HOMILIA V DOMINGO DE CUARESMA CICLO C
Llegamos al último domingo de la
cuaresma. El próximo domingo será Domingo de Ramos, y vamos a celebrar la
pasión del Señor. pero ¿cómo llegamos ante el misterio del amor tan inmenso de
Jesús, que va a morir por nosotros en la cruz? Las lecturas de este domingo
pueden ser una fotografía de cómo puede estar el alma ante Dios. creo que todos
podemos darnos cuenta de que no siempre damos el ancho de cara a Dios, de que
al amor de Dios siempre le salimos debiendo en nuestra vida.
Nuestra vida es a veces como esta
descripción de la primera lectura de hoy: podemos sentirnos como una mecha que
se extingue. Así podemos sentirnos con algún amigo, porque no somos capaces de
recomponer la amistad, o en nuestra familia, porque por más esfuerzos que hacemos,
las cosas no salen, o con nosotros mismos, porque nos damos cuenta de un
defecto que no terminamos de encauzar.
El profeta Isaías compara nuestro
corazón con un desierto, en el que hay sed, hay animales feroces: un lugar en
el que no me gustaría estar. Hoy, el amor de Dios va a decirnos que en ese
desierto, Él abre caminos, hace que corran los ríos, apaga la sed, da un motivo
de decir: “Gracias, Dios mío no por lo que yo soy, sino por lo que tú eres
en mi vida.” Como hemos dicho en el salmo: grandes cosas has hecho por
nosotros, Señor”.
Es el mensaje del Evangelio de San
Juan sobre la adúltera: Jesús está en el templo está enseñando a la gente, y le
traen una mujer que ha sido sorprendida en una situación gravísima de
infidelidad a su esposo. La ley de Moisés mandaba que, cuando una mujer era
encontrada en adulterio, tendría que morir. Es una ley muy dura que nos habla
de la gravedad del pecado que quería combatir.
Ante esa situación, Jesús toma dos
actitudes: señalar uno de los más graves vicios del corazón humano, que es la
hipocresía, es decir, el señalar a los demás en vez de verse uno mismo, el
juzgar y condenar a los demás en vez de analizarse con seriedad uno mismo. Eso
es lo primero que hace Jesús.
Lo segundo, es demostrarnos que la
misericordia es siempre más grande que la miseria, que la miseria puede ser muy
grande, como la infidelidad ante las promesas matrimoniales, que es la
infidelidad al amor bonito de un hombre y una mujer, que por desgracia, se
puede estropear con la infidelidad. Eso es lo que dice Jesús: incluso cuando lo
más bonito se echa a perder, la misericordia, su misericordia, es más grande.
Cuando Jesús invita a tirar la
primera piedra, todos los que acusaban comienzan a escabullirse y dejan solos a
Jesús y a la mujer. Y Jesús le dice a la mujer: “¿Dónde están los que te
acusaban?” Y ella le contesta: “Ya no está ninguno de los que me acusaban.”
Jesús le responde: “Yo tampoco te condeno.” Jesús no dice: “Te has portado
bien, no pasa nada.” No. Jesús no dice eso. Jesús dice: “Ese mal que tú has
cometido no es más grande que mi amor por ti. Por eso yo no te condeno, no
porque no hayas hecho mal, sino porque te regalo mi amor. Te regalo un amor que
es más fuerte que cualquiera de tus pecados.”
Es esto lo que dice San Pablo cuando
habla de su amor por Jesucristo y cómo su amor por Jesucristo le permite ser
más fuerte que todas las fragilidades que haya podido tener. Por eso dice:
“Nada vale la pena en comparación con el supremo que consiste en conocer a
Cristo Jesús, mi Señor, por cuyo amor he renunciado a todo.” Y continúa:
“No quiere decir que haya logrado ya este ideal o que ya soy perfecto.” Y
esta frase es preciosa: “Pero me esfuerzo en conquistarlo, porque Cristo Jesús
me ha conquistado a mí.”
Ante ese desarrollarse del amor de
Dios ante nosotros, podemos quedarnos abrumados y sentirnos como esta mujer.
Nos podemos sentir mal, nos podemos sentir culpables. Sin embargo, lo
importante es dejarse, como dice San Pablo, conquistar por Cristo, dejarse
encontrar con Cristo, dejarse alcanzar por Jesucristo. Esto es lo importante.
Esa tiene que ser la gran
experiencia que ojalá podamos vivir en esta Semana Santa. Cada uno sabrá cómo
la va a vivir. Espero que todos dediquemos tiempo a los días más importantes: el
Domingo de Ramos, el Jueves Santo, y ciertamente el Domingo de Resurrección. Si
además podemos acompañar a Jesús en el Viernes Santo, o celebrar la Vigilia
Pascual, estará muy bien.
Lo importante es que comiences la
Semana Santa con un corazón dispuesto a dejarse encontrar por Jesucristo que te
envuelve con su amor, que, como dice San Pablo, me tiene que conquistar. ¿Y
cómo me va a conquistar Jesucristo? Jesucristo conquista con su amor. Déjate
conquistar por el amor de Jesús.
Deja que Jesucristo te encuentre. ¿qué
no está funcionando en
nuestra familia? ¿Qué no está funcionando en tu corazón?
¿Qué problema te está dejando como una mecha apagada? Intenta hacer la
experiencia: hoy quiero que Jesucristo me encuentre. Hoy, Jesucristo nos va a
encontrar en el sacramento de su amor. Cuando comulguemos, pidámosle: “Jesús,
aunque a veces yo sea una mecha extinguida, quiero que tú te encuentres con mi
corazón, lo vuelvas a llenar de luz, lo vuelvas a llenar de sentido y lo
vuelvas a llenar de paz.” Que así sea.