sábado, 5 de abril de 2025

NADIE TE CONDENA, PORQUE YO TE AMO

 

HOMILIA V DOMINGO DE CUARESMA CICLO C

Llegamos al último domingo de la cuaresma. El próximo domingo será Domingo de Ramos, y vamos a celebrar la pasión del Señor. pero ¿cómo llegamos ante el misterio del amor tan inmenso de Jesús, que va a morir por nosotros en la cruz? Las lecturas de este domingo pueden ser una fotografía de cómo puede estar el alma ante Dios. creo que todos podemos darnos cuenta de que no siempre damos el ancho de cara a Dios, de que al amor de Dios siempre le salimos debiendo en nuestra vida.

Nuestra vida es a veces como esta descripción de la primera lectura de hoy: podemos sentirnos como una mecha que se extingue. Así podemos sentirnos con algún amigo, porque no somos capaces de recomponer la amistad, o en nuestra familia, porque por más esfuerzos que hacemos, las cosas no salen, o con nosotros mismos, porque nos damos cuenta de un defecto que no terminamos de encauzar.

El profeta Isaías compara nuestro corazón con un desierto, en el que hay sed, hay animales feroces: un lugar en el que no me gustaría estar. Hoy, el amor de Dios va a decirnos que en ese desierto, Él abre caminos, hace que corran los ríos, apaga la sed, da un motivo de decir: “Gracias, Dios mío no por lo que yo soy, sino por lo que tú eres en mi vida.” Como hemos dicho en el salmo: grandes cosas has hecho por nosotros, Señor”.

Es el mensaje del Evangelio de San Juan sobre la adúltera: Jesús está en el templo está enseñando a la gente, y le traen una mujer que ha sido sorprendida en una situación gravísima de infidelidad a su esposo. La ley de Moisés mandaba que, cuando una mujer era encontrada en adulterio, tendría que morir. Es una ley muy dura que nos habla de la gravedad del pecado que quería combatir.

Ante esa situación, Jesús toma dos actitudes: señalar uno de los más graves vicios del corazón humano, que es la hipocresía, es decir, el señalar a los demás en vez de verse uno mismo, el juzgar y condenar a los demás en vez de analizarse con seriedad uno mismo. Eso es lo primero que hace Jesús.

Lo segundo, es demostrarnos que la misericordia es siempre más grande que la miseria, que la miseria puede ser muy grande, como la infidelidad ante las promesas matrimoniales, que es la infidelidad al amor bonito de un hombre y una mujer, que por desgracia, se puede estropear con la infidelidad. Eso es lo que dice Jesús: incluso cuando lo más bonito se echa a perder, la misericordia, su misericordia, es más grande.

Cuando Jesús invita a tirar la primera piedra, todos los que acusaban comienzan a escabullirse y dejan solos a Jesús y a la mujer. Y Jesús le dice a la mujer: “¿Dónde están los que te acusaban?” Y ella le contesta: “Ya no está ninguno de los que me acusaban.” Jesús le responde: “Yo tampoco te condeno.” Jesús no dice: “Te has portado bien, no pasa nada.” No. Jesús no dice eso. Jesús dice: “Ese mal que tú has cometido no es más grande que mi amor por ti. Por eso yo no te condeno, no porque no hayas hecho mal, sino porque te regalo mi amor. Te regalo un amor que es más fuerte que cualquiera de tus pecados.”

Es esto lo que dice San Pablo cuando habla de su amor por Jesucristo y cómo su amor por Jesucristo le permite ser más fuerte que todas las fragilidades que haya podido tener. Por eso dice: “Nada vale la pena en comparación con el supremo que consiste en conocer a Cristo Jesús, mi Señor, por cuyo amor he renunciado a todo.” Y continúa: “No quiere decir que haya logrado ya este ideal o que ya soy perfecto.” Y esta frase es preciosa: “Pero me esfuerzo en conquistarlo, porque Cristo Jesús me ha conquistado a mí.”

Ante ese desarrollarse del amor de Dios ante nosotros, podemos quedarnos abrumados y sentirnos como esta mujer. Nos podemos sentir mal, nos podemos sentir culpables. Sin embargo, lo importante es dejarse, como dice San Pablo, conquistar por Cristo, dejarse encontrar con Cristo, dejarse alcanzar por Jesucristo. Esto es lo importante.

Esa tiene que ser la gran experiencia que ojalá podamos vivir en esta Semana Santa. Cada uno sabrá cómo la va a vivir. Espero que todos dediquemos tiempo a los días más importantes: el Domingo de Ramos, el Jueves Santo, y ciertamente el Domingo de Resurrección. Si además podemos acompañar a Jesús en el Viernes Santo, o celebrar la Vigilia Pascual, estará muy bien.

Lo importante es que comiences la Semana Santa con un corazón dispuesto a dejarse encontrar por Jesucristo que te envuelve con su amor, que, como dice San Pablo, me tiene que conquistar. ¿Y cómo me va a conquistar Jesucristo? Jesucristo conquista con su amor. Déjate conquistar por el amor de Jesús.

