Hace unos años, el papa Francisco nos dejaba un precioso pensamiento:
Pensemos en una planta que tenemos en casa: tenemos que nutrirla con
constancia cada día, ¡no podemos empaparla y después dejarla sin agua durante
semanas! Con mayor razón para la oración: no se puede vivir solo de momentos
fuertes o de encuentros intensos de vez en cuando para después “entrar en
letargo”. Nuestra fe se secará. Necesita el agua cotidiana de la oración,
necesita de un tiempo dedicado a Dios, de forma que Él pueda entrar en nuestro
tiempo, en nuestra historia; de momentos constantes en los que abrimos el
corazón, para que Él pueda derramar en nosotros cada día amor, paz, gloria,
fuerza, esperanza; es decir nutrir nuestra fe.
Seguro que también nosotros hemos hecho la experiencia de que
una planta si no se la riega, se muere. Cuando tenemos que salir de viaje, nos
preocupamos porque alguien se pase por la casa para regar las plantas. El agua
del alma se llama la oración. La oración es una relación con Dios, como lo haríamos
con un amigo: le agradecemos, le pedimos algo, le valoramos, o le pedimos
disculpas. La oración es central en la vida, porque es el modo en el que nos
relacionamos con Dios a veces para pedir lo que nos es necesario, o para
agradecer por lo que hemos recibido, o para reconocer lo bueno que es, y para
pedirle perdón por las cosas que no hemos hecho bien. Por eso Santa Teresa de
Jesús decía que orar es hablar de amistad con aquel que sabemos que nos ama.
Además, la oración es la fuerza que nos ayuda a caminar en la
vida con sus cosas buenas y sus cosas no tan buenas. Por eso tanto el evangelio
como la primera lectura nos hablan de una lucha: en el caso de Moisés es la
lucha contra los enemigos del pueblo y en el caso de la viuda es la lucha
contra una injusticia. Ambas situaciones nos enseñan que hay que insistir en la
oración aun cuando las cosas no estén como nosotros queremos que estén pues la
oración nos va a hacer más fuertes que el mal que a veces tenemos que
enfrentar. Como cuando en el padre nuestro le pedimos a Dios que no nos deje
caer en la tentación y que nos libre del mal.
Hay muchas cosas malas en la vida que nos pueden llevar al desanimo.
Pero la oración nos hace mirar a Dios, para pedirle fuerza y seguir teniendo
esperanza. Cuando son muchos los problemas, lo que nos permite seguir adelante
es la fe. Incluso cuando el mal que vemos está en nuestro corazón, tenemos que
orar para ser más fuertes que nuestro egoísmo, nuestros enojos, o nuestros
malos deseos. Como a ninguno nos gusta ver lo que no está bien en nosotros, si
no tenemos la fuerza que Dios nos da, como amigo de nuestra alma, puede pasar
que sigamos haciendo las cosas mal, o haciéndonos mal a nosotros mismos, o a
los demás.
La oración, es decir el trato con Dios, es el alimento de
nuestra fe para seguir haciendo el bien en el mundo. La oración nos ayuda a no
perder la cabeza aun en los momentos más difíciles y dramáticos, cuando todo
parece conjurarse contra nosotros y contra el reino de Dios. Nos guía para no
perdernos entre los múltiples y confusos criterios de nuestra sociedad, nos fortalece
para no dejarnos presionar, ni tomar demasiado rápido decisiones inadecuadas. Nos
permite resistir para nunca renunciar a defender y exigir lo justo, lo bueno,
lo ético y así seguir sembrando el bien a nuestro alrededor.
Hay muchas maneras de hacer oración: a veces será la oración
tranquila de quien tiene el tiempo de sentarse en una iglesia o en la sala de
la casa para serenar el corazón y dejar que fluyan los pensamientos hacia Dios.
Otras veces será la oración que nace de la tristeza mientras se nos escurren
las lágrimas al abrirle nuestro corazón al Señor. Otras veces será la oración
en medio de la jornada diaria, cuando en el coche rezamos el rosario para que
la Virgen María nos acompañe en nuestras preocupaciones, o cuando estamos en
una sala de espera de un doctor y elevamos nuestro corazón para llenarnos de
esperanza ante el dolor o la enfermedad. O la sencillez de hacer la señal de la
cruz al salir de casa y así hacer presente el amor de Dios en nuestras vidas
que nos sostiene o nos hace ver los dones recibidos a lo largo del día.
Pero hay una oración que ojalá nunca dejemos de lado: es la
oración en familia. Cada familia tiene sus costumbres, algunos dan gracias en
la mañana, otros dan gracias por los alimentos antes de la comida o de la cena,
otros se reúnen al final del día para juntos rezar un misterio del rosario, o
leer el evangelio, compartiendo las cosas que han ido o han ido mal. Cada uno
tendrá su modo, pero ojalá todos tengamos un momento de oración en familia, o entre
los dos esposos.