TO22 HOMILIA DOMINGO XXII TO
CICLO C
Si 3, 17-18. 20. 28-29: Hazte
pequeño y alcanzarás el favor de Dios
Sal 67, 4-5ac. 6-7ab. 10-11:
Preparaste, oh Dios, casa para los pobres
Heb 12, 18-19. 22-24a: Os
habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo
Lc 14, 1. 7-14: El que se
enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido
Si quisiéramos
pensar en dos de los grandes sentimientos del mundo moderno, ninguno pensaría
en la humildad y en la gratuidad como los fundamentales. En nuestro mundo el
exaltarse a uno mismo y pagar por todo son las ruedas que mueven a millones de personas.
Jesus nos viene a decir que ni el orgullo ni el interés llevan a la felicidad.
Al contrario, nos hacen profundamente desgraciados. Así lo hemos oído en la
primera lectura: No hay remedio para el hombre
orgulloso, porque ya está arraigado en la maldad. El hombre prudente medita en
su corazón las sentencias de los otros, y su gran anhelo es saber escuchar.
No sé
si recuerden la carrera final de la película de Cars, que nos cuenta las
aventuras de Rayo McQueen. Después de muchas aventuras, Rayo se encuentra en la
recta final de la carrera, por delante de su amigo El Rey y de su rival
ChickHicks. Chick no esta dispuesto a que El Rey le gane y, en juego sucio, le
choca y le saca de la pista. Rayo se da cuenta de esto y cuando está a un metro
de cruzar la meta, da marcha atrás, para ayudar a su amigo, con lo que Chick
acaba ganando la carrera y Rayo llega a la meta empujando al Rey.
En
esa escena hay frases que suenan muy semejantes a lo que Jesús nos dice en el
evangelio, como cuando el Rey le dice a Rayo: "Acabas de
renunciar a la Copa Pistón, ¿sabes?" y Rayo le responde: "Sí. Un
viejo gruñón que conozco me dijo una vez que es solo una copa vacía." O
cuando Tex Dinoco le dice a Rayo: "Hijo, eso fue una verdadera carrera.
¿Te gustaría ser la nueva imagen de Dinoco?" y Rayo le responde:
"Pero no gané." A lo que Tex le replica: "Rayo, hay mucho más en
las carreras que solo ganar." Rayo McQueen Rayo comprende la lección más importante
de todas: la verdadera victoria no se mide en trofeos, sino en el respeto que
ganas al servir a los demás.
En nuestra búsqueda de la verdadera
felicidad, Jesús nos invita a reflexionar sobre la humildad. Una virtud que a
veces confundimos con la debilidad, pero que, en realidad, es la base de la
grandeza. Porque la verdadera humildad, como reflexionaba Santo Tomas de Aquino, es la virtud que modera el deseo de
la propia exaltación. No se trata de pensar mal de uno mismo o de subestimar
las propias cualidades. Por el contrario, la humildad es fundamentalmente una
virtud basada en la verdad: nos ayuda a vernos a nosotros mismos tal como
somos, con nuestros talentos y nuestras limitaciones.
El
humilde no se engaña sobre su propia valía, pero reconoce que todo bien que
posee es un regalo de Dios y no mérito exclusivamente suyo.
La verdadera humildad es descubrir quién soy yo para dar lo mejor de mi a los
demás. La verdadera humildad es descubrir que todo lo que se me ha dado es un
regalo gratuito para entregarlo de modo gratuito a Dios y a los demás y, en la
medida en que yo haga eso, estaré siendo pleno y feliz, como Jesús ha dicho en
el evangelio: Porque el que se engrandece a sí mismo, será humillado; y el
que se humilla, será engrandecido.
La humildad verdadera, tal y como nos
la enseña Jesús en el evangelio, nace de la gratitud, de la conciencia de que
todo lo que tengo como motivo de orgullo me ha sido dado por Dios. ¿Dónde he
comprado yo mi inteligencia? ¿Dónde he comprado mi belleza? ¿Dónde he comprado
todas mis cualidades? Todas ellas me han sido dadas y lo que yo he hecho ha
sido cultivarlas de modo responsable, por ello la humildad y la gratitud hacen
valioso lo que yo soy y tengo. Como decía un teólogo moderno: La vida verdadera no se gana por
ganar un simple honor; ni un hombre es grande cuando busca simplemente su
grandeza. La vida se gana en el servicio hacia los otros; la grandeza verdadera
es siempre efecto del don que se ofrece a los demás.
Así llegamos a la segunda parte
del evangelio de hoy, en la que Jesus nos dice que, cuando demos un banquete,
invitemos a los pobres. El motivo por el que Jesús dice esto es para que el
corazón no se contamine con intereses egoístas: Si quiero saber si de verdad
soy generoso, la prueba estará en que, lo que yo dé a los demás, nunca busque
el que los demás me correspondan, esto es, que mi corazón a la hora de
compartir lo que he recibido, tenga solo el interés de hacer el bien por un único
motivo: el bien que estoy haciendo.
Nuestro corazón no puede tener como ley el "Te doy para que des; invito porque espero que me invites.” Esta actitud convierte el mundo en negocio. Jesús nos propone un amor que ofrece libremente. Es posible que los hombres que se mueven en un plano "mercantil" afirmen que no sabes vivir sobre la tierra. Sin embargo, estamos siendo sembradores de un amor que nunca pasa, que supera el egoísmo que pretende convertirnos en el centro de la vida de todos los demás. Quien busca solamente su ventaja se pierde como humano porque no ha entendido que lo único que lleva a la felicidad es un amor como el de Jesús que sabe darse sin calcular, para introducir en el mundo lo único que nos hace grandes y que dura para siempre: el amor a Dios y el amor al prójimo. Solo el amor humilde y gratuito nos hace plenamente humanos y verdaderamente felices.