Deja que Jesucristo te encuentre. ¿qué no está funcionando en

nuestra familia? ¿Qué no está funcionando en tu corazón? ¿Qué problema te está dejando como una mecha apagada? Intenta hacer la experiencia: hoy quiero que Jesucristo me encuentre. Hoy, Jesucristo nos va a encontrar en el sacramento de su amor. Cuando comulguemos, pidámosle: “Jesús, aunque a veces yo sea una mecha extinguida, quiero que tú te encuentres con mi corazón, lo vuelvas a llenar de luz, lo vuelvas a llenar de sentido y lo vuelvas a llenar de paz.” Que así sea.

sábado, 29 de marzo de 2025

RECONCILIADOS PARA RECONCILIAR

 


HOMILÍA IV DOMINGO DE CUARESMA CICLO C

La liturgia de hoy se centra en la palabra "reconciliación". En un mundo como en el que vivimos, con guerras, enojos, señalamientos a otros, sentidos de injusticia, divisiones en las familias —a veces por dinero, a veces por poder—, es importante pensar en la necesidad de la reconciliación. Además ninguno puede decir: "Yo no tengo ningún enemigo, ni nadie que me moleste o que apartaría de mí". Muchas apartamos a los demás porque no nos parecen bien, como al ver a un pobre andrajoso decimos: "mejor que esté lejitos de mí". O porque los consideramos malos, egoístas, o prepotentes, o sentimos que alguien nos ha generado un daño emocional, porque nos defraudó, o descubrimos su mala intención. Parecería que las divisiones son más frecuentes que las situaciones de armonía.

¿Cómo podemos llevar a cabo la reconciliación? El Evangelio nos presenta dos caminos de reconciliación: uno, el del "hijo pródigo" o "hijo menor"; y el otro, el camino que se le propone al hijo mayor, "el hijo fiel". El Evangelio se centra mucho más en la figura del hijo pródigo —que le pide al padre su herencia, se va, gasta todo con personas de mal vivir, echando a perder lo que su padre le había dado—. Este hijo se descubre vacío y comienza un camino de reconciliación cuando, en su situación de cuidador de puercos, reflexionó y se dijo: "Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores". Este joven se da cuenta de que el mal no ha sido gastarse el dinero con gente mala. El mal está en el daño que le ha hecho a su padre. Eso es lo que descubre. Por eso no dice: "Voy a trabajar para devolverte cada moneda que me has dado", sino: "Quiero volver a estar contigo, aunque sea como un trabajador”. Lo que se produce no es una restitución de un dinero, sino una reconciliación entre dos personas.

Otra cosa sucede con el hijo mayor, que dice: "Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya". Esto habla de un hijo que está cuidando la herencia de su padre pero no ha sido capaz de descubrir que su padre es su padre, no solo el señor de unos trabajadores que lo obedecen y que cumplen.

Ninguno de los dos hijos ha descubierto la esencia de la reconciliación que no es solo dejar de portarse mal, ni tener una vida perfecta. La reconciliación es la capacidad de descubrir que hay una persona que es importante para nosotros, o, todavía más, alguien para quien nosotros somos importantes. Por eso el padre dice al hijo mayor: "Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo", algo que el hijo fiel, no había descubierto. Y, sobre el hijo menor, dice: "Este hijo estaba perdido y lo hemos encontrado". Al padre no le importan las cosas, sino las personas, ya sea la del hijo perdido o la del hijo fiel. Cuando esto sucede, descubrimos nuestra dignidad, representada en las sandalias, el anillo, el vestido y la fiesta. En Cuaresma, deberíamos intentar reconciliarnos con el otro, con ese otro que es Dios, y ser congruentes para trabajar no por cosas sino por un corazón, por una persona.

Cristo al hacerse uno como nosotros, frágil para encontrarnos y levantarnos es quien nos ha reconciliado. Por eso Dios nos propone ser un corazón semejante al de Jesús. Un corazón que no dice que no exista el mal, como el padre del Evangelio no dice: "Mis dos hijos son hijos buenos". Sino lo que dice es: "Sigan el ejemplo de mi corazón". Ser reconciliados es tener la certeza de que el amor es más grande que el miedo, las dificultades y las heridas del pasado. Aunque la reconciliación no siempre logre restaurar todo el bien en este mundo, en nuestro corazón ya estamos reconciliados cuando lo que manda no es el odio, el enojo, la avaricia, sino el amor a Dios y al prójimo.

San Pablo resume este modo de ser al decir que el que vive según Cristo es una criatura nueva. Esto no significa que se nos quiten las arrugas. Se refiere a la manera de ser de quien ha descubierto que lo importante es el corazón de la persona y trabaja de acuerdo con esa realidad. No significa volvernos personas perfectas. Significa hacer el esfuerzo cada día para que nuestro corazón busque reconciliarse con Dios, con uno mismo y con el prójimo. Es decir, descubrir que, en el estilo de vida según Jesucristo, está por lo menos, el camino hacia la solución de muchos de los problemas que podemos llegar a vivir.

Podríamos preguntarnos: ¿dónde soy una criatura vieja que sigue viviendo del odio, del enojo, de la división, de la indiferencia, del señalamiento del otro? ¿dónde Dios, me invita a ser una criatura nueva que busca la solidaridad, la compasión, la caridad, en definitiva, la armonía y la paz con todos? Aunque no siempre se logre, lo importante es tener un corazón que haga presente esto en el mundo en que vivimos. Entonces se lleva a cabo la fiesta de la misericordia, que no es solamente la fiesta del "te perdono", sino la del "te amo mucho más allá del mal que puede existir entre nosotros".

Ojalá que sepamos que existe siempre ese Padre bueno, aunque a veces te sientas como el hijo fiel, tratado injustamente o como el hijo perdido, apartado y sin ningún mérito. Pero sea como sea, siempre hay un amor: el amor de Dios. Hagamos la prueba de lo bueno que es Dios con nosotros, para que también los demás puedan hacer la prueba de lo bueno que puede ser un corazón de bondad y de amor verdadero en nuestro mundo. Que así sea.