martes, 18 de octubre de 2011

CUANDO VIVIR NOS MATA

Un reciente estudio de la Agencia de Enfermedades No Transmisibles y Salud Mental de la OMS, decía que "las enfermedades no transmisibles son la principal causa de muerte en todo el mundo, y están matando a cada vez más gente y son causa del 63% de todas las muertes en el mundo. Casi el 80% de éstas ocurren en los países de bajos y medianos ingresos. El desafío de estos países es tremendo. Pero hay pasos asequibles que los gobiernos pueden tomar para combatir estas enfermedades". De este estudio se deducía la necesidad de que los países asuman compromisos concretos sobre el acceso a medicinas baratas, el control del tabaco, la eliminación de las llamadas grasas trans en los alimentos, la implementación de medidas para reducir el consumo de sal, azúcar y grasas saturadas en la dieta y el incremento en los niveles de actividad física en todas las poblaciones.
Pero no pienso hablar de nutrición, algo de lo que no soy experto, sino de lo que me llamó la atención. Se trata de la facilidad con que asumimos comportamientos de riesgo que sin mucha dificultad podríamos evitar. Comportamientos que van dañando la salud, poco a poco deterioran el organismo hasta que los daños acaban por ser irreparables, solo capaces de un pesimismo pasivo ante lo que es absolutamente irremediable. Me llamó la atención que ninguna de las causas tiene de modo inmediato un daño gravísimo, sino que van sembrando su mal poco a poco, de modo silencioso. Me vino a la mente que es semejante a lo que nos sucede en la educación de los hijos, la falta de orden y estructura en la vida, la carencia de respeto para con los demás o en el hogar. Cuántas veces constatamos que un problema no tiene remedio y nos llevamos las manos a la cabeza admirados de como se llegó a esa situación, que nosotros hemos ido gestando poco a poco, comprobando que ahora ya no hay nada que hacer. Más aún, si alguien nos avisa de que tengamos cuidado de este o de aquel comportamiento de nuestro hijo o con nuestro cónyuge a lo mejor ni siquiera le damos importancia y exclamamos: ¡tampoco es para tanto!
Las soluciones a estos problemas que luego repercuten en las familias, como el alcoholismo en los jóvenes, o las fracturas de la pareja, o la falta de hábitos de trabajo o de fortaleza ante las dificultades de la vida, nunca fueron cortes radicales en los que el mal apareció de repente, no. Como sucede con el humo del tabaco o con la presencia del exceso de sal en el cuerpo, o con la diabetes, todo se fue formando a base de pequeños abusos, a base de no dar importancia a pequeños daños que nos íbamos haciendo. Luego habrá que intentar curar con medicinas carísimas lo que en un principio se habría evitado con menos sal en la mesa. Luego habrá que suplir con grandes gastos hospitalarios lo que en un primer momento se habría remediado con un poco de ejercicio varias veces a la semana. Luego se convertirá en una gran deuda de salud familiar o del país, lo que se habría solucionado evitando el consumo de productos chatarra. Luego seremos una estadística en los fracasos de la vida que habríamos evitado con un poco de esfuerzo. En fin, que si dejamos que los problemas se hagan grandes, no podremos evitar las tragedias que  se originaron como simples inconvenientes. Como dice el sabio refrán: más vale una colorada que mil descoloridas...

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