros
sabemos quién es el que viene. Isabel habla de la madre de mi señor, es decir
el que viene es Dios, el Dios que había hecho una alianza con su pueblo, como
lo hemos oído en la profecía de Miqueas, cuando Dios dice: Él se levantará para pastorear a su pueblo con la fuerza y la majestad
del Señor, su Dios. Ellos habitarán tranquilos, porque la grandeza del que ha
de nacer llenará la tierra y él mismo será la paz”.
Nos puede pasar que nos
acostumbramos a lo que significa el que venga alguien tan importante. los seres
humanos nos acostumbramos a las cosas maravillosas y las vemos como si siempre
tuvieran que ser así. Esto pasa con las obras de arte, o con los monumentos.
Seguro que muchos habitantes de Roma o de Egipto ven sus monumentos con
indiferencia. Sin embargo, millones de personas hacen viajes muy costosos para
ver lo que para otros es un edificio o una estatua más. Lo que vamos a celebrar
el día 25, ¿lo hacemos como una costumbre de un día más del calendario que ya
toca que llegue? ¿O en nuestro corazón se produce la misma alegría de la
primera vez? ¿Se acuerdan de la alegría del día en que se casaron? ¿O la
ilusión de su primera casa, o de su primer hijo? Intentemos volver a recordar
lo que ese día significó para nosotros. Eso es lo que siente Isabel cuando
dice: ¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor viene a mí?
Hay que volver a descubrir lo
increíble que es el que Dios, el creador del universo, el que llenó de belleza
nuestro mundo, el que nos amó hasta el punto de entregarnos a su Hijo haya
querido hacerse uno de nosotros, y al igual que nosotros, ir creciendo poco a
poco en el seno de su madre, Maria de Nazaret.
La segunda cosa es a qué viene
Jesús. Muchas veces nos podemos quedar nada más en la imagen bonita de los
nacimientos. Pero este domingo, la segunda lectura, nos hace recordar cuál es
el sentido de la misión de Jesús. Jesús
vino a ofrecerse para quitar todos los pecados de mundo y devolvernos la
amistad con Dios.
A lo largo de la historia, los
seres humanos hemos buscado muchos modos para quitarnos las cosas malas y para
volver a ser amigos de Dios. Así en muchos lugares se hacían sacrificios de
animales o de plantas, para decirle a Dios que querían ser sus amigos. En otras
culturas los sacrificios eran aún mucho más crueles. Jesús nace para decirnos
que él vino a ofrecerse por nosotros a Dios, para que nuestra amistad con Dios
nunca se rompiese y nosotros quedáramos santificados, es decir que tengamos
siempre la certeza de que él nunca nos dejaría de amar. Esto sucede con la
venida de Jesús y con la ofrenda que Jesús hace de su vida por cada uno de
nosotros. Y esto nos tiene que dar mucha paz.
Cuando en nuestra vida sentimos que
nos falta amor, o que no somos amados, tenemos que recordar lo que significa
que Jesús venga a nuestra vida, como un día llegó a la vida de Isabel. Jesús
viene en el seno de María para decirnos que somos muy amados, él es la prueba
definitiva de que somos muy amados. Él es el único que nos hace falta para
saber que somos muy amados por Dios.
¿Cuáles son las cosas que hoy nos
pesan en el corazón? ¿Tenemos algún miedo? ¿Nos da pena algún pecado que
hayamos cometido? ¿Sentimos que somos malos por algo? En este domingo, tenemos
que hacer como Santa Isabel, reconocer en el hijo de María a aquel que es
nuestro Dios, el que viene a salvarnos de nuestros pecados, de las cosas malas
que nos duelen en nuestra conciencia. Como Isabel agradezcamos el que sin
ningún mérito nuestro, Jesús haya querido venir hasta nuestra casa y hacerse
uno como nosotros. Como Isabel digamos ¿quién soy yo para que tú vengas a mí?
Recordemos estas palabras del Papa
Benedicto XVI: Hoy, como en tiempos de Jesús, la Navidad no es un cuento
para niños, sino la respuesta de Dios al drama de la humanidad que busca la paz
verdadera. A nosotros nos toca abrir de par en par las puertas para acogerlo.
Aprendamos de María y José: pongámonos con fe al servicio del designio de Dios.
Aunque no lo comprendamos plenamente, confiemos en su sabiduría y bondad. Preparemos nuestro corazón en este último
domingo de adviento para la venida de Jesús, recibamos a María en nuestra casa.
Ella nos trae a Jesús, nos trae la certeza de que siempre somos amados por Dios
que es nuestra verdadera felicidad en Navidad.
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