HOMILÍA II DOMINGO DE PASCUA CICLO C
Con este domingo se termina la
octava de pascua, en la que hemos estado cercanos a la resurrección de Jesús,
contemplando sus apariciones, junto al sepulcro, en el cenáculo y en otros
lugares como en Galilea o el camino de Emaús. En este domingo Jesús llega a
nuestras vidas para que, después de haberlo visto a él, nos miremos a nosotros.
El viene como un triunfador que ha ganado el mayor de los trofeos: la vida
eterna para cada uno de nosotros, y la certeza de que la muerte no es la que
gana en el final.
Por eso Jesús nos dice en el
Apocalipsis, (una palabra griega que no significa desastre sino Revelación de
algo que nosotros tenemos que saber): "No
temas. Yo soy el primero y el último; yo soy el que vive. Estuve muerto y
ahora, como ves, estoy vivo por los siglos de los siglos. Yo tengo las llaves
de la muerte y del más allá”. Así es Jesús. el vencedor definitivo y además
un vencedor que está a nuestro lado. Jesús no es como cuando nuestro equipo ha
ganado un campeonato y luego cada uno se va a su casa a seguir su vida, sino
que él viene a cambiar lo que nos da miedo, nos pone la mano en el hombro para
darnos fuerza y nos dice NO TEMAS.
Cada uno sabe a qué le puede tener
miedo, puede ser un problema de salud, o un problema familiar, o con algún
amigo. O a lo mejor nos da miedo ser personas coherentes, y no entrarles a los
juegos de las mentiras o de la superficialidad. Podemos tener dudas de seguir
por el camino que sabemos que es el correcto. Un poco como le pasa a Juan, el
que escribe el Apocalipsis, que se encuentra en una situación difícil por
haberse mantenido fiel a sus valores como seguidor de Jesús.
También algo así le sucede a Tomás
en el evangelio que hemos escuchado.
Tomás tras la muerte de Jesús, desaparece, como si no existiera. Ver la
muerte de Jesús ha sido algo tan duro que no tiene fuerzas ni para reunirse con
sus amigos, los demás apóstoles. Quizá nosotros hemos sentido esto mismo cuando
sufrimos mucho y buscamos escondernos en nuestras soledades. A veces podemos
sentirnos tan vacíos o tan sin esperanza como Tomás. Nos pasa cuando nos domina
la desesperación, la angustia, el miedo, y, a
veces, el pecado. Cuando experimentamos un aburrimiento y una mediocridad de
muerte. Ese vacío es el que siente quien se encuentra esclavo de la droga o del
alcoholismo, en situaciones sin vías de salida; o quien ve al propio matrimonio
entrar en una fase de oscuridad y de incomprensión profundas, o quien sale del
médico con una respuesta triste entre las manos.
Tomás tarda una semana en poder
volver a estar con los apóstoles y cuando ellos le dicen que Jesús ha
resucitado, su corazón está tan destrozado, que es como si hablasen al vacío. A
veces también nosotros podemos sentirnos así, como Tomás cuando hemos visto
hundirse gran parte de lo que era valioso para nosotros. Por eso Jesús viene
resucitado de modo especial para él. Para decirle que él está a su lado, que él
hace que todos sus sufrimientos tengan un lugar cerca de su corazón: Mete la
mano en mi costado para que tu vida encuentre la paz.
Jesús comprende que a veces los
problemas pueden ser muy grandes, tanto que podrían tapar la certeza de nuestra
fe en la victoria de Cristo y hacernos pensar que es una ilusión, fruto de
nuestra imaginación. Pero no es así. Jesús vuelve a estar a nuestro lado y
quiere que toquemos su corazón lleno de amor por nosotros y por todos los que
nos importan en la vida. Jesús tiene derecho a decirnos NO TENGAS MIEDO, TEN
PAZ. Y lo tiene porque lleva nuestras heridas
en sus heridas. Esas heridas suyas son doblemente nuestras: nuestras porque
nosotros se las causamos a Él, con nuestros pecados, con nuestra dureza de
corazón, con el odio al hermano; y nuestras porque Él las lleva por nosotros y
ha querido conservarlas consigo para siempre. Son un sello imborrable de su
amor por nosotros, de la misericordia de su corazón.
Tomás encuentra a Jesús cuando está
con la comunidad de la Iglesia: como nos decía el Papa Francisco: Es ahí que
puedes encontrarme, es ahí que te mostraré, impresas en mi cuerpo, las señales
de las llagas: las señales del Amor que vence el odio, del Perdón que desarma
la venganza, las señales de la Vida que derrota la muerte. Nosotros, ¿dónde
buscamos al Resucitado? ¿En algún evento especial, o en la comunidad, aceptando
el desafío de quedarnos, aunque no sea perfecta? ¿estamos dispuestos a abrir
los brazos a quien está herido por la vida, sin excluir a nadie de la
misericordia de Dios, como un hermano, o una hermana?
Las heridas en el Cuerpo de Jesús resucitado son el signo de la lucha que Él combatió y venció por nosotros con las armas del amor, para que pudiéramos tener paz, estar en paz, vivir en paz. Tomás es tan importante porque todos somos Tomás, con nuestro corazón adolorido, y porque para todos llega Jesús con su corazón lleno de amor. Ojalá vivamos la pascua, con la certeza de que siempre podemos volver a meter la mano en el costado de Jesús resucitado, lleno de amor por nosotros.