miércoles, 5 de enero de 2011

MI CARTA PARA ESTA NOCHE

Estoy en una pequeña calle de una pequeña ciudad española. Hace frio, es de noche, aunque son apenas las seis. Estoy bien enfundado en un abrigo. Alrededor hay gente de todas las edades, pero sobre todo niños. También muy abrigados. Las luces navideñas iluminan de colores las caras, las casas, las calles, llenan el negro espacio de la noche fría. En todos nosotros hay una expectación inusual. Vamos a ver pasar la cabalgata de los Reyes Magos. Hablamos de nada, del tiempo, pero sobre todo observo, observo a los jóvenes papás que traen a sus niños, a los abuelos que cargan a sus nietos, a los jóvenes que vienen en pandilla, todos esperamos que aparezcan los Reyes por el fondo de la calle. Unas motos de la policía silencian las desordenadas conversaciones. Los papás cargan a sus niños y les señalan por dónde van a venir los Reyes. Todo es movimiento para agarrar un mejor lugar. La calle se mueve. Arriba, las luces siguen con su trabajo y la noche continúa quieta, fría, como un manto que cubriese de paz toda la agitación que se vive en las calles.

Aparecen unos jinetes representando a unos romanos, luego unos payasos, detrás de ellos unos gimnastas dando volteretas. A mi alrededor empiezan a caer caramelos que los más pequeños toman cuidando que sus dedos no se queden debajo de algún zapato. Pero ninguno quiere quitar la vista de la calle por donde aparece la carroza simpática de un Santa Claus (la verdad un poco impuntual, aunque a lo mejor ya iba de regreso al polo norte, tras haber hecho la primera entrega de regalos en navidad) casi nadie le hace caso, porque todos sabemos que Santa Claus no nos va a traer regalos esta noche. Y detrás, llega el primer rey, es Melchor, cabello blanco, barba blanca, con sus pajes. Un niño a mi lado le grita que él le ha pedido un coche rojo, pero de los que no tienen pedales. Esto último se lo grita casi frenético. A su lado su papá le mira, sonriendo, ¿cómplice? Pero de sus ojos se escapa la emoción de ver a su chiquito y, como rascándose, se quita una lagrima que empezaba a hacer travesuras por su mejilla.

Sin pausa, sigue la cabalgata, y aparece la carroza de Gaspar, con su cabello rubio oscuro, sus pajes van muy elegantes, conscientes del alto señor al que sirven. Casi nadie le dice nada especial, sólo algo así como “mira, ese es Gaspar”. Porque todos ya están pendientes del siguiente rey mago. No sé de donde, pero aparece un dromedario, así tenemos la impresión de que estamos en el antiguo oriente. Pobre dromedario, seguro que extraña sus palmeras y busca con sus patas en los fríos adoquines las calientes arenas de Arabia. Pero nadie se preocupa por él, todas las miradas están clavadas en la última de las carrozas. En ella, el rey Baltasar hace brillar sus ojos y dientes blancos sobre su moreno rostro. Más caramelos caen alrededor. Otro niño pide a gritos sus muñecos de toy story, Woody y Buzz, “¡y también Rex y también Rex, el dinosaurio!” El rey mago busca con su mirada la mirada de los niños, ellos gritan más, llueven más caramelos. Una mama a duras penas controla a su niño. Los policías cuidan, entre simpáticos y serios, que nadie se cruce a la calle. Baltasar ha pasado. Todavía vienen unos payasos a los que ya nadie hace caso. De pronto empiezas a notar de nuevo el frío. “Hay que irse a casa antes de que lleguen los Reyes” le dice un abuelo a su nietecito que le mira ilusionado debajo de una bufanda azul, que sólo deja ver una naricita roja.

La calle empieza a ser la misma. Algunas motos rompen la magia que la cabalgata había sembrado. Ya han pasado los Reyes. Pero en mi corazón surge una inmensa nostalgia de cuando a mi me cargaban, de cuando yo gritaba a los Reyes, de mi nariz debajo de una bufanda mirando con ilusión. A lo mejor es porque sabes que ya nunca serás niño, que, en tus zapatos esta noche, los Reyes dejaran lo que tú ya sabes que van a dejar, porque las cosas en tu vida ya no las arregla la magia. Todo es prisa, frio, noche. Y siento que los Reyes parecerían haber pasado por mi vida sin dejar mucho. Pero a lo mejor yo tengo la culpa. Porque, mientras veía la cabalgata, descubrí que la nostalgia del pasado se puede transformar en decision para el presente. Que puedo tomar la vida en mis manos y tener la certeza de que, en mis zapatos, esta noche habrá un regalo. No de los de usar y tirar, sino el regalo de todas las personas que hoy son parte de mi vida. Las que lo son desde hace mucho, las que lo son desde hace poco, las que lo han vuelto a ser. Este quiero que sea mi regalo de este año. Gente buena, gente cercana, gente amiga. Gente a la que puedo querer con libertad, con una sonrisa, con los ojos limpios, con la que puedo caminar serenamente. Quiero regresar a la cabalgata y gritarles a los Reyes que, como el niño pequeño, yo también quiero a mis amigos, que no se les olvide llenarme mis zapatos, no de un millón de amigos. Que me los llenen de mis amigos, de su generosidad, de su comprensión, de su cercanía, de su abrazo, de sus ojos. Esta es mi carta de Reyes.

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