HOMILÍA
DOMINGO DE LA SAGRADA FAMILIA
Cada
familia tiene una historia que nos podría contar. La historia de cómo se
enamoraron. La historia de cómo sobrevivieron a su primer bebé, o de como hicieron
de sus adolescentes personas responsables. O las historias de cómo nos llenó de
miedo una enfermedad, o de como acompañamos a alguien querido en sus últimos
momentos entre nosotros. Todas esas son las historias que nos hacen ser una
familia.
En
el domingo posterior a la solemnidad de Navidad, la Iglesia celebra la fiesta
de la Sagrada Familia, para celebrar que el hijo de Dios vino al mundo en una
familia formada por un padre y una madre, que construían cada día una comunidad
de vida y de amor.
El
evangelio, de hoy, que sitúa en la vida de la Sagrada Familia, el episodio de
Jesús perdido y hallado en el templo, nos muestra un hogar que tiene a Dios
presente y se esfuerza por crecer en gracia, edad y sabiduría, es decir, que la
familia es el ámbito donde el ser humano descubre y desarrolla su condición de
hijo de Dios y es llamado a alcanzar la plenitud de su persona.
Celebrar
a la Sagrada Familia es dar una buena noticia a todas las familias, la buena
noticia de que cada una es el lugar donde todos somos llamados a ser mejores y
a hacer mejores a los demás. Otra buena noticia es que la familia no está
esclavizada por el mal, el egoísmo, o la angustia. A veces podemos tener la
tentación de tener un corazón duro, un corazón que no respeta, que no ama o que
no es fiel. Pero la buena noticia es que la familia siempre puede construirse como
un lugar de bien, de amor y de felicidad. ¿Como es esto posible? El evangelio
nos da algunas pistas.
Primero,
la familia tiene siempre que tener a Cristo consigo. Cuando la familia pierde a
Cristo, se queda sin el sentido que la sostenía. El evangelio nos describe el
ánimo de la familia sin Cristo con tres notas, que vemos en cómo José y María
se quedan atónitos, angustiados e incapaces de comprender. Para recuperar el
sentido de la familia hay que regresar a Jerusalén, es decir, regresar al
centro de la propia familia, que es hacer del amor de Cristo la fuente del amor
de todos y para todos.
Lo
segundo es que la felicidad de la familia brota de los corazones que saben
estar unidos en las realidades cotidianas de la vida, en las tareas del hogar,
en las pequeñas alegrías, en los esfuerzos que todos compartimos para tener un
hogar mejor, como José, María y Jesús, en la vida de las cosas sencillas de
Nazaret.
Lo
tercero es que la familia debe ser el lugar donde cultivemos y crezcamos en los
valores espirituales, los valores humanos y también los valores cotidianos de
la existencia, como la salud y la alegría, como nos dice el evangelio respecto
a Jesús que crecía en edad, en inteligencia y gracia.
La
pregunta final es si con esto es suficiente. Y la respuesta es no. Del mismo
modo en que hoy la familia de Jesús es un ejemplo para todos nosotros, también
cada una de nuestras familias tiene que ser buena noticia para todas las demás
familias: la buena noticia de que la familia hace feliz al ser humano, de que
la familia hace mejor a cada ser humano, de que en familia podemos construir la
esperanza, la alegría, y las cinco virtudes que nos recomienda San Pablo: Soportarse,
perdonarse, amarse, ser fuente de paz y ser agradecidos. Así lo dice él: Sopórtense mutuamente y perdónense cuando
tengan quejas contra otro, como el Señor los ha perdonado a ustedes. Y sobre todas estas virtudes, tengan amor,
que es el vínculo de la perfecta unión. Que en sus corazones reine la paz de
Cristo, esa paz a la que han sido llamados, como miembros de un solo cuerpo.
Finalmente, sean agradecidos.
La
fiesta de la Sagrada Familia nos muestra que Dios nos ha regalado la dignidad
de ser sus hijos y ha querido que esta dignidad nos sea dada en el seno de una
familia, que nos recibió, nos educó y nos hizo salir adelante. Como dice Manny
a Ellie en la Era del hielo: No estamos juntos por que tenemos que estarlo,
sino que estamos juntos porque queremos estarlo. Esto es lo que Dios quiere,
que estemos juntos como familia, lo quiere porque lo quiso para sí, cuando
eligió nacer en una familia.
La
Sagrada Familia nos recuerda que la familia no es solo un lugar donde nacemos,
sino el espacio donde somos llamados a crecer como personas, como hijos de Dios
y como hermanos en Cristo. Así como Jesús, María y José vivieron unidos en lo
sencillo, lo cotidiano y lo sagrado, también nosotros estamos invitados a hacer
de nuestras familias un reflejo del amor y la gracia de Dios.
Si
cuidamos de nuestras familias con alegría, compromiso y fe y dejamos que Cristo
sea el centro de nuestro hogar, podremos ser luz y testimonio de amor para el
mundo. Amemos a nuestras familias no porque tengamos que hacerlo, sino porque
queremos hacerlo, como Dios nos ha amado. Así cada familia al hacerse escuela
de vida, de amor y de fe, se convierte en una familia verdaderamente sagrada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario