domingo, 31 de agosto de 2025

PLENAMENTE HUMANOS: HUMILDES Y AGRADECIDOS


 

TO22 HOMILIA DOMINGO XXII TO CICLO C

Si 3, 17-18. 20. 28-29: Hazte pequeño y alcanzarás el favor de Dios

Sal 67, 4-5ac. 6-7ab. 10-11: Preparaste, oh Dios, casa para los pobres

Heb 12, 18-19. 22-24a: Os habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo

Lc 14, 1. 7-14: El que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido

 

Si quisiéramos pensar en dos de los grandes sentimientos del mundo moderno, ninguno pensaría en la humildad y en la gratuidad como los fundamentales. En nuestro mundo el exaltarse a uno mismo y pagar por todo son las ruedas que mueven a millones de personas. Jesus nos viene a decir que ni el orgullo ni el interés llevan a la felicidad. Al contrario, nos hacen profundamente desgraciados. Así lo hemos oído en la primera lectura: No hay remedio para el hombre orgulloso, porque ya está arraigado en la maldad. El hombre prudente medita en su corazón las sentencias de los otros, y su gran anhelo es saber escuchar.

No sé si recuerden la carrera final de la película de Cars, que nos cuenta las aventuras de Rayo McQueen. Después de muchas aventuras, Rayo se encuentra en la recta final de la carrera, por delante de su amigo El Rey y de su rival ChickHicks. Chick no esta dispuesto a que El Rey le gane y, en juego sucio, le choca y le saca de la pista. Rayo se da cuenta de esto y cuando está a un metro de cruzar la meta, da marcha atrás, para ayudar a su amigo, con lo que Chick acaba ganando la carrera y Rayo llega a la meta empujando al Rey.

En esa escena hay frases que suenan muy semejantes a lo que Jesús nos dice en el evangelio, como cuando el Rey le dice a Rayo: "Acabas de renunciar a la Copa Pistón, ¿sabes?" y Rayo le responde: "Sí. Un viejo gruñón que conozco me dijo una vez que es solo una copa vacía." O cuando Tex Dinoco le dice a Rayo: "Hijo, eso fue una verdadera carrera. ¿Te gustaría ser la nueva imagen de Dinoco?" y Rayo le responde: "Pero no gané." A lo que Tex le replica: "Rayo, hay mucho más en las carreras que solo ganar." Rayo McQueen Rayo comprende la lección más importante de todas: la verdadera victoria no se mide en trofeos, sino en el respeto que ganas al servir a los demás.

En nuestra búsqueda de la verdadera felicidad, Jesús nos invita a reflexionar sobre la humildad. Una virtud que a veces confundimos con la debilidad, pero que, en realidad, es la base de la grandeza. Porque la verdadera humildad, como reflexionaba Santo Tomas de Aquino, es la virtud que modera el deseo de la propia exaltación. No se trata de pensar mal de uno mismo o de subestimar las propias cualidades. Por el contrario, la humildad es fundamentalmente una virtud basada en la verdad: nos ayuda a vernos a nosotros mismos tal como somos, con nuestros talentos y nuestras limitaciones.

El humilde no se engaña sobre su propia valía, pero reconoce que todo bien que posee es un regalo de Dios y no mérito exclusivamente suyo. La verdadera humildad es descubrir quién soy yo para dar lo mejor de mi a los demás. La verdadera humildad es descubrir que todo lo que se me ha dado es un regalo gratuito para entregarlo de modo gratuito a Dios y a los demás y, en la medida en que yo haga eso, estaré siendo pleno y feliz, como Jesús ha dicho en el evangelio: Porque el que se engrandece a sí mismo, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido.

La humildad verdadera, tal y como nos la enseña Jesús en el evangelio, nace de la gratitud, de la conciencia de que todo lo que tengo como motivo de orgullo me ha sido dado por Dios. ¿Dónde he comprado yo mi inteligencia? ¿Dónde he comprado mi belleza? ¿Dónde he comprado todas mis cualidades? Todas ellas me han sido dadas y lo que yo he hecho ha sido cultivarlas de modo responsable, por ello la humildad y la gratitud hacen valioso lo que yo soy y tengo. Como decía un teólogo moderno: La vida verdadera no se gana por ganar un simple honor; ni un hombre es grande cuando busca simplemente su grandeza. La vida se gana en el servicio hacia los otros; la grandeza verdadera es siempre efecto del don que se ofrece a los demás.

Así llegamos a la segunda parte del evangelio de hoy, en la que Jesus nos dice que, cuando demos un banquete, invitemos a los pobres. El motivo por el que Jesús dice esto es para que el corazón no se contamine con intereses egoístas: Si quiero saber si de verdad soy generoso, la prueba estará en que, lo que yo dé a los demás, nunca busque el que los demás me correspondan, esto es, que mi corazón a la hora de compartir lo que he recibido, tenga solo el interés de hacer el bien por un único motivo: el bien que estoy haciendo.

Nuestro corazón no puede tener como ley el "Te doy para que des; invito porque espero que me invites.” Esta actitud convierte el mundo en negocio. Jesús nos propone un amor que ofrece libremente. Es posible que los hombres que se mueven en un plano "mercantil" afirmen que no sabes vivir sobre la tierra. Sin embargo, estamos siendo sembradores de un amor que nunca pasa, que supera el egoísmo que pretende convertirnos en el centro de la vida de todos los demás. Quien busca solamente su ventaja se pierde como humano porque no ha entendido que lo único que lleva a la felicidad es un amor como el de Jesús que sabe darse sin calcular, para introducir en el mundo lo único que nos hace grandes y que dura para siempre: el amor a Dios y el amor al prójimo. Solo el amor humilde y gratuito nos hace plenamente humanos y verdaderamente felices.

domingo, 24 de agosto de 2025

LA PUERTA DEL AMOR

 


HOMILIA DOMINGO XXI TIEMPO ORDINARIO

Hoy Jesus nos habla de la salvación, que es otro nombre de la felicidad verdadera. De la importancia que tiene el que no quitemos de nuestra visión el que no todo sale bien en la vida presente y también en la vida futura. Porque salvarse nos habla por un lado de la felicidad para siempre, pero también de la posibilidad de ser infelices para siempre.

Salvarse tiene un doble sentido, poder vencer lo malo, lo que llamamos el pecado, y ser capaces de una plenitud que nos haga felices, que es lo que llamamos la santidad. Salvarse no es pasar un examen, es poder estar para siempre en lo que de verdad hace feliz al ser humano que es la amistad con Dios y con todas las personas que nos quieren y queremos.

Por eso Jesús nos habla de una puerta estrecha, porque amar y ser lo mejor que podemos ser, no es fácil. No es sencillo porque todos somos conscientes de que en nosotros hay una lucha entre lo bueno y lo malo: lo bueno, que nos lleva al bien verdadero, y bello; lo malo que nos engaña y nos conduce a la amargura.

Quizá la palabra puerta estrecha no nos gusta, más en nuestra cultura en la que parece que no se nos pueden poner restricciones. Sin embargo, también entendemos que si queremos tener una “santidad” física, tenemos que entrar por la puerta estrecha del no comer lo que nos hace daño y de tener un estilo de vida saludable; sabemos que si queremos tener una “santidad” psicológica, tenemos que evitar los hábitos negativos, los sentimientos tóxicos y cultivar emociones valiosas, actitudes serenas, capacidad de empatía y cosas así.

Lo mismo sucede con la “santidad verdadera”, que es la plenitud de vida en nosotros mismos, en nuestra relación con Dios y con los demás. Como dice la segunda lectura: Ninguna corrección resulta agradable, en el momento, sino que duele; pero luego produce fruto apacible de justicia a los ejercitados en ella.

Como la meta es importante, también alcanzarla es exigente, tan exigente que no se puede pensar que se alcanza a base de privilegios, como si hubiera modos para colarse en la fila, o pensar que por tener una credencial ya no tengo que echarle ganas. Ser así es tener una "confianza tóxica" con Dios, con su bondad y su misericordia.

Esta «confianza tóxica» tiene sus peligros. Podemos pensar que las cosas malas les pasan solo a los demás, pero no me pueden pasar a mí. La “confianza tóxica” nos puede hacer bajar la guardia, no "cuidar" y dejar que la rutina, el descuido o la desgana nos hagan perder lo mejor que tenemos: la vida, el amor. De hecho, eso lo vemos en cosas como el deporte, pensemos que por ser Brasil ya tuviera que ganar todos los partidos de futbol. La llamada a evitar la “confianza tóxica” es por lo que Jesús dice que no conoce a unos que le dicen que él ha comido con ellos, porque no se han preocupado por estar dentro de su corazón, aunque lo pueden estar si deciden entrar por la puerta estrecha del amor a Dios y del amor al prójimo.

Esta puerta estrecha no es solo para algunos, es para todos, sin importar nuestro pasado, sino que solo importa el que estemos dispuestos a mirar hacia la puerta estrecha, que es la puerta del amor. El mensaje de Cristo es que todos pueden entrar en la vida, pero para todos la puerta es «estrecha». No hay privilegiados. El paso a la vida eterna está abierto para todos, pero es «estrecho» porque requiere esfuerzo y lucha contra el propio egoísmo. (B16) La puerta estrecha es para que no se nos olvide que, amar de verdad a Dios y al prójimo, nos permite vencer al mal y alcanzar la felicidad.

Por eso tenemos que atrevernos a hacernos preguntas importantes: Hoy, llevémonos a casa una pregunta: ¿En qué decisión de mi vida debo elegir el amor? ¿Cómo puedo dejar de lado la "confianza tóxica" y avanzar hacia la amistad con Dios y con los demás? Quizá la respuesta está en la oración que hemos hecho al principio de la misa: impúlsanos a amar lo que mandas y a desear lo que prometes, para que, en medio de la inestabilidad del mundo, estén firmemente anclados nuestros corazones donde se halla la verdadera felicidad. Al hacerlo, estaremos entrando por la puerta que nos lleva a ser lo mejor que podemos ser y a la felicidad que solo Dios puede dar: la puerta del amor